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– ¿Qué es lo que va a enseñarme? -preguntó.

– Paciencia. Un minuto más -comentó Barclay alzando un dedo-. Oiga, no sé cómo se llama.

– Rebus. Inspector Rebus.

– Yo hablé con sus compañeros cuando los hechos, ¿sabe? Quise que indagaran sobre Trevor Guest, pero creo que no hicieron nada. Yo era un muchacho, y ya me llamaban «raro». Coldstream es un pueblucho, inspector. Cuando no se es como ellos es difícil fingir.

– Sí, claro -comentó Rebus en lugar de preguntarle: «¿Qué demonios me está contando?».

– Ahora me va mejor. La gente ve lo que hago y aprecia el mérito de mi trabajo.

– ¿Cuándo vino a vivir a Kelso?

– Llevo aquí tres años.

– Pues ya debe de gustarle…

Barclay miró a Rebus y sonrió.

– Me da conversación, ¿no es eso? ¿Está nervioso?

– No me gustan los juegos -contestó Rebus.

– Pero yo sí sé a quién le gustan: al que dejó esos trofeos en la Fuente Clootie.

– En eso estamos de acuerdo -dijo Rebus, que estuvo a punto de caer y se arañó el tobillo.

– Tenga cuidado -dijo Barclay sin detenerse.

– Gracias -añadió Rebus cojeando tras él.

Pero el joven volvió a detenerse. Había una cadena y más abajo, al final, un chalé moderno.

– El paisaje es espléndido -comentó Barclay-. Y este lugar es bonito y tranquilo. Hay que llegar en coche por ahí -añadió señalando con el dedo la ruta- desde la carretera principal. Aquí es donde murió la mujer -dijo volviéndose de cara a Rebus-. Yo la vi en el pueblo y hablé con ella y fue una verdadera conmoción enterarnos de lo ocurrido. -Su mirada se hizo más penetrante al ver que Rebus no entendía-. Hablo del señor y la señora Webster -añadió entre dientes-. Sí, él murió después, pero aquí es donde fue asesinada su esposa. Ahí dentro -espetó señalando el chalé.

Rebus sintió falta de saliva. ¿La madre de Ben Webster? Sí, claro: aquellas vacaciones en un chalé de Borders. Recordaba las fotos del informe que había recopilado Mairie.

– ¿Quiere decir que la mató Trevor Guest?

– Él vino a vivir aquí unos meses antes y desapareció inmediatamente después. Algunos de los que bebían con él dijeron que era por un problema con la policía de Newcastle. A mí Trevor me acosaba por la calle porque yo era un jovenzuelo de pelo largo y pensaba que sabría dónde encontrar droga. -Hizo una pausa-. Luego, fui una noche con un amigo a Edimburgo a tomar una copa y me lo encontré.

Como había comunicado mis sospechas a la policía, al verle pensé que la investigación había sido una chapuza… -añadió mirando a Rebus con severidad-. ¡No lo investigaron!

– ¿Se lo encontró en aquel pub? -inquirió Rebus pensando a toda velocidad, palpitándole las sienes.

– Sí, y perdí los estribos. Tuve que desahogarme. Cuando después me enteré de que lo habían matado… sentí aún mayor desahogo, como si se hubiera hecho justicia, pues el periódico decía que había estado en la cárcel por robo y violación.

– Agresión sexual -replicó Rebus con voz débil. Una de tantas inexactitudes.

– Eso fue lo que hizo aquí. Entró a robar y mató a la señora Webster.

Y luego huyó a Edimburgo, con súbito arrepentimiento y dispuesto a ayudar a los ancianos y a los débiles. Gareth Tench tenía razón: algo le había sucedido a Trevor Guest. Algo que había cambiado su vida.

De dar crédito a lo que contaba Duncan Barclay.

– Él no la violó -replicó Rebus.

– ¿Cómo dice?

Rebus carraspeó y escupió saliva pastosa.

– La señora Webster no fue violada.

– No, porque era ya mayor, pero la de Newcastle era jovencita.

Efectivamente. Ya lo había dicho Hackman: «Le gustaban más bien jovencitas».

– Ya veo que le pesaba esta historia -dijo Rebus.

– ¡Y aún no me cree!

– Discúlpeme -añadió Rebus recostándose en un árbol y pasándose la mano por el pelo. Estaba sudando.

