Así habló el importante personaje, el millonario que costeaba la erección de iglesias con una munificencia acomodada a la grandeza de su país natal -el mismo a quien los médicos prescribían una temporada de descanso con velados y terribles anuncios de ser inminente, en caso contrario, un accidente fatal. Era un hombre robusto y de expresión resuelta, cuya tranquila corpulencia comunicaba a una holgada levita con solapas de seda una dignidad opulenta. Su cabello era de color gris acerado; sus cejas se conservaban aún negras; y el enérgico perfil de su semblante recordaba el del busto de César en una moneda romana. Por sus venas corría sangre alemana, escocesa e inglesa con alguna mezcla remota de danesa y francesa; y, como consecuencia quizá de tan compleja prosapia, unía al temperamento de un puritano una ambición insaciable de conquistas. Se dignó entrar en una franca y completa discusión del negocio con su visitante, a causa de la encarecida y calurosa recomendación que había llevado de Europa y también por la influencia irresistible que sobre él ejercían la seriedad y la resolución dondequiera que tropezara con ellas, y fuera el que fuere el fin a que se enderezaran.
– El gobierno de Costaguana hará sentir su poder en todo lo que vale -no lo olvide usted, señor Gould. Ahora bien, ¿qué es Costaguana? El abismo sin fondo adonde han ido a sepultarse préstamos del diez por ciento y otras insensatas inversiones de dinero. Los capitalistas europeos lo han venido arrojando en él a dos manos. Pero no los de mi país. Nosotros sabemos quedarnos en casa cuando llueve. Podemos permanecer sentados y acechar la ocasión. Por supuesto, algún día llevaremos allí nuestra actividad financiera. Estamos obligados a hacerlo. Pero no hay prisa. Cuando le llegue su hora al mayor país del universo, tomaremos la dirección de todo; industria, comercio, legislación, prensa, arte, política y religión desde el cabo de Homos hasta el estrecho de Smith… y más allá, si hay algo que valga la pena en el polo norte. Y entonces tendremos tiempo de extender nuestro predominio a todas las islas remotas y a todos los continentes del globo. Manejaremos los negocios del mundo entero, quiéralo éste o no. El mundo no puede evitarlo… y nosotros tampoco, a lo que imagino.
Con lo dicho quiso expresar su fe en el destino en términos acomodados a su mentalidad, del todo inexperta en la exposición de ideas abstractas y generales. Su inteligencia se había nutrido de hechos; y Carlos Gould, cuya imaginación se hallaba dominada de un modo estable por el único gran hecho de la mina de plata, no tuvo objeción ninguna que oponer a esa teoría sobre la suerte futura del mundo. Si por un momento le había parecido desagradable, era porque la afirmación de tan vastas eventualidades empequeñecía, reduciéndolo casi a la nada, el asunto que traía entre manos. Sus planes, su persona y toda la riqueza minera de la Provincia Occidental aparecían de pronto despojadas de todo vestigio de magnitud. La impresión era molesta; pero Carlos Gould no tenía pelo de tonto. Ya había echado de ver que en el ánimo de Mr. Holroyd estaba causando favorable efecto; y la conciencia que tenía de este hecho tan halagüeño contrajo sus labios con una vaga sonrisa. Su corpulento interlocutor la interpretó por un signo de asentimiento discreto y de admiración. Sonrió él a su vez con sosiego; y al punto Carlos Gould, con la agilidad mental que suele desplegarse en defensa de una esperanza acariciada, reflexionó que la misma insignificancia aparente de su designio contribuiría a facilitarle la consecución de su fin. Se tomarían en consideración su persona y proyecto, porque al fin y al cabo no eran cosa de gran trascendencia para un nombre que aspiraba a realizar un destino tan prodigioso. Y Carlos Gould no se sintió humillado por ese pensamiento, porque a sus ojos la mina seguía conservando el valor de siempre. Ninguna concepción del destino, por vasta que fuera, era bastante poderosa a mermar su vehemente deseo de redimir la mina de Santo Tomé. En comparación con la juiciosa viabilidad de su empresa, definida en el espacio y perfectamente realizable en un tiempo limitado, el norteamericano se le representó por un momento como un soñador idealista sin importancia.
El gran hombre, robusto y afable, le contempló unos momentos con aire pensativo; y, cuando rompió el silencio, fue para comentar que las concesiones abundaban en Costaguana como la mala hierba. Cualquier pelafustán que lo deseara, podía obtener una concesión al primer intento.
– A nuestros cónsules les tapan la boca con ellas -continuó con un guiño de genial desdén en los ojos; pero; recobrando al punto su seriedad, añadió-: Un hombre concienzudo y recto, que desprecie los chanchullos, y se mantenga alejado de intrigas, conspiraciones y levantamientos, no tarda en recibir los pasaportes. ¿Ha reparado usted en ello, señor Gould? Persona non grata. Esa es la razón de que nuestro gobierno nunca se halle debidamente informado. Por otra parte, hay que aislar a Europa de este continente; y, para una intervención seria por nuestra parte, no ha llegado aún el tiempo, me atrevo a decir. Pero nosotros aquí no somos el gobierno de este país, ni tampoco unos papanatas. El negocio de usted está en regla. La principal cuestión para nosotros es si el segundo socio, y ese es usted, se considera capaz de defender su terreno contra el tercer socio, de quien hay que temerlo todo, y que es una u otra de las poderosas pandillas de ladrones que manejan el gobierno de Costaguana. ¿Qué piensa usted de esto, ¿eh?, señor Gould?
Inclinóse hacia adelante para clavar la mirada en los ojos impasibles del interrogado, el cual, recordando la gran caja llena de cartas de su padre, puso en el tono de su respuesta todo el desprecio y encono acumulados durante largos años:
– En lo que se refiere al conocimiento de esos hombres y de sus procedimientos y política, puedo asegurar que lo poseo. He venido adquiriéndolo desde que era un muchacho. No es probable que incurra en errores por exceso de optimismo.
– ¿Conque no es probable, eh? Perfectamente. Tacto y medir las palabras es lo que va usted a necesitar. Puede usted fanfarronear un tanto sobre los millones de la casa financiera que le guarda las espaldas. Pero no demasiado. Le secundaremos a usted mientras las cosas sigan un curso regular. Pero no queremos enredarnos en grandes conflictos. Ese es el ensayo que estoy dispuesto a hacer. Hay algún riesgo y le correremos; pero, si usted no puede sostenerse hasta el fin, soportaremos las pérdidas, por supuesto, y… nos retiraremos. Esa mina puede esperar; anteriormente ha estado abandonada, como usted sabe. Debe usted comprender que en ningún caso consentiremos en cambiar moneda buena por otra mala.
Así habló a la sazón el gran personaje, en su despacho particular de una ciudad populosa, donde otros hombres (de mucha influencia a los ojos del vulgo) aguardaban con avidez un mero gesto amistoso de su mano. Y algo más de un año después, durante su inesperada aparición en Sulaco, había expresado con énfasis su resolución de apoyar la empresa con la franqueza y sinceridad propias de un hombre tan serio e influyente. Y lo hizo en términos más expresivos, tal vez porque se había efectuado una visita de inspección a la mina, y sobre todo porque el modo con que se habían dado los pasos sucesivos a fin de preparar la explotación le habían infundido la convicción de que Carlos Gould poseía las cualidades necesarias para sacar adelante su proyecto. "Este individuo -se dijo interiormente- puede llegar a ser una potencia en el país."