Выбрать главу

—Las leyes de este planeta —respondió Hawkes— obligan a vivir a los que no tienen tarjeta profesional en los barrios que las autoridades les asignan.

Entraron en el ascensor. Hawkes apretó el botón que estaba junto al número 106.

—Vine a vivir aquí con el propósito de mudarme cuando tuviera dinero para ello. Pero ahora que puedo hacerlo, no quiero irme. Soy un poco perezoso.

Se paró el ascensor en el piso 106. Echaron a andar por un pasillo estrecho, que estaba casi a oscuras. Hawkes se detuvo delante de una puerta. El tahúr puso su dedo pulgar sobre la placa que había en la puerta y esperó hasta que ésta se abrió, luego de haber quedado impresas sus huellas dactilares en la sensible placa electrónica.

La vivienda tenía tres habitaciones. Los muebles que contenían eran nuevos y casi lujosos; no eran muebles de persona pobre. No faltaban allí los aparatos de radio y televisión. Hasta había un bonito robot-bar. Y libros.

Hawkes indicó una silla a Alan. El joven se sentó en ella. Alan no tenía ganas de irse a dormir; prefería estar hablando hasta la madrugada.

El tahúr hizo funcionar el bar. Alan miró lo que había en el vaso que le dio Hawkes; era un líquido de color amarillo brillante. Se lo bebió. Tenía buen sabor.

—¿Qué es esto? — preguntó el muchacho.

—Vino de Antares XIII. Lo compré el año pasado y me costó cien créditos cada botella. Me quedan seis en casa todavía Hasta dentro de catorce años no vendrá otra nave de Antares XIII.

El vino le hizo entrar ganas de hablar a Alan.

Estuvo conversando con su nuevo amigo hasta las tres de la madrugada. Escuchaba lo que decía Hawkes con el mismo deleite con que se bebía el vino de Antares XIII. El tahúr era un hombre complejo, polifacético. Debía de haber estado en los más diversos lugares de la Tierra y hecho todo lo que en ese planeta se podía hacer. Y no había jactancia en el tono con que hablaba de sus proezas. No hacía más que contar sus aventuras como si ello fuera la cosa más natural del mundo.

En el juego, venía a ganar cada noche mil créditos. Pero había acentos de queja en su voz. Los repetidos triunfos que alcanzaba le fastidiaban. Había satisfecho todos sus deseos, y nada más podía ambicionar. Era el rey de los jugadores profesionales. Ya no quedaban mundos que él pudiera conquistar. Había visto todo lo que había que ver y hecho todo lo que se podía hacer, y se lamentaba de ello.

—Quisiera ir al espacio algún día —manifestó—; pero esto es un sueño. Este año no puede ser. No sabes tú lo que yo daría por ver los soles que hay sobre Albirea V o por contemplar las lunas de Capela XVI. No me es posible hacerlo. Mejor es no soñar. Me gusta la Tierra y también el género de vida que llevo. Y me alegro de haberte conocido; haremos una buena pareja tú y yo, Donnell.

La voz de Hawkes había arrullado a Alan, pero éste despertó de súbito y prestó atención a lo que el otro decía.

—¿Qué quiere decir eso de que haremos una buena pareja?

—Que te tomo bajo mi protección, que haré de ti un buen jugador. Te haré un hombre. Tú has estado en el espacio y me puedes decir cómo es.

—No siga. Ha mezclado usted las cosas un poco. Saldré para Proción en la Valhalla a fines de semana. Le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mí, pero no pienso desertar de la nave y pasarme el resto de mi vida…

—Te quedarás en la Tierra, ya lo verás. Te gusta este planeta. Tú sabes que no pasarás las siete décadas que aún puedes vivir en la nave que manda tu padre. Sabes que no volverás.

—Sé que volveré. Le apuesto lo que usted quiera jugarse.

—Acepto la apuesta. ¿Te apuestas cien créditos contra mil a que te quedas?

—Una apuesta así no la quiero hacer. Regresaré a la Valhalla. Yo…

—Pues toma mis mil créditos, si tan seguro estás.

—Los tomo. Mil créditos nunca vienen mal.

