Me alegro de las buenas noticias que me das de Janine. De momento, no hay que temer ese exceso de devoción que te preocupa en ella. Lo esencial es que su pensamiento se ha apartado de Phili. En cuanto a lo demás, ya vendrá por sí solo: ella pertenece a una raza que no ha sabido nunca abusar de las cosas mejores.
Hasta el martes, querida Genoveva.
Tu hermano que te quiere,
HUBERTO."
De Janine a Huberto
"Querido tío:
Quiero pedirte que sirvas de mediador entre mamá y yo. Se niega a confiarme el Diario del abuelo. Según ella, mi culto por él no resistiría una lectura semejante. Si tiene tanto interés en que aparte de mí este querido recuerdo, ¿por qué me repite a diario: " No puedes suponer lo que dice de ti. Ni tu rostro se salva…"? Me asombra más aún la prisa con que me dio a leer la dura carta en que tú comentabas ese Diario…
Cansada de mi insistencia, mamá me ha dicho que me lo dejaría leer si a ti te parecía bien, y que se limitaría a lo que tú dijeras. Acudo, pues, a tu espíritu de justicia.
Permíteme que, en primer lugar, prescinda de la primera objeción que a mí respecta. Por implacable que el abuelo se haya podido mostrar en ese documento conmigo, estoy segura de que no me juzga tan mal como lo hago yo misma. Estoy segura, sobre todo, de que su severidad no atañe a la desgraciada que vivió todo un otoño a su lado, hasta su muerte, en la casa de Cálese.
Perdóname, tío, que te contradiga en un punto esencial. Yo soy el unico testigo de la transformación que experimentaron los sentimientos del abuelo durante las últimas semanas de su vida. Denuncias su vaga y malsana religiosidad, y yo te afirmo que tuvo tres entrevistas -una a fines de octubre y dos en noviembre- con el señor cura párroco de Cálese, cuyo testimonio, no sé por qué, has rehusado. Según mamá, el Diario en que él anota los menores incidentes de su vida no hace alusión a estas tres entrevistas, lo que no hubiera dejado de hacer si hubiesen sido éstas el motivo de un cambio en su destino… Pero mamá dice también que el Diario está interrumpido a la mitad de una palabra. Es muy posible que la muerte sorprendiera a vuestro padre en el momento en que se disponía a hablar de su confesión. Sostendréis en vano que de haber sido absuelto habría comulgado. Yo sé lo que me repitió la antevíspera de su muerte. Obsesionado por su indignidad, el pobre hombre había decidido esperar a las Navidades. ¿Qué razón tienes para no creerme? ¿Por qué hacer de mí una alucinada? Sí, la antevíspera de su muerte, el miércoles; le oigo aún, en el salón de Cálese, hablarme de aquellas Navidades tan deseadas, con una voz llena de angustia o tal vez velada ya…
Tranquilízate, tío; no pretendo hacer de él un santo. Te recuerdo que fue un hombre terrible, y, algunas veces, incluso espantoso. Esto no impide que una luz admirable llegara a él en sus últimos días y que él, él solo, en ese instante, fue quien me cogió la cabeza entre las manos, quien me hizo desviar a la fuerza mi mirada…
¿No crees que vuestro padre hubiera sido otro hombre si vosotros hubieseis sido diferentes? No me acuses de lanzarte la piedra. Conozco tus cualidades, sé que el abuelo se mostró cruelmente injusto contigo y con mamá. Pero la desgracia de todos nosotros fue que nos considerara cristianos ejemplares… No protestes. Después de su muerte, he tratado a personas que pueden tener sus defectos, sus debilidades, pero que proceden según su fe, que se mueven en plena gracia. Si el abuelo hubiera vivido entre ellos, ¿no habría descubierto, al cabo de tantos años, ese puerto al que no pudo llegar hasta la víspera de su muerte?
Un momento aún. No pretendo abrumar a nuestra familia en favor de su jefe implacable. No olvido, sobre todo, que el ejemplo de la pobre abuela hubiera podido bastar para abrirle los ojos si, durante mucho tiempo, no hubiese preferido saciar su rencor. Pero déjame decirte por qué le doy finalmente la razón contra nosotros: donde estaba nuestro tesoro se encontraba nuestro corazón. No pensábamos más que en la herencia amenazada. Ciertamente, no habrían de faltarnos las excusas. Tú eres un hombre de negocios, y yo una pobre mujer… Esto no impide que, salvo en la abuela, nuestros principios permanecieran separados de nuestra vida.
Nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros actos, no fijaban ninguna raíz en esta fe a la que nos adheríamos con palabras. Nos habíamos consagrado con todas nuestras fuerzas a los bienes materiales, mientras el abuelo… ¿Me comprenderías si te afirmara que allí donde estaba su tesoro no estaba su corazón? Juraría que el documento cuya lectura se me niega sobre este particular ha de aportar un testimonio definitivo.
