– ¿De qué es? -preguntó Tommy.
– Ya lo verás. Aparecerá enseguida.
Miré a Ruth. No había ira en sus ojos, sólo una especie de recelo. También una suerte de esperanza, pensé, en que cuando el cartel apareciera fuera absolutamente inocuo (algo que nos recordara a Hailsham, algo de ese tipo). Podía ver todo esto en su semblante, en el modo en que no llegaba a reflejar ninguna expresión determinada, sino que fluctuaba de una a otra. Y todo ello sin dejar de mirar hacia el asfalto que tenía enfrente.
Aminoré la marcha y frené, y el coche se detuvo dando pequeños brincos sobre la áspera hierba del arcén.
– ¿Por qué paramos, Kath? -preguntó Tommy.
– Porque desde aquí lo ves mejor. Si nos acercamos más, tendremos que levantar mucho la vista.
Oí cómo Tommy se movía en el asiento trasero, tratando de lograr un ángulo de visión mejor. Ruth no se movió, y no estoy segura de que ni siquiera estuviera mirando el cartel.
– De acuerdo, no es lo mismo exactamente -dije al cabo de un momento-, pero me lo recordaba. Oficina de planta diáfana, gente elegante y risueña…
Ruth siguió en silencio, pero Tommy dijo desde su asiento:
– Ya caigo. Te refieres al sitio que fuimos a ver aquella vez.
– No sólo a ése -dije yo-. Se parece también muchísimo al anuncio aquel. Al que encontramos en el suelo. ¿Te acuerdas, Ruth?
– No estoy segura -dijo Ruth en voz baja.
– Venga, Ruth. Claro que te acuerdas. Estaba en una revista que nos encontramos en un sendero. Cerca de un charco. A ti te impresionó mucho. No hagas como que no te acuerdas.
– Creo que sí me acuerdo -dijo Ruth casi en un susurro.
Pasó un camión que provocó un leve bamboleo en nuestro coche y que nos ocultó fugazmente la valla publicitaria. Ruth agachó la cabeza, como si esperara que el camión fuera capaz de borrar la imagen del anuncio para siempre, y cuando pudimos verla de nuevo con claridad, no volvió a levantar la mirada.
– Es curioso -dije- recordar todo eso ahora. ¿Te acuerdas de lo que solías decir entonces? ¿Que algún día trabajarías en una oficina como ésa?
– Ah, sí, y por eso hicimos aquel viaje aquella vez -dijo Tommy, como si acabara de acordarse en ese momento-. Cuando fuimos a Norfolk. Fuimos a buscar a tu posible. Que trabajaba en una oficina.
– ¿No piensas a veces que tendrías que haber estudiado a fondo si era factible? -le dije a Ruth-. Muy bien, habrías sido la primera. La primera de la que cualquiera de nosotros habría oído decir que conseguía hacer algo semejante. Pero tú podrías haberlo conseguido. ¿No te has preguntado nunca qué habría pasado si lo hubieras intentado?
– ¿Cómo iba a intentarlo? -La voz de Ruth era apenas audible-. No era más que un sueño. Eso es todo.
– Pero si al menos hubieras estudiado más a fondo el asunto… ¿Cómo sabes que no era posible? Puede que te hubieran dejado.
– Sí, Ruth -dijo Tommy-. Quizá tendrías que haberlo intentado. Después de pasarte el día hablando de ello. Creo que Kath lleva un poco de razón.
– No es cierto que hablara tanto de ello, Tommy. Al menos yo no me acuerdo de haberme pasado el día hablando de ello.
– Tommy tiene razón. Tendrías que haberlo intentado. Luego podrías ver un cartel como éste y recordar que fue eso lo que un día quisiste hacer, y que al menos indagaste a fondo para ver si era factible.
– ¿Cómo iba a poder indagarlo?
Por primera vez, la voz de Ruth se había endurecido, pero luego dejó escapar un suspiro y volvió a agachar la mirada. Y Tommy dijo:
– No hacías más que hablar como si creyeras tener derecho a un tratamiento especial. En mi opinión, podrías haberlo conseguido. Podrías haberlo preguntado, al menos.
– De acuerdo -dijo Ruth-. Decís que tendría que haber estudiado a fondo la posibilidad de hacerlo. ¿Cómo? ¿Adonde habría tenido que acudir? No había forma alguna de hacerlo.
– Pero Tommy tiene razón -dije-. Si tú te creías especial, al menos tenías que haberlo preguntado. Tendrías que haber ido a ver a Madame y habérselo preguntado.
En cuanto dije esto -en cuanto mencioné a Madame-, me di cuenta de que había cometido un error. Ruth levantó la mirada hacia mí, y vi que una especie de triunfo iluminaba su cara. A veces se ve en las películas: una persona apunta a otra con una pistola, y el que sostiene el arma obliga al otro a hacer todo tipo de cosas. Entonces, de repente, la persona armada comete un error, hay una pelea, y la pistola está en la mano de la persona amenazada. Y esta segunda persona mira a la primera persona con un destello, una especie de expresión de «no puedo creer la suerte que tengo» que promete todo tipo de venganzas. Bien, pues así es como de pronto Ruth me estaba mirando, y aunque yo no había dicho nada sobre posibles aplazamientos, había mencionado a Madame, y sabía que había dado un traspié y me había adentrado en un terreno completamente nuevo.
Ruth vio mi pánico y giró sobre su asiento para mirarme directamente. Así que me preparé para su contraataque; me dije firmemente que, soltara lo que soltara para atacarme, las cosas ahora serían diferentes, y no se saldría con la suya como siempre había hecho en el pasado. Me estaba diciendo a mí misma todo esto, y no me esperaba en absoluto lo que ella me dijo a continuación.
