Alan sintió frío por dentro. A Byng le temblaban los hombros, pues el vicio estaba ya minando su naturaleza.
El primer amigo suyo que presentó Hawkes a Alan fue Byng. Hawkes era el núcleo de un grupo de hombres que no estaban agremiados. Todos esos hombres conocían a Hawkes; pero algunos de ellos no se conocían entre sí. Alan se enorgulleció de ser el protegido de un hombre tan importante y conocido como Max Hawkes hasta que descubrió qué clase de amigos tenía el tahúr.
Lorne Hollis, el usurero que había concedido préstamos a Steve, era uno de ellos, Hollis era un individuo regordete, que tenía la piel grasienta y los ojos de color gris muy claro. Cuando le daba la mano a Alan, el muchacho sentía luego deseos de secársela. Hollis sonreía con una sonrisa fría. Visitaba el domicilio de Hawkes con frecuencia.
Otro visitante asiduo era Mike Kovak. Éste era del Sindicato Bryson. Tenía aspecto de hombre de negocios y vestía siempre a la última moda. Hablaba bien. Era un falsificador de categoría.
También visitaba la casa Al Webber, hombre bajito y afable, que hablaba con un hilo de voz. Poseía una flota de pequeñas naves de carga de propulsión iónica, que navegaban por las rutas espaciales comprendidas entre la Tierra y Marte. Exportaba estupefacientes a la colonia establecida en Plutón, donde no se podía cultivar la planta de que se hacían esos polvos.
Con menos frecuencia venían a hacer visitas a Hawkes otras siete u ocho personas.
Todos ellos fueron presentados a Alan. Solían hablar mal de personas que no conocía Alan; pero cuando el joven se hallaba presente variaban de conversación.
Al cabo de algún tiempo descubrió Alan que los amigos de Hawkes eran delincuentes. No sabía el joven si su protector era un delincuente también. Hawkes tuvo cerrada la puerta de su domicilio para esa gente mientras duró la educación de Alan. Cuando el mozo fue un consumado jugador, cuando adquirió la destreza necesaria para luchar y defenderse, los amigos del jugador volvieron a visitar la casa de éste.
Comprendía Alan que de astronauta llevaba una vida de niño inocente. La Valhalla era un mundillo de 173 personas unidas entre sí por muchos lazos, un mundillo en que rara vez habían conflictos. En la Tierra era más dura la lucha por la vida.
Pensaba Alan que él había tenido la suerte de conocer a Hawkes. Si no hubiera tenido esa suerte, le habría pasado lo que a su hermano Steve o lo que le estaba pasando a Byng.
Alan, cuando veía que los visitantes iban a seguir conversando hasta altas horas de la noche con el dueño de la casa, pedía a éste permiso para retirarse a descansar. Desde la cama oía el murmullo de la conversación. Una vez se despertó a la madrugada y oyó que seguían hablando. Aunque aguzó el oído, no pudo entender nada de lo que decían.
Una noche de principios de octubre volvió a casa después de salir del garito en que trabajaba. No había nadie en ella, y Alan se metió en la cama en seguida. Más tarde llegaron Hawkes y sus amigos. El joven estaba muy cansado y no se sintió con ánimos de levantarse para ir a saludarlos. Se volvió a quedar dormido.
Horas después sintió que le tocaban unas manos. Abrió un ojo y vio a Hawkes inclinado sobre él.
—Soy Max. ¿Duermes?
—No — respondió Alan, soñoliento aún.
Hawkes lo sacudió varias veces.
—Levántate y vístete. Tengo en casa a unos amigos que quieren hablar contigo.
Alan, medio dormido aún, se levantó de mala gana, se vistió y se lavó la cara con agua fría. Entró con Hawkes en el living. Allí estaban reunidas siete u ocho personas, entre ellas Johnny Byng, Mike Kovak, Al Webber y Lorne Hollis. Alan tomó asiento preguntándose por qué Hawkes le había hecho levantar de la cama.
El tahúr, mirándolo fijamente, le preguntó:
—¿Conoces a todos estos señores, Alan?
Alan, malhumorado aún, contestó afirmativamente.
