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A las dos de la mañana, Sasha nos condujo a los cuatro hacia la parte nordeste de la ciudad, a lo largo del camino particular, pasó ante los gráciles pimenteros de California que se alzaban como una hilera de deudos empapados bajo la tormenta, y ante la Pietá de cemento. Nos detuvimos bajo el pórtico, ante la casa de estilo georgiano.

No había luz alguna. Ignoraba si Sandy Kirk estaba durmiendo o no se encontraba en la casa.

Sacamos los cuerpos enrollados en las sábanas y los apilamos ante la puerta principal.

– ¿Te acuerdas cuando veníamos aquí a ver trabajar al padre de Sandy? -dijo Bobby cuando nos alejamos.

– Sí.

– Imagínate si una noche nos hubiéramos encontrado algo así en los escalones de su puerta.

– Fantástico.

Teníamos que limpiar la casa de Bobby, pero no estábamos preparados para aplicarnos a la labor. Fuimos a casa de Sasha y pasamos el resto de la noche en la cocina, aclarando la cabeza con más cerveza y meditando sobre el relato de mi padre de los orígenes del nuevo mundo y nuestra nueva vida. Mi madre había soñado con un nuevo y revolucionario sistema en el que un retrovirus fabricado mediante ingeniería genética iba a conducir los genes a las células de los pacientes o de los sujetos de experimentación. En las instalaciones secretas de Wyvern, un equipo de científicos de primera clase había llevado a cabo su idea. Los nuevos microbios de chicos trabajadores constituyeron un éxito mucho más espectacular de lo que nadie hubiera podido esperar.

– Entonces aparece Godzilla -dijo Bobby.

Los nuevos retrovirus, aunque debilitados, demostraron ser tan inteligentes que no sólo eran capaces de llevar su paquete de material genético, sino que seleccionaban un paquete del ADN del paciente -o de los animales de laboratorio- para reemplazar a los que ellos distribuían. Aquello los convertía en mensajeros de ida y vuelta, al transportar material genético al cuerpo y fuera del cuerpo.

Además eran capaces de capturar otros virus presentes en el cuerpo de los sujetos, seleccionar las características de aquellos organismos y rehacerlos. Mutaban con mayor rapidez que cualquier microbio lo había hecho antes. Mutaban tan rápido, que en cuestión de horas se transformaban en algo nuevo. También eran capaces de reproducirse, a pesar de haber sido debilitados.

Antes de que en Wyvern nadie se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, las nuevas bacterias de mi madre estaban transportando tanto material genético fuera de los animales de experimentación como al interior de ellos, y trasladando dicho material no sólo entre los diferentes animales, sino también entre los científicos y demás trabajadores del laboratorio. El contagio no sólo es por contacto sino también a través de los fluidos corporales. Un contacto con la piel es suficiente para que se lleve a cabo la transferencia si tienes una pequeña herida o una escoriación: un cortecito, una heridita al afeitarte.

En los próximos años todos nos vamos a contagiar con un nuevo ADN diferente al de los demás. El efecto será también diferente en cada caso. Algunos de nosotros no cambiaremos de un modo que pueda apreciarse, porque recibiremos tantos fragmentos de tantas fuentes que no se producirá un efecto acumulativo. Cuando nuestras células mueran, el material introducido podrá o no podrá aparecer en las nuevas células que las reemplacen. Pero algunos de nosotros se transformarán en monstruos tanto desde el punto de vista físico como mental.

Parafraseando a James Joyce: se oscurecerá, tinct-tint, todo nuestro mundo animal. Oscurecido con extraña diversidad.

Ignoramos si el cambio será rápido, si los efectos serán visibles o si el secreto saldrá a la luz junto con la labor del retrovirus, o si se tratará de un proceso sutil que requerirá años o siglos. No nos queda más remedio que esperar y ver. Mi padre creía que el problema no se iba a extender del todo debido a un fallo en la teoría. Creía que los de Wyvern -que probaron las teorías de mi madre y las desarrollaron hasta poder producir los actuales organismos- eran más culpables que ella, porque las cambiaron de una forma que aunque pudiera parecer sutil al principio, pudo comprobarse que el resultado final era calamitoso.

Mirándolo bien, mi madre destruyó el mundo que conocemos, pero después de todo sigue siendo mi madre. Hizo lo que hizo por amor, con la esperanza de salvarme la vida. La quiero mucho más que antes, y sorprende que pudiera ocultar su terror y su angustia durante los últimos años de su vida, después de darse cuenta de qué clase de nuevo mundo se estaba acercando.

Mi padre no estaba convencido del todo de que se suicidara, pero en sus notas, admite la posibilidad. Cree más en el asesinato. Aunque la plaga se haya extendido con rapidez -con demasiada rapidez- para poder contenerla, mamá quería hacer pública la situación. Quizá fue silenciada. Tanto si se suicidó como si intentó enfrentarse a los militares y al gobierno, no importa, porque ya no está.

