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– Oh, es idéntico a como me contó mi amigo -dijo Ruth-. Es bello de verdad.

Nos envolvía el silencio, y cuando echamos a andar hacia el barco empezamos a oír el chapoteo bajo nuestras suelas. Y al poco me di cuenta de que mis pies se hundían bajo las matas de hierba.

– Muy bien, ya no vamos a ir más allá -dije en voz alta.

Ruth y Tommy, que estaban a mi espalda, no pusieron objeción alguna, y cuando miré por encima del hombro vi que Tommy volvía a tener a Ruth cogida del brazo. Pero era obvio que lo hacía para que pudiera apoyarse en él. Di unas cuantas zancadas hacia el tronco más cercano, donde el terreno era más firme, y me agarré a él para mantener el equilibrio. Siguiendo mi ejemplo, Tommy y Ruth fueron hasta otro tronco muerto, hueco y más consumido que el mío, situado detrás de mí, a unos pasos a mi izquierda. Y desde allí contemplamos el barco encallado. Vi que la pintura del casco se estaba desconchando, y que la pequeña cabina de madera se estaba viniendo abajo. La pintura había sido un día azul celeste, pero ahora, por efecto del sol, parecía casi blanca.

– ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? -dije.

Había alzado la voz para que Ruth y Tommy me oyeran, e imaginaba que al poco me llegaría el eco. Pero mi voz sonó sorprendentemente cercana, como si estuviéramos en un recinto alfombrado.

Entonces oí que Tommy decía a mi espalda:

– Puede que ahora Hailsham tenga un aspecto parecido, ¿no os parece?

– ¿Por qué iba a ser como esto? -dijo Ruth, en tono de verdadera turbación-. No tiene por qué convertirse en una ciénaga sólo porque lo hayan cerrado.

– Supongo que no -dijo Tommy-. No tiene por qué. Pero ahora siempre me imagino así Hailsham. No tiene lógica, lo sé. El caso es que esto es bastante parecido a la imagen de Hailsham que tengo en la cabeza. Sólo que allí no hay barco, claro. Y, bien pensado, tampoco estaría tan mal si ahora estuviera como esto.

– Qué extraño -dijo Ruth-, porque la otra mañana tuve un sueño. Soñé que estaba en el Aula Catorce. Sabía que habían cerrado Hailsham, pero allí estaba yo, en el Aula Catorce, y miraba por la ventana y todo lo que alcanzaba mi vista estaba inundado. Era como un lago gigante. Y veía desperdicios flotando bajo la ventana, envases vacíos, todo tipo de cosas. Pero no tenía ninguna sensación de pánico ni nada parecido. Todo era bonito y estaba tranquilo, como esto. Sabía que no estaba en peligro, que Hailsham estaba así sólo porque lo habían cerrado.

– ¿Sabéis? -dijo Tommy-. Meg B. estuvo un tiempo en nuestro centro. Ahora ya no está, se fue al norte, a no sé qué sitio. Para su tercera donación. No me he enterado de cómo le ha ido. ¿Alguna de vosotras lo sabe?

Negué con la cabeza, y cuando vi que Ruth no decía nada me volví para mirarla. Al principio me pareció que seguía mirando el barco, pero luego vi que tenía la mirada fija en la estela vaporosa de un avión que, a lo lejos, surcaba el cielo lentamente hacia lo alto. Y le oí decir:

– Os diré algo que he oído. De Chrissie. He oído que Chrissie ha «completado». En la segunda donación.

– Yo he oído lo mismo -dijo Tommy-. Debe de ser verdad. He oído exactamente lo mismo. Una lástima. También para ella era sólo la segunda. Me alegro de que no me haya pasado a mí.

– Creo que sucede muchas más veces de lo que nos dicen -dijo Ruth-. Mi cuidadora en el centro probablemente sabe que esto es cierto. Pero no lo dirá nunca.

– No existe esa gran conspiración sobre el asunto -dije, volviéndome hacia el barco-. A veces sucede. Ha sido muy triste lo de Chrissie. Pero eso no es lo normal. Hoy día son muy cuidadosos.

– Apuesto a que pasa muchas más veces de las que nos dicen -insistió Ruth-. Es una de las razones por las que no paran de trasladarnos de un sitio a otro entre donaciones.

– Un día me encontré con Rodney -dije-. No mucho después de que Chrissie «completara». Lo vi en esa clínica del norte de Gales. Le estaba yendo muy bien.

– Pero apuesto a que se sentía fatal por lo de Chrissie -dijo Ruth. Luego, volviéndose hacia Tommy, dijo-: No nos cuentan ni la mitad de la mitad, ¿sabes?

– La verdad -dije- es que no se lo había tomado demasiado mal. Estaba triste, como es lógico. Pero estaba bien. Llevaban un par de años sin verse, de todas formas. Me dijo que pensaba que a Chrissie eso no le habría quitado demasiado el sueño. Y supongo que él la conocía de sobra para saberlo.

– ¿Por qué iba a saberlo? -dijo Ruth-. ¿Cómo iba a saber él lo que sentía Chrissie? ¿Lo que Chrissie habría querido? No era él quien estaba en esa mesa de operaciones, tratando de aferrarse a la vida. ¿Cómo diablos iba a saberlo?

Aquel estallido de ira casaba mucho mejor con la Ruth de los viejos tiempos, y me hizo volverme de nuevo hacia ella. Puede que fuera sólo el fulgor airado de sus ojos, pero creí ver que su expresión para conmigo era adusta, dura.