Alan ya no tenía deseos de seguir escuchando a Hawkes. Se puso en pie de repente y apuró el contenido de su vaso.

—Estoy cansado, Hawkes. Acostémonos.

—Me parece bien —dijo el tahúr, apretando un botón que había en la pared, con lo que se abrió hacia afuera una puerta y salió una cama—. Échate aquí. Te despertaré mañana temprano e iremos a buscar a tu hermano Steve.

Capítulo X

Alan se levantó temprano al día siguiente; pero fue Rata quien lo despertó, y no Hawkes. El pequeño ser extraterrestre le estaba dando mordisquitos en la oreja.

El joven se incorporó y parpadeó.

—¡Ah! eres tú. Pensaba que hacías huelga de silencio.

—No tenía nada que decir y por eso callaba. Pero antes de que despierte tu amigo, te quiero hablar de una cosa.

El nativo de Bellatrix había guardado silencio la noche anterior, sin separarse de Alan y Hawkes, como un perrillo fiel.

—Desembucha — dijo Alan.

—No me gusta este Hawkes. Si no te apartas de su compañía, creo que vas a tener más de un disgusto.

—Me va a llevar al Atlas, donde suele estar Steve.

—Puedes ir tú sólito. Ya te ha prestado todo el auxilio que te podía dar.

Alan meneó la cabeza.

—Ya no soy un niño. Puedo guardarme sin tu ayuda.

—Tú sabrás lo que te conviene, Alan. Pero te digo que volveré a la Valhalla contigo o sin ti. No me gusta la Tierra ni Hawkes. No lo eches en olvido.

—¿Quién ha dicho que me quedo aquí? ¿No oíste que le aposté a Hawkes que regresaba?

—Lo oí. Y yo te digo que perderás la apuesta. Hawkes te convencerá para que te quedes. Si yo necesitase dinero apostaría por él.

Alan se echó a reír.

—Crees conocerme mejor que yo. Ni un solo momento he pensado en desertar.

—Si no sigues mi consejo, peor para ti. Soy más viejo que tú, Alan, y veinte veces más listo.

El mocito se enfadó.

—Siempre estás hablando, hablando… Eres peor que una vieja. ¿Por qué no tienes la boca cerrada, como anoche, y me dejas en paz? Sé lo que me hago, y, cuando necesite consejos tuyos, te los pediré.

—Pues haz lo que te dé la gana, ya que de todos modos lo harás — dijo Rata en tono de reproche.

Alan se avergonzaba de haber reprendido a Rata, pero no sabía cómo disculparse. Además, estaba enojado porque el ser extraterrestre le había sermoneado. Hacía mucho tiempo que Rata y él vivían juntos. El nativo de Bellatrix creía seguramente que él tenía diez años aún y necesitaba que le dieran consejos a cada momento.

Se tumbó otra vez para seguir durmiendo. Una hora después fue despertado de nuevo, esa vez por Hawkes. Se vistió y comió alimentos naturales, no sintéticos, guisados por el robot-cocinero del tahúr. Después de comer salieron para ir a la casa de juego Atlas, situada en la Avenida 68 y la Calle 423, en la parte alta de la ciudad de York. Al poner los pies en la calle eran las 13.27 horas. Hawkes aseguró que Steve ya estaría trabajando, pues los jugadores poco afortunados solían presentarse en los locales a primeras horas de la tarde.

Tomaron el tubo para ir al centro de la ciudad, y desde allí, hacia la calle 423. Saliendo de la estación, se encaminaron a la Avenida 68, pasando por calles estrechas y llenas de gente.

Faltaba una esquina para llegar cuando Alan vio parpadear el rótulo luminoso, que en letras rojas, decía: CASA DE JUEGO ATLAS. Otra muestra más pequeña decía: Categoría C. Allí no se negaba el derecho de admisión a los jugadores mediocres y de escasos medios.

A Alan se le empezó a alterar el sistema nervioso. En primer lugar, estaba en aquella ciudad de la Tierra para buscar a Steve. Hacía semanas que su imaginación se representaba las circunstancias de ese encuentro, el cual iba a ver realizado.