– Kathy -dijo-. No espero que puedas perdonarme nunca. Ni siquiera veo ninguna razón por la que deberías hacerlo. Pero te lo voy a pedir, de todas formas.
Me sentí tan desconcertada ante esto que lo único que se me ocurrió decir fue bastante inane.
– ¿Perdonarte por qué? -dije.
– ¿Por qué? Para empezar, la forma en que siempre te mentí en lo de tus impulsos. Cuando me contabas, ¿te acuerdas?, que a veces te acuciaban tanto que querías hacerlo casi con cualquiera.
Tommy volvió a moverse a nuestra espalda, pero Ruth se inclinaba hacia mí y me miraba con fijeza, como si por un momento Tommy no estuviera en el coche con nosotras.
– Sabía cómo te preocupaba -continuó-. Te lo debería haber dicho. Te debería haber dicho que también a mí me pasaba lo mismo, todo lo que describías. Hoy ya eres consciente de ello, lo sé. Pero entonces no lo eras, y tendría que habértelo dicho. Tendría que haberte contado que, a pesar de estar con Tommy, a veces no podía evitar hacerlo también con otros chicos. Al menos con tres, mientras estuvimos en las Cottages.
Dijo esto último sin mirar hacia donde estaba Tommy. Pero no era tanto que estuviera haciendo como si éste no existiese, sino más bien que trataba de llegar a mí con tanta intensidad que todo lo demás a nuestro alrededor se había desdibujado.
– Estuve a punto de decírtelo unas cuantas veces -prosiguió Ruth-, pero no lo hice. Incluso entonces me daba cuenta de que llegaría un día en que mirarías hacia atrás y te darías cuenta y me maldecirías por ello. Pero seguía sin decírtelo. No hay razón alguna para que me perdones ni ahora ni nunca, pero ahora quiero pedírtelo porque…
Calló súbitamente.
– ¿Porque qué? -dije yo.
Ruth soltó una risa y dijo:
– Porque nada. Me gustaría que me perdonaras, pero no espero que lo hagas. En cualquier caso, eso no es ni la mitad de lo que hice, ni una mínima parte, en realidad. Lo más grave fue que hice que Tommy y tú os mantuvierais apartados. -Su voz había vuelto a perder intensidad, y ahora era casi como un susurro-: Eso fue lo peor de todo.
Se volvió un poco hacia atrás para, por primera vez, poder mirar a Tommy. Pero inmediatamente después se volvió de nuevo hacia mí, aunque cuando siguió hablando fue como si lo estuviera haciendo con los dos.
– Eso fue lo peor de todo lo que hice -repitió-. Ni siquiera os estoy pidiendo perdón por ello. Dios, me lo he dicho mentalmente tantas veces que no puedo creer que lo esté haciendo ahora realmente. Deberíais haber estado juntos. No pretendo negar que lo supe siempre. Por supuesto que lo supe, casi desde que puedo recordar. Pero os mantuve separados. No estoy pidiendo que me perdonéis. No es eso lo que anhelo ahora. Lo que quiero es poner las cosas en claro. Remediar en lo posible lo que os hice.
– ¿A qué te refieres, Ruth? -preguntó Tommy-. ¿Qué quieres decir con «remediarlo»?
Su voz era suave, llena de una curiosidad casi infantil, y creo que fue eso lo que me hizo romper a llorar.
– Kathy, escucha -dijo Ruth-. Tú y Tommy tenéis que intentar conseguir un aplazamiento. Si sois vosotros dos, seguro que se os dará una oportunidad. Una oportunidad de verdad.
Había extendido la mano para ponerla sobre mi hombro, pero se la aparté con una sacudida brusca y la miré airadamente a través de las lágrimas.
– Es demasiado tarde para eso. Demasiado tarde.
– No es demasiado tarde, Kathy. Escucha: no es demasiado tarde. Muy bien, Tommy ha hecho ya dos donaciones, pero ¿quién dice que eso tiene que ser por fuerza un impedimento?
– Ya es demasiado tarde para eso -dije. Estaba llorando otra vez-. Es estúpido hasta pensar en ello. Tan estúpido como querer trabajar en una oficina como aquélla. Ahora todos estamos más allá de eso.
Ruth sacudía la cabeza.
– No es demasiado tarde. Tommy, díselo.
Yo estaba apoyada en el volante, y no podía ver a Tommy. Le oí emitir una especie de murmullo de perplejidad, pero no dijo nada.
– Escucha -dijo Ruth-. Escuchadme los dos. He insistido en que los tres hiciéramos este viaje porque quería deciros lo que os he dicho. Pero también quería hacerlo para poder daros algo. -Había estado hurgando en los bolsillos de su anorak, y nos estaba mostrando un papel arrugado-. Tommy, será mejor que cojas esto. Consérvalo. Y cuando Kathy cambie de opinión, podréis utilizarlo.
Tommy alargó la mano entre los asientos delanteros y cogió el papel.
– Gracias, Ruth -dijo, como si le acabaran de dar una chocolatina. Luego, al cabo de unos segundos, añadió-: ¿Qué es? No lo entiendo.
– Es la dirección de Madame. Y, como me decías tú a mí antes, al menos tienes que intentarlo.
– ¿Cómo la has conseguido? -le preguntó Tommy.
– No fue fácil. Me llevó mucho tiempo, y corrí algunos riesgos. Pero al final me hice con ella, y es para vosotros. Ahora os toca a vosotros encontrar a Madame e intentarlo.