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– Espero por todos los santos que no sea la televisión -comentó Macrae.

– No hay mucho que ver, aun suponiendo que fuese. Perdone que le hayamos hecho venir de Glenrothes, señor. ¿Qué tal va Sorbus?

Operación Sorbus: el dispositivo policial para la semana del G-8. A Rebus le había sonado como un producto que echan al té en lugar de azúcar los que hacen dieta, pero Siobhan le explicó que era un tipo de árbol.

– Estamos preparados para cualquier eventualidad -replicó Macrae enérgico.

– Salvo ésta, quizá -se sintió obligado a añadir Rebus.

– Todo puede esperar hasta la próxima semana, John -musitó su jefe.

Macrae siguió la mirada de Rebus y vio que se aproximaba un coche. Un Mercedes plateado con cristal opaco en las ventanillas traseras.

– Probablemente el helicóptero no era de la televisión -comentó Rebus para información de Macrae.

Estiró el brazo hasta el asiento del pasajero de su coche y cogió los restos de un panecillo relleno. Jamón con ensalada. El jamón se lo había tragado.

– ¿Qué demonios es esto? -exclamó Macrae entre dientes.

El Mercedes frenó junto a una de las furgonetas de la científica. Se abrió la puerta del conductor, bajó éste, dio la vuelta al coche y abrió la portezuela del lado del pasajero. El recién llegado tardó unos instantes en bajar. Era alto y delgado y ocultaba sus ojos con gafas de sol. Mientras se abrochaba los tres botones de la chaqueta escrutó las dos furgonetas blancas y los tres coches sin distintivo de la policía. Finalmente, alzó la vista al cielo, dijo algo al chófer y se alejó del coche, pero en vez de ir hacia Rebus y Macrae se acercó al tablero de información turística sobre la Fuente Clootie, mientras el conductor volvía a sentarse al volante sin dejar de mirar a Rebus y a Macrae. Rebus hizo una mueca y le lanzó un besito como de satisfacción por quedar a la espera de que el recién llegado se dignara presentarse. También en este caso sabía de qué clase de individuo se trataba: frío y calculador, haciendo gala de su poder. Tenía que ser de algún departamento de seguridad en respuesta al aviso del helicóptero.

Macrae estalló al cabo de unos segundos. Se dirigió a zancadas hacia el desconocido y le preguntó quién era.

– Soy del SOI2, ¿quién demonios es usted? -replicó el hombre en tono mesurado.

Tal vez no había asistido a las reuniones sobre colaboración amistosa. Tenía acento inglés, advirtió Rebus. Era lógico. El SOI2 era un departamento especial con sede en Londres. Puerta con puerta con el de los espías.

– Vamos a ver -prosiguió, sin dejar de simular que estaba leyendo el cartel-, yo sé quién es usted. Es de Homicidios. Y esas furgonetas son de la científica, y en ese claro hay unos hombres con mono blanco protector efectuando un minucioso examen de los árboles y el suelo. -Se volvió finalmente hacia Macrae, se llevó la mano a la cara y se quitó las gafas de sol-. ¿Voy bien?

Macrae había enrojecido de furor. Durante toda la jornada le habían tratado con la deferencia que merecía y ahora, aquello.

– ¿Me permite ver su tarjeta de identidad? -espetó.

El hombre le miró fijamente y esbozó una sonrisa torcida como diciendo: «¿Eso es cuanto tiene que decir?». Mientras metía la mano en el bolsillo interior sin molestarse en desabrocharse la chaqueta, desvió la mirada de Macrae hacia Rebus sin dejar de sonreír, como invitándole a que captara el mensaje, y esgrimió una cartera de cuero negra, que abrió para que Macrae la viera.

– Ahí tiene -dijo cerrándola de golpe-. Ahora ya sabe cuanto tiene que saber de mí.

– Es usted Steelforth -dijo Macrae con un carraspeo. Derrotado, se volvió hacia Rebus-. El comandante Steelforth está al mando de la seguridad del G-8 -dijo. Pero Rebus ya se lo había imaginado. Macrae se volvió hacia Steelforth-. Estuve esta mañana en Glenrothes invitado por el subdirector Finnigan. Y, ayer en Gleneagles… -añadió, dejando la frase en el aire al ver que Steelforth se apartaba y se acercaba a Rebus.