Espero, querido tío, que me comprenderás; aguardo confiada tu respuesta…
JANINE."
Fin
El autor y su obra.
Hijo de una familia burguesa de terratenientes y de importantes comerciantes establecidos en Burdeos, Francia, nació el que había de ser célebre novelista Francois Mauriac, el 11 de octubre de 1885. "Los intensos olores y colores de su tierra meridional -escribe su biógrafo M. Mourre- habrían de ser no sólo elementos escénicos de su producción novelesca, sino también un personaje esencial de ésta. Cristiano, desarrolló en el seno del catolicismo al ritmo de las fiestas litúrgicas, su inteligencia y, más aún, su sensibilidad y su misma sensualidad: el Dios de Mauriac, ya como vocación o bien como punto de contradicción, es, ante todo, una divinidad presente a los sentidos." El padre de nuestro autor, no obstante, era ateo. Falleció en 1886, o sea, cuando Franjáis contaba un año. El muchacho fue educado, junto con sus tres hermanos y una hermana, por su madre, católica ferviente y severa. Sus estudios primarios los realizó con las monjas de la Sagrada Familia y, después, en el colegio de los marianistas Grana Lebrun. De este último pasó al Instituto de Segunda enseñanza de la misma ciudad de Burdeos, donde fue uno de los alumnos más brillantes. En aquella época sus lecturas preferidas eran Racine, Pascal, Baudelaire y Rimbaud, a pesar de no ser estos dos últimos admitidos en los textos escolares. Ya en la Facultad de Letras, siguió los cursos de Camille Julián y de Fortunat Strowski, hasta obtener la licenciatura en letras en 1906. En París, superó las pruebas de la Escuela de Chartres. Empero, con el propósito ya de consagrarse únicamente a la literatura, se apartó algunos meses después de los estudios universitarios. Empezó por colaborar en revistas de escasa circulación, y publicó un volumen de poesías, Las manos juntas, que mereció un artículo de crítica elogioso por parte de Maurice Barres. Un año más tarde dio a luz otra colección de poesías, El adiós a la adolescencia. En aquel entonces se relacionaba con Francis Jammes y Roben Vallery-Radot, católico intransigente. Con André Lafon, éste ya amigo en Burdeos, fundó en 1912 la revista Les Cahiers, y en el mismo año publicaba su primera novela El muchacho cargado de cadenas. En 1913 contrajo matrimonio con la hija de un tesorero de la Administración departamental, y daba a luz otra obra, La vestidura como pretexto. Movilizado cuando la guerra del 14, fue enviado a Salónica. Tras el armisticio, reanudó su labor literaria con La carne y la sangre y, a continuación, con Precedencias. Pero, no es hasta la aparición en 1922 de su novela El beso del leproso que alcanza la celebridad, confirmada tres años después, o sea en 1925, por la Academia Francesa al concederle el Gran Premio de la Novela por su obra El desierto del amor. Sumando nuevos éxitos y otras distinciones, año tras año, su producción literaria se ha hecho mucho más extensa e ininterrumpida, hasta llegado el día de hoy en que nuestro autor linda sus ochenta y cuatro años. Sin embargo, aunque Mauriac haya publicado nuevas colecciones de poesías, multitud de artículos periodísticos, biografías, libros de recuerdos y de meditación, y ensayos religiosos y críticos, amén de haber pronunciado numerosísimas conferencias, su ancha y honda influencia sobre grandes masas de lectores se debe, sobre todo, a su producción novelística. De ésta, además de los títulos ya citados, son las más famosas y significativas de su talento Nudo de víboras, El río de fuego, Genitrix, Teresa Desqueyroux, El fin de la noche, Lo que estaba perdido, El misterio de Frontenac, Los ángeles negros, Los caminos del mar, La farisea, El simio y Galilai. Al margen de su quehacer puramente literario, sus actividades -aunque siempre como único instrumento su pluma de escritor- han adquirido, muchas veces, una significación muy acusada. Francois Mauriac, rebelde a cualquier compromiso permanente con una ideología o partido, sean cuales fueren, sólo en virtud de una exigencia espiritual y al servicio de lo que juzga la única justicia, siempre ha permanecido en la oposición. Así es como se ha situado ora contra los comunistas y, luego o al mismo tiempo, contra los demócratas-cristianos, contra los conservadores o contra los progresistas, contra los derechistas o contra los izquierdistas. Hasta el extremo de atraerse el odio de unos u otros, incluso de los que poco antes eran sus más incondicionales seguidores; en tanto que se sumaban a sus adictos muchos de aquellos que, con más saña, le combatían el día antes. Todo ello por igual en todos los sectores de la vida nacional francesa e, incluso, del extranjero. Circunstancias las señaladas que han permitido que nuestro autor se revelara como poseedor de extraordinarias dotes polémicas.