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– Stacey no es nombre de árbol.

Rebus negó con la cabeza.

– Pero Santal sí. Significa madera de sándalo. Yo creía que era simplemente el nombre de un perfume, y resulta que es un árbol… -Meneó la cabeza pensando en el enrevesado montaje de Stacey Webster-. Y dejó la tarjeta del banco de Trevor Guest -añadió- porque quería estar segura de que nos constaba el nombre para despistarnos. Una fantástica cortina de humo, como dijo Gilreagh.

Siobhan volvió a fijar su atención en el tablero buscando fallos en el organigrama.

– Entonces, ¿qué le ocurrió a Ben? -preguntó al fin.

– Puedo decirte lo que pienso.

– Adelante -dijo ella cruzando los brazos.

– Los vigilantes del castillo creyeron ver a un intruso. Yo imagino que sería Stacey. Ella sabía que su hermano estaba allí y estaría deseando contárselo. Debió de enterarse a través de Steelforth de que estábamos investigando y pensó que había llegado el momento de compartir la noticia de sus hazañas con su hermano. Para ella la muerte de Guest era el final del duelo, y por Dios que se aseguró de que pagara sus crímenes mutilando su cuerpo. Se recreó en el alarde de burlar la guardia del castillo y tal vez envió un mensaje a Ben para que saliera a verse con ella. Le contó todo…

–  ¿Y él se tira al vacío?

Rebus se rascó la nuca.

– Yo creo que ella es la única que puede aclarárnoslo. De hecho, si actuamos bien, Ben Webster va a ser el factor crucial para obtener una confesión. Piensa lo mal que debe de sentirse ella habiendo muerto toda su familia, cuando, además, lo único que iba a servirle para estar más unida a su hermano, según ella, fue la causa de su muerte. Y toda la culpa es suya.

– Pues supo ocultarlo divinamente.

– Sí, tras las máscaras que utiliza -asintió Rebus-. Las diversas facetas de personalidad.

– No te pases -replicó Siobhan-, que empiezas a hablar igual que Gilreagh.

Rebus se echó a reír, pero reprimió su desahogo inmediatamente y volvió a rascarse la cabeza y a pasarse la mano por el pelo.

– ¿Crees que tiene sentido?

Siobhan infló las mejillas y expulsó aire.

– Tengo que pensarlo un poco más. Quiero decir que, expuesto de este modo en el tablero, sí que veo que tiene cierto sentido. Pero no sé cómo podremos probar nada.

– Empezaremos con lo que ocurrió con Ben.

– Muy bien, pero si ella lo niega, nos quedamos en la inopia. Tú mismo acabas de decirlo, John; ella se escuda en diversas máscaras y en cuanto le mencionemos a su hermano puede adoptar una de ellas.

– Hay un modo de averiguarlo -dijo Rebus, que tenía en la mano la tarjeta de Stacey con el número del móvil.

– Piénsalo bien -le previno Siobhan-, porque en cuanto la llames la estarás poniendo en guardia.

– Pues vamos a Londres.

– ¿Y estamos seguros de que Steelforth nos dejará hablar con ella?

Rebus reflexionó un instante.

– Claro, Steelforth… -dijo con voz queda-. Es curioso lo rápido que la mandó volver a Londres, ¿no? Como si supiera que andábamos tras sus pasos.

– ¿Tú crees que él lo sabe?

– En el castillo había cámaras de seguridad y él me dijo que no aparecía nada en la grabación, pero ahora que lo pienso…

– No podremos lograr que nos deje verla -alegó Siobhan-. Que uno de sus agentes sea un asesino, y máxime que se haya cargado a su hermano, no es muy buena publicidad para su departamento.

– Lo que significa que estará dispuesto a negociar.

– ¿Y qué es lo que vamos a negociar con él exactamente?

– El control -respondió Rebus-. Nosotros dejamos en sus manos la solución y si se niega, vamos a ver a Mairie Henderson.

Siobhan reflexionó casi un minuto sobre las alternativas y en ese momento vio que Rebus abría los ojos exageradamente.

– Y ni siquiera hace falta ir a Londres -dijo.

– ¿Por qué no?

– Porque Steelforth no está allí.

– ¿Dónde está?

– A dos pasos de nosotros -contestó Rebus, comenzando a borrar el tablero.

* * *

A dos pasos; es decir, un cuarto de hora en coche en dirección oeste.

Durante el trayecto se dedicaron a repasar la hipótesis de Rebus. Trevor Guest se larga de Newcastle; tal vez por alguna deuda de droga; el mejor destino: un viaje rápido al campo; busca pero no encuentra droga y, sin dinero, recurre a su especialidad: el robo en las casas. Pero la señora Webster está dentro y él la mata. Huye presa del pánico a Edimburgo y allí serena su culpabilidad trabajando con ancianos, con gente como la mujer que ha asesinado. No ha habido agresión sexual porque a él le gustan jovencitas.

Mientras, Stacey Webster, conmocionada por la muerte de su madre, cae en el desconsuelo al morir poco después su padre. Gracias a sus conocimientos policiales sigue la pista del culpable, pero está en la cárcel. No tarda en salir. Dado el tiempo que dedica a su venganza, encuentra a Guest en Vigilancia de la Bestia, junto con otros como él, y elige a sus víctimas según una distribución geográfica de fácil acceso para ella según sus misiones. Por su caracterización de joven contracultural tiene acceso a la heroína. ¿Hizo confesar a Guest antes de matarlo? Es una cuestión sin importancia, porque por entonces ya ha matado a Eddie Isley. Añade una tercera víctima para reforzar la idea de un asesino en serie y hace un alto, sin grandes remordimientos, porque según su punto de vista lo que ha hecho es limpiar de escoria la sociedad. Los planes del SOI2 para el G-8 la llevan a la Fuente Clootie y considera que es el paraje idóneo; alguien irá allí y descubrirá las señales, y para mayor seguridad deja entre ellas un nombre…, el único nombre que importa. No la descubrirán. Es el crimen perfecto. O casi…

– Tengo que admitir que es plausible -dijo Siobhan.

– Porque es lo que sucedió. Piensa que la verdad casi siempre tiene sentido, Siobhan.

Circularon a buena velocidad por la M8 y entraron en la A82. El pueblo de Luss estaba junto a la carretera en la orilla oeste del Loch Lomond.

– Aquí rodaron Take the High Road -comentó Rebus.

– Es una de las pocas series que no he visto.

Por el carril contrario pasaban coches y más coches.

– Hoy debe de haber acabado el partido -comentó Siobhan-. Tendremos que volver mañana.

Pero Rebus no se daba por vencido. El club de golf de Loch Lomond era exclusivamente para socios, y por la celebración del Open se habían reforzado las medidas de seguridad, por lo que los vigilantes de la entrada verificaron minuciosamente sus respectivos carnés de policía y examinaron los bajos del coche con un espejito acoplado a un mango.

– Después de lo del jueves no se puede correr riesgos -comentó el vigilante devolviéndoles los carnés-. En la sede del club les darán razón del comandante Steelforth.

– Gracias -dijo Rebus-. Por cierto, ¿quién va ganando?

– Hay empate entre Tim Clark y Maarten Lafeber, a menos de quince. Tim dio menos de seis golpes hoy. Pero Monty está bien clasificado con menos de diez. Mañana será apoteósico.

Rebus dio las gracias al vigilante y puso la marcha del Saab.

– ¿Te has enterado de algo? -preguntó a Siobhan.

– Sólo sé que Monty es Colin Montgomery.

– Estás tan informada como yo sobre el tradicional deporte real.