Выбрать главу

Se abre la puerta y, ante su impaciente rechazo, allí está Juanito Grasica somnoliento y dubitativo.

– Le estuve esperando, pero al ver que no venía…

– Importantes asuntos me reclamaban. No pasa día sin que añada unas cuantas líneas a las notas que tomo sobre lo que acontece. Aquí mi día es completo. Por la mañana me levanto con el sol y me voy a un bosque que estoy talando. Algunos días cazo. La caza me apasiona, por el procedimiento que sea, con red, con liga. Llevo conmigo libros, Petrarca, Ovidio, me peleo con el Dante. ¡Cómo se puede ser tan idealista rodeado de tanta realidad! Luego repaso mi trabajo del día anterior, mis notas, mis observaciones. Como lo que producen mis tierras, que no es mucho, y por la tarde me mezclo con esta gentuza y juego, juego, y pierdo, pierdo, nos insultamos. En fin. Pero llega el momento en que entro en mi gabinete, me quito las ropas del día y me visto con un atuendo digno de cortes reales o pontificias y me traslado a la antigüedad para leer a los clásicos debidamente guarnecido. En ese momento no temo a nada.

Ni a la pobreza. Ni a la desgracia. Ni a la muerte. ¿Comprendes, Juanito?

– Me ha dicho que iba a comunicarme algo muy importante.

– ¿De qué hablábamos?

– ¿De qué íbamos a hablar? De César Borja, de su padre, Rodrigo, el papa Alejandro.

– Rodrigo. Alejandro Vi. No hizo otra cosa que tratar de engañar a los demás y siempre se salió con la suya. No ha habido hombre alguno que prometiera más y diera menos. Pero hizo de engañar un placer. Y eso vale la pena. ¿Comprendes, Juanito? Un jefe ha de ser zorro y león: un zorro para conocer las trampas y un león para amedrentar a los lobos. Un jefe no puede respetar la palabra dada si actúa en su contra. No sería un jefe. Sería un idiota. ¿Comprendes, Juanito? Además, Alejandro Vi tenía sentido dinástico, como un emperador, no como un papa.

Quería crear una dinastía.

– ¿Y eso por qué?

– Porque tenía sexo.

– Me ha dicho que iba a hacerme una revelación muy importante.

Medita Maquiavelo lo que va a decir, pero finalmente no se detiene.

– Alejandro Vi necesitaba a César, pero le temía. Y César empezó a morir el día en que murió su padre. Nunca reconocieron que se necesitaban. La muerte de Alejandro Vi no fue mala suerte. No es que Dios le hubiera abandonado.

Simplemente, César no supo resituarse en un mundo en el que ya no contaba con la ayuda del lugarteniente de Dios. Recuerda la ceremonia de la coronación. Más parecía la coronación de un caudillo que la de un papa.

Y ante la mirada interior de Maquiavelo desfilaba Alejandro Vi sobre su caballo y bajo la tiara pontificia que le separaba o le unía con el cielo.

2 El papa en familia

– Todo el mundo reconoce que es el papa más hermoso. No ha habido Santo Padre con tanta majestad.

Desde la ventana, estimula Adriana del Milá con sus comentarios a que los que la rodean los respalden, y asienten cortesanos y cortesanas, volcados sobre las bandejas y agarrados a las copas llenas de vino para no caerse, y sólo Adriana se empeña en no perder de vista el núcleo de la ceremonia en las escaleras de la basílica de San Pedro. Puede ver Adriana el instante justo en que la tiara pontificia amuebla la poderosa cabeza de Rodrigo Borja.

– Les guste o no les guste, todos los cardenales le rinden pleitesía, qué importa lo que piensen debajo de esas mitras blancas si cada uno ha traído a doce escuderos vestidos de rosa, plata, verde y negro, para mayor resplandor de Rodrigo, de un Borja.

Vuela Adriana de ventana en ventana a medida que el cortejo se pone en marcha y reclama la presencia de Lucrecia.

– Lucrecia, ¡corre! ¿Dónde está Giulia?

– No sé. Hace un momento estaba aquí.

– Idiota. Se perderá el espectáculo. Van a tomar posesión del palacio de Letrán. Jamás se ha visto desfile así en Roma, con más embajadores, más prelados, más nobles, siguiendo la enseña de los Borja, el buey de los Borja.

¡Todos detrás del buey!

Los ojos de Adriana no se apartan del círculo más inmediato que rodea al nuevo pontífice, donde Antonio Pico della Mirandola despliega el estandarte del papa: el buey de los Borja, magnificado por el diseñador hasta convertirlo en un toro. Lucrecia secunda el entusiasmo de Adriana, pero no su intensidad. Es la fiesta de Adriana. La fiesta de "los catalanes", pregona desafiadoramente mirando a los que las rodean.

– A mi padre y a Rodrigo y al pobre Pere Lluís los persiguieron como a alimañas cuando murió Calixto Iii. Míralo. Sabíamos que un día u otro Rodrigo triunfaría.

Es nuestra victoria.

Y sobre su jaca blanca, Rodrigo, la tiara pontificia en la cabeza bajo un dosel dorado, surcado de rayas amarillas y rojas. Los ojos de Rodrigo se fijan en una pancarta: "Roma era grande bajo César.