—Son, conmigo, los fundadores del Sindicato Hawkes. Hace un momento hemos tomado el acuerdo de recibirte como socio. Te necesitamos, Alan.
—¿Me necesitáis?
Hawkes sonrió.
—Sí. Te hemos observado desde que vives conmigo, te hemos puesto a prueba, y hemos visto que sabes adaptarte a todo, que eres fuerte e inteligente, que tienes facilidad para aprender.
Alan se preguntó si estaba dormido o no. ¿Qué era eso del Sindicato? Miró a los circunstantes y se dijo que no se proponían nada bueno.
Hawkes ordenó a Byng:
—Dile lo que queremos de él, Johnny.
—Poca cosa —dijo Byng—. Queremos que nos ayudes a realizar un negocio que nos hará ganar un millón de créditos a cada uno. Aunque es empresa fácil, soy de la opinión que tú nos eres indispensable para llevarlo a feliz término.
Capítulo XIV
Alan estaba ya despierto del todo y rogó a Hawkes que le explicara en qué consistía el tal negocio. El tahúr tomó entonces la palabra:
—El Banco de la Reserva Mundial tiene que transportar dinero a una de sus sucursales el viernes próximo. Son por lo menos diez millones de créditos que meterán en un camión acorazado. El amigo Hollis, aquí presente, ha podido averiguar el tipo de onda de los robots que custodiarán el camión. Y Al Webber tiene un equipo que puede paralizar a los robots guardianes si se sabe la longitud de onda a que éstos operan. Siendo así, no parece cosa difícil el dejar el camión sin guardianes. Se espera hasta que esté cargado, se eliminan los robots y los guardianes humanos y nos vamos nosotros con el camión.
Alan, pensativo, frunció el ceño.
—¿Puedo saber por qué se me cree tan indispensable para llevar a cabo este negocio?
El joven no tenía el menor deseo de robar, ni el dinero del Banco ni ninguna otra cosa.
—Porque eres el único de nosotros que no está inscrito en el Registro de No Agremiados, y, por tanto, no tienes número de televector. No podrán dar contigo.
Alan vio claro de súbito.
—¿Por eso no me deja usted que me inscriba? ¿Me ha protegido usted para que no pueda negarle mi colaboración?
—Sí. En la Tierra es como si tú no existieras. Si uno de nosotros se marcha con el camión, la policía no tiene otra cosa que hacer que trazar las coordenadas del camión y seguir los diagramas del televector del hombre que conduce el vehículo. De ese modo la detención del hombre es inevitable. Pero si eres tú el conductor no es posible averiguar el camino que sigas. ¿Comprendes?
—Comprendo —respondió Alan, que dijo para su capote: «no me gusta hacer eso»—. Dejadme que lo piense un poco. Lo consultaré con la almohada y mañana os daré la contestación.
Los rostros de los ocho tertulianos de Hawkes expresaban la turbación de sus dueños. Webber empezó a decir algo, pero Hawkes le interrumpió diciendo:
—El chico tiene sueño. Necesita tiempo para acostumbrarse a la idea de hacerse millonario. Mañana por la mañana os telefonearé. ¿Conformes?
Los ocho se fueron en seguida. Solos ya Hawkes y Alan, el tahúr miró al joven. No existía ya el afecto fraternal que el jugador había profesado al muchacho. En el rostro de Hawkes se pintaba la fría gravedad del hombre de negocios.
—¿Qué es eso de que quieres consultarlo con la almohada? ¿Quién te ha dicho que tienes libertad para hacer lo que te venga en gana?
—¿Es que no voy a poder hacer nada en mi vida? ¿Y si no quiero ser ladrón? Usted no me dijo…
—No tenía porqué decírtelo. Mira, niño; no te traje aquí para que salvaras mi alma. Te traje porque vi en ti facultades para hacer este trabajo. Te he protegido durante tres meses. Te he dado educación para que sepas vivir en este planeta. Ahora te pido que me des muestras de que agradeces un poco lo mucho que he hecho por ti. Byng ha dicho la verdad. Eres indispensable para llevar a buen fin el negocio. En este momento tus sentimientos personales no cuentan para nada.