Ahora que comprendo mejor a mi madre, sé dónde encuentro la fuerza -o la voluntad obsesiva- para reprimir mis emociones cuando son demasiado difíciles de soportar. Y voy a intentar cambiar esto. No sé por qué no debería ser capaz de hacerlo. Después de todo es lo que va a suceder en el mundo: cambio. Un cambio inexorable.

Aunque algunos me odien por ser hijo de mi madre, se me permite vivir. Mi padre no estaba seguro de la razón por la cual gozaba de esta dispensa, considerando la naturaleza salvaje de algunos de mis enemigos. Sospechaba, sin embargo, que mi madre utilizaba fragmentos de mi material genético para diseñar ese virus apocalíptico; quizá la clave para detener o al menos limitar la calamidad se encuentre en mis genes. Me hacen análisis de sangre mensuales, como ya he dicho, por razones relacionadas con el XP que se estudian en Wyvern. A lo mejor soy un laboratorio ambulante: albergo el potencial que inmuniza contra la plaga o la clave de lo que provocará terror y destrucción. Mientras mantenga el secreto de Moonlight Bay y viva según las reglas de los contagiados, lo más probable es que siga vivo y libre. Por otro lado, si intento contárselo al mundo, no hay duda de que viviré hasta el final de mis días en la oscura habitación de alguna cámara subterránea, bajo los campos y las colinas de Fort Wyvern.

Además, papá temía que me llevaran, más pronto o más tarde, para encerrarme y asegurarse de un continuo suministro de muestras de sangre. Y yo tendré que vivir con esta amenaza. El domingo por la mañana y a primeras horas de la tarde, cuando la tormenta ya había pasado, de los cuatro sólo Sasha no se despertó de una pesadilla.

Después de cuatro horas en la cama, bajé a la cocina de Sasha y me senté con las persianas corridas. Durante un rato, bajo la débil luz, estudié las palabras Instrucción Secreta del gorro, preguntándome qué relación tendrían con el trabajo de mi madre. Aunque no podía saber su significado, sentí que Moonlight Bay no era el camino directo al infierno, como Stevenson había asegurado. Nos dirigíamos hacia un misterioso destino que no podíamos entrever del todo: quizá prodigioso, o quizá mucho peor que las torturas del infierno.

Después me puse a escribir a la luz de las velas. Quiero contar todo lo que suceda el tiempo que me quede.

No espero ver publicado este trabajo. Quienes desean que la verdad de Wyvern permanezca oculta, nunca me permitirían publicarlo. Stevenson tenía razón: es demasiado tarde para salvar el mundo. De hecho es el mismo mensaje que Bobby me ha estado transmitiendo durante nuestra larga amistad.

Aunque ya no escriba nada más que pueda publicarse, es importante tener un relato de la catástrofe. El mundo tal como lo conocemos no debería desaparecer sin la explicación de la transición que le reserva el futuro. Somos una especie arrogante, llena de un terrible potencial, pero también poseemos una gran capacidad para el amor, la amistad, la generosidad, la bondad, la fe, la esperanza y la alegría. Cómo sucumbamos por nuestra culpa puede ser más importante que cómo hemos llegado a existir, que es un misterio que nunca resolveremos.

Debo relatar deprisa todo lo que sucede en Moonlight Bay y, por extensión, en el resto del mundo cuando se extienda el contagio, aunque relatarlo sea una futilidad, porque un día quizá ya no quedará nadie que lea mis palabras o que sea capaz de hacerlo. Correré el riesgo. Si fuera jugador, apostaría que algunas especies saldrán del caos, nos reemplazarán y se adueñarán de la tierra como nosotros lo hicimos. Y si fuera jugador, apostaría mi dinero por los perros.

El domingo por la noche el cielo era tan profundo como la faz de Dios y las estrellas, más puras que lágrimas. Los cuatro fuimos a la playa. Unos monolitos cristalinos de más de cuatro metros llegaban incesantemente procedentes de Tahití. Fue épico. Y palpitante.

Nota del autor

La emisora de radio de Moonlight Bay, KBAY, es una empresa de ficción. La KBAY real se encuentra en Santa Cruz, California, y ninguno de los personajes empleados en la emisora de Moonlight Bay del relato se basa en ningún empleado del pasado o del presente de la emisora de Santa Cruz. Las letras de identificación de la emisora se han tomado prestadas por una razón: son llamativas.

En el capítulo 17, Christopher Snow alude a un verso de un poema de Louise Glück. El título del poema es «Lullaby», del hermoso libro Ararat.

Christopher Snow, Bobby Halloway, Sasha Goodall y Orson son reales. He pasado con ellos varios meses. Me agrada su compañía, y deseo pasar mucho más tiempo con ellos en los años venideros.

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