– No interrumpiré su tasa de colesterol, ¿verdad? -inquirió mirando el panecillo.

Rebus lanzó el eructo que creyó adecuado a la pregunta, y Steelforth le miró con ojos como ranuras.

– No todos podemos permitirnos un almuerzo a costa del contribuyente -replicó Rebus-. Por cierto, ¿qué tal se come en Gleneagles?

– No creo que tenga oportunidad de comprobarlo, sargento.

– No se equivoca, señor, pero su vista le engaña.

– Le presento al inspector Rebus -terció Macrae-. Yo soy el inspector jefe Macrae de Lothian y Borders.

– ¿De qué comisaría? -preguntó Steelforth.

– De Gayfield Square -contestó Macrae.

– De Edimburgo -añadió Rebus.

– Están muy lejos de su demarcación, caballeros -comentó Steelforth echando a andar por la senda.

– Mataron a un hombre en Edimburgo -dijo Rebus- y en la fuente se ha encontrado ropa suya.

– ¿Sabemos por qué?

– Voy a tratar de seguir la pista, comandante -añadió Macrae-. Cuando terminen los de la científica intervendremos de inmediato.

Iba pisando los talones a Steelforth y Rebus le seguía a la zaga.

– ¿No entra en el programa que algún presidente o primer ministro venga a hacer una ofrenda? -dijo Rebus.

Steelforth, en lugar de replicar, entró en el claro, pero el encargado del equipo de la científica le detuvo poniéndole la mano en el pecho.

– Ya está bien de pisotearlo todo -dijo con un gruñido.

– ¿Sabe quién soy? -replicó Steelforth mirando enfurecido aquella mano.

– Me importa un huevo, amigo. Si me deshace el escenario del crimen, aténgase a las consecuencias.

El del Departamento Especial se lo pensó un instante, pero finalmente retrocedió unos pasos hasta el borde del claro, mirando satisfecho lo que hacían. Sonó su móvil y contestó, apartándose de ellos para que no lo oyeran. Siobhan hizo un gesto inquisitivo y Rebus articuló sin voz «después» y sacó del bolsillo un billete de diez libras.

– Tenga -dijo dándoselo al del equipo científico.

– ¿Esto por qué?

Rebus hizo un guiño y el hombre se guardó el dinero, con un discreto «gracias».

– Siempre doy propina por servicios más allá del deber -comentó Rebus a Macrae.

Éste asintió con la cabeza, metió la mano en el bolsillo y le dio un billete de cinco libras.

– Vamos a medias -dijo el inspector jefe.

Steelforth volvió del claro.

– Asuntos más importantes me reclaman. ¿Cuándo habrán terminado aquí?

– Dentro de media hora -contestó uno de los del equipo científico.

– O más si es necesario -añadió la bestia negra de Steelforth-. El escenario del crimen es el escenario del crimen, al margen de cualquier otra consideración.

Igual que Rebus momentos antes, había comprendido enseguida el papel de Steelforth.

El del Departamento Especial se volvió hacia Macrae.

– Informaré al subdirector Finnigan y le diré que cuento con su plena colaboración y aquiescencia, ¿le parece?

– Lo que usted crea, señor.

Steelforth ablandó un tanto la expresión de su rostro y dio un codazo a Macrae.

– Me atrevería a decir que no ha visto todo lo que hay que ver. Pásese por Gleneagles cuando haya acabado aquí y yo le brindaré un recorrido «de verdad».

Macrae se derritió de gusto, como un crío el día de Navidad, pero recobró la compostura y se puso firme.

– Gracias, mi comandante.

– David para usted.

Agachado, como si estuviera buscando pruebas, a cierta distancia detrás de Steelforth, el encargado del equipo de la científica hizo un gesto exagerado metiéndose un dedo en la boca como si se atragantara.

* * *

La vuelta a Edimburgo la harían en tres coches. Rebus tembló pensando en lo que dirían los ecologistas. El primero en largarse fue Macrae, camino de Gleneagles. Rebus había pasado ya por delante del hotel. Mucho antes de llegar a Auchterarder, desde Kinross, se veían el edificio y los terrenos circundantes; miles de hectáreas con pocos indicios de vigilancia, salvo un tramo de valla que atisbo al llamarle la atención una estructura improvisada que imaginó que sería una torre de observación.