– No puede ser bueno -dijo Tommy-. «Completar» a la segunda donación. No puede ser nada bueno.

– No creo que Rodney se sintiera bien -dijo Ruth-. No hablaste con él más que unos minutos. ¿Cómo puedes estar segura de nada si apenas cruzaste con él unas palabras?

– Ya -dijo Tommy-, pero si, como dice Kath, habían roto hacía…

– Eso no cambia las cosas -le cortó Ruth-. En cierto modo, podría haberlo hecho peor todavía.

– He visto mucha gente en la situación de Rodney -dije yo-. Acaban aceptándolo.

– ¿Cómo lo sabes? -dijo Ruth-. ¿Cómo diablos puedes saberlo? Sigues siendo cuidadora.

– Veo muchas cosas como cuidadora. Montones de cosas.

– No puede saberlo, ¿verdad, Tommy? No puede saber lo que es esto.

Durante un momento las dos miramos a Tommy, pero él siguió con la mirada fija en el barco. Y luego dijo:

– Había un tipo en mi centro. Siempre preocupado porque no lograría pasar de la segunda. Solía decir que lo sentía en los huesos. Pero todo salió bien. Acaba de superar la tercera, y está estupendamente. -Se llevó una mano a los ojos para protegérselos-. No fui un buen cuidador. Ni siquiera aprendí a conducir. Creo que por eso me llegó tan pronto el aviso para mi primera donación. Sé que no es como debería funcionar la cosa, pero así es como fue en mi caso. Y la verdad es que no me importa. Soy un donante bastante bueno, pero como cuidador era pésimo.

Nadie dijo nada durante un rato. Luego Ruth dijo, con voz más calma:

– Creo que fui una cuidadora bastante buena. Pero cinco años fueron suficientes para mí. Era un poco como tú, Tommy. Me vi más en mi piel cuando me convertí en donante. Me sentía bien. Al fin y al cabo, ¿no era eso lo que se suponía que teníamos que hacer?

No estaba segura de si esperaba o no que le respondiera. No lo había dicho en ningún tono de protagonismo, y era perfectamente posible que se tratara de una afirmación surgida del puro hábito, era de ese tipo de cosas que los donantes suelen decirse continuamente unos a otros. Cuando me volví de nuevo hacia ellos, Tommy seguía cubriéndose los ojos con la mano.

– Qué pena que no podamos acercarnos más al barco -dijo-. Quizá otro día, cuando esto esté más seco, podamos venir de nuevo a verlo.

– Estoy contenta de haberlo visto -dijo Ruth, con voz suave-. Es hermoso. Pero creo que ahora quiero que nos vayamos. Hace un viento muy frío.

– Al menos ya lo hemos visto -dijo Tommy.

Charlamos con mucha más libertad mientras volvíamos hacia el coche que en el trayecto de ida desde Kingsfield. Ruth y Tommy cambiaban impresiones sobre sus respectivos centros -la comida, las toallas, ese tipo de cosas-, y yo participé en todo momento en la conversación, pues no dejaban de hacerme preguntas sobre otros centros (si esto o lo otro era normal, etcétera). Ruth caminaba ahora con paso mucho más firme, y cuando llegamos a la valla y levanté la alambrada, ella apenas vaciló para pasar al otro lado.

Montamos en el coche; Tommy iba de nuevo en la trasera, y durante un rato todo pareció ir perfectamente bien entre nosotros. Tal vez -mirando hoy hacia atrás- se percibía en el aire como un barrunto de que alguien estaba callando algo, pero también es posible que hoy lo piense sólo por lo que sucedió después.

El modo en que empezó fue como una repetición de lo que nos había pasado antes. Salimos a la larga carretera desierta, y Ruth hizo un comentario sobre un cartel publicitario que acabábamos de pasar. Ni siquiera recuerdo el cartel; era una de esas enormes imágenes colocadas al borde de la carretera. Hizo el comentario casi para sí misma, y sin querer darle más importancia. Dijo algo como: «Oh, Dios mío, mirad eso. Parece como si trataran de descubrirnos algo nuevo».

Pero Tommy dijo desde el asiento trasero:

– Pues a mí me gusta. También ha salido en los periódicos. Creo que tiene algo.

Quizá yo había estado deseando tener de nuevo esa sensación: la de que Tommy y yo volviéramos a sentirnos muy unidos. Porque aunque el paseo hasta el barco no había estado mal, empezaba a sentir que, aparte de nuestro primer abrazo, y del momento en el coche de horas antes, Tommy y yo no teníamos demasiado que ver el uno con el otro. Sea como fuere, me oí decir:

– La verdad es que a mí también me gusta. Exige bastante más esfuerzo de lo que uno cree, hacer esos carteles.

– Cierto -dijo Tommy-. Alguien me dijo que lleva semanas y semanas organizarlo todo. Incluso meses. A veces trabajan toda la noche, día tras día, hasta que les sale bien.

– Es muy fácil -dije- criticar cuando pasas por delante de ellos en las carreteras.

– Es lo más fácil del mundo -dijo Tommy.

Ruth no dijo nada, y siguió mirando la carretera desierta que se extendía ante nosotros.

– Ya que estamos en el tema de los carteles -dije después de unos instantes-, os diré que hay uno que he visto cuando veníamos. Tiene que estar ya muy cerca. Esta vez estará en nuestro lado. Tiene que aparecer en cualquier momento.