– Yo no puedo ser sospechoso -prosiguió Barclay- porque no conozco a las otras dos víctimas. Son tres muertos, no uno -añadió con énfasis.

– Exacto, no uno solo.

Un asesino a quien le gustan los juegos. Rebus pensó en la doctora Gilreagh: «Ruralismo y discrepancias».

– Supe que era una mala persona -dijo Barclay- desde el primer día que lo vi en Coldstream.

Trevor Guest, el asesino de la madre de Ben Webster.

El padre murió de pena, es decir, que Guest había matado a un matrimonio, fue a la cárcel por otro delito y había quedado en libertad. Y poco después el diputado Ben Webster muere al caer desde las murallas del castillo de Edimburgo.

«¿Ben Webster?»

– ¡Duncan! -se oyó gritar a lo lejos desde lo alto de la pendiente.

– ¡Debbie, estoy aquí! -exclamó Barclay comenzando a subir la cuesta.

Rebus le siguió con gran esfuerzo. Cuando él llegó a la pista de vehículos, Barclay y Debbie estaban abrazados.

– He venido a avisarte -oyó que decía la joven con la cara hundida en la cazadora de él-. No he encontrado a nadie que me trajera y como sabía que él vendría a por ti -dejó la frase en el aire al ver a Rebus, dando un grito y separándose de Barclay.

– Tranquila -dijo él-. El inspector y yo hemos estado hablando y creo que me ha hecho caso -añadió mirando a Rebus.

Rebus asintió con la cabeza y metió las manos en los bolsillos.

– Pero de todos modos tendrá que venir a Edimburgo -dijo- para que quede grabado cuanto me ha dicho, ¿sabe?

– Después de tanto tiempo será un placer -contestó Barclay con una sonrisa de desgana.

Debbie se alzó sobre la punta de los pies rodeándole la cintura con un brazo.

– No me dejes aquí. Yo voy contigo -dijo.

– El caso es que el inspector -dijo Barclay mirando a Rebus de reojo- me cree sospechoso, y tú serías mi cómplice.

La joven le miró estupefacta. Estrechó con más fuerza a Barclay y exclamó:

– ¡Duncan es incapaz de hacer mal a nadie!

– Ni a una cochinilla del bosque, diría yo -añadió Rebus.

– El bosque me ha protegido -dijo Barclay mirando a Rebus-. Por eso la rama que cogió antes se le deshizo en la mano -añadió con un guiño, y le dijo a Debbie-: ¿Seguro que quieres que nuestra primera cita formal sea en una comisaría de Edimburgo?

La joven respondió alzándose de nuevo sobre la punta de los pies y dándole un beso en la boca. De pronto, los árboles se mecieron movidos por la brisa.

– Volvamos al coche, muchachos -ordenó Rebus dando unos enérgicos pasos por la senda, hasta que Barclay le advirtió que aquel no era el camino.

* * *

Siobhan se dio cuenta de que aquel no era el camino.

No es que no fuera el camino, sino que dependía de adonde fuese; y ése era el problema: no se decidía. Probablemente iría a casa, pero, ¿qué le esperaba allí? Como ya estaba en Silverknowes Road, continuó hasta Marine Drive y estacionó junto al bordillo.

Había más coches aparcados por ser un lugar concurrido los fines de semana para contemplar las vistas al Firth of Forth. Había gente paseando el perro y comiendo bocadillos. Un helicóptero que ascendía para efectuar uno de sus recorridos turísticos le recordó de pronto el que les llevó a Gleneagles. Un año, el día del cumpleaños de Rebus, ella le regaló un billete para aquel recorrido, pero pensaba que no había llegado a utilizarlo.

Estaría a la espera de noticias sobre Denise y Gareth Tench. Ellen Wylie había prometido llamar a Craigmillar para que fuesen a su casa a tomarle declaración, lo que no impidió que ella reclamara el mismo trámite en cuanto salió del adosado de Cramond, casi decidida a ordenar que las detuvieran a las dos. Aún resonaba en sus oídos aquella risa de Wylie, algo más que simple producto de la histeria. Natural, tal vez, dadas las circunstancias, pero de todos modos… Cogió el móvil, respiró hondo y marcó el número de Rebus. Le contestó una grabación con voz de mujer: «En este momento no podemos atender su llamada. Por favor pruebe más tarde».