Ahora es más grande aún. César era un hombre. Alejandro es un Dios." Musita: esto son cosas de Canale. Rodrigo pasa bajo un arco floral constantiniano y sus ojos se lanzan hacia el cenit como tratando de abarcar la profundidad del espacio.

– "Que m.estau veient? Mareta?

Oncle? Soc en Rodrigo. Soc papa!"

De nuevo sus ojos tropiezan con el estandarte de los Borja.

– "Pere Lluís, germá, mira on soc"

La angustia se le hace estertor en la garganta y lágrimas en los ojos.

– "Hem guanyat. Mare, oncle, Pere Lluís, germá meu. Hem guanyat. Fixau-vos. Han convertit el bou del nostre escut en un brau.

Hem guanyat!"

Alfons de Borja paseaba por delante del trono pontificio alargando las zancadas, forzando el ritmo de su ir y venir, con las manos en la espalda y la mirada al frente, aunque de vez en cuando su cabeza se ladea, sus ojos en busca de la puerta que de un momento a otro sabe se va a abrir. Y cuando lo hace es para que el secretario le anuncie:

– Santidad, sus sobrinos Rodrigo y Pere Lluís.

Compone el gesto Alfons de Borja, como aumentando su elevada estatura de hombre y papa, pero cuando los dos jóvenes entran en el salón se conmueve, acude a su encuentro, les niega la mano que querían besarle y los abraza con la garganta estrangulada.

– "Pere Lluís, Rodrigo…

fills meus"

– "Oncle" -dice Rodrigo.

– "Santedat" -dice Pere Lluís.

– "Estic molt content del profit que heu tret als estudis a Bolonya i hem de prendre decisions importants. Qué voleu fer ara?

Romandre ací, al meu costat?"

– Vosté, oncle, es el cap de la nostra família"

– "Tot va be a casa vostra?

I la vostra mare? Fa molt que no passeu per Xátiva. Ho comprenc.

Peró ara la vostra terra es la cristiandat"

– "Tot be, tot be, oncle. Farem el que vosté ens digui"

.

Repara Calixto Iii en la presencia del secretario y le insta a que acerque dos sillas a situar delante del trono. Recupera el asiento y la jerarquía y desde su adquirido nivel observa a sus sobrinos. Abandona el catalán y señala a Rodrigo.

– Vas demasiado bien vestido para ser un sobrino del papa. Ahora soy el representante de Cristo en la Tierra. Cristo era pobre y fue crucificado casi desnudo. Por eso san Mateo escribió: "Beati pauperes spiritu, quonian ipsorum est regnum caelorum." Asiente el secretario somnoliento y se sobresalta cuando oye la respuesta de Rodrigo.

– Bien cierto es, bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Pero san Mateo no se refiere a los pobres de bolsillo, sino a los pobres de espíritu. Juvenal nos advirtió: "Nihil habet infelix paupertas durius in se, quam quod ridiculos homines fecit."

– No me parece una buena medida colocar en la misma balanza a un santo como Mateo y a un disoluto descarado como Juvenal, pero vosotros, especialmente vosotros, por lo difícil que lo habéis tenido como hijos de viuda, debéis tener en cuenta aquella sentencia sabia: "Claudus eget baculo, cecus duce, pauper amico." Su santidad guiña un ojo a sus sobrinos y prosigue:

– El dinero no es malo si se emplea en fortalecer la obra de Dios y sus instrumentos, ahora ese instrumento somos los Borja. Una familia escogida por Dios para cumplir sus designios en la Tierra. Me di cuenta cuando el predicador Vicente Ferrer profetizó que sería papa y me encargó la tutela de Alfonso de Aragón, rey de Nápoles. Ahora, formáis parte de los trescientos valencianos, catalanes y aragoneses que me he traído a Roma como gente de confianza y no quiero que me defraudéis. Estoy rodeado de hostilidad. Esta gentuza se pasa el día exclamando: "Oddio, la Chiesa romana in mano ai catalani!" Nos detestan. Esta ciudad, este país se divide en asesinos y asesinados. Entre ladrones y robados. No basta con la santidad y el carácter para hacer fuerte a la Iglesia. Hay que estar preparado, y el estudio de las leyes de Dios y de las del mundo es fundamental. La santidad y el carácter los emplearemos contra el infiel, y antes de morir yo mismo encabezaré una cruzada contra el Gran Turco, a mis setenta y cinco años estoy dispuesto a ir a la lucha, el primero, con la misma indignación moral con la que Cristo expulsó del Templo a los mercaderes. Para ello cuento contigo, Pere Lluís. Conozco tu buena disposición militar y serás el capitán general de los ejércitos del Estado pontificio. Tú, Rodrigo, serás cardenal, pero sobre todo has de ser como yo, un experto en leyes, y lo eres tras los estudios en

Lleida y Bolonia. La Iglesia no es sólo una fe o una comunión, es también un aparato de poder muy complejo.

No tenían otra respuesta para el asentimiento que cabecear una y otra vez, convencidos de que la infalibilidad de Calixto Iii se plasmaba en primera instancia ante la familia.

– Y no os creáis que estoy inútilmente obsesionado por lo del Turco. La caída de Constantinopla nos obliga a reaccionar y Belgrado está amenazada. Hace unos meses pasó por aquí un caballero paisano, Joanot Martorell, ¿le conocéis?