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– ¿Estás bien? -me pregunta, intentado que su tono suene relajado y feliz, pero no me convence.

– Estupendamente -gruño-. Aún no ha llegado la comida y no puedo ni oír mis pensamientos.

Ellis estira el brazo desde el otro lado de la mesa y me tira de la manga.

– No hagas eso -le digo con brusquedad.

– ¿Cuándo vendrá la comida?

– Cuando esté lista.

– ¿Cuándo será eso?

– No lo sé.

– Ten paciencia -le dice Liz-. En cuanto la hayan preparado nos la traerán.

– La quiero ahora -se reafirma, sin ningún interés en excusas o explicaciones-. Tengo hambre.

– Todos tenemos hambre, amor. En cuanto esté lista nos la traerán y…

– La quiero ahora -repite.

– ¿Has oído lo que acaba de decir mamá? -le contesto en un susurro, con mi paciencia al límite-. Cállate y espera. Tu comida llegará cuando…

Dejo de hablar. Cristales rotos. Una súbita oleada de ruido surge de la muchedumbre que rodea la barra. Miro fijamente la masa de vaqueros descoloridos y camisetas de fútbol, buscando el problema. No puedo ver nada. Siento un gran alivio cuando oigo unas risas y chistes por encima del ruido.

– ¿Qué ocurre? -me pregunta Lizzie.

– Nada -le contesto-. No puedo ver nada…

Un aficionado muy borracho, empapado de cerveza, pasa tambaleándose al lado de nuestro mesa de camino al lavabo. Un camarero con escoba y recogedor se cruza con él. Parece que sólo ha sido una bebida derramada, nada más.

Finalmente llega nuestra comida. Mi boca se hace agua y mi estómago empieza a rugir pero aún no puedo empezar a comer. Otra de las alegrías de la paternidad. Josh está sentado a mi lado y ahora tengo que pasar por la rutina de cortarle la comida y bañarla en salsa de tomate antes de empezar a comer yo. Liz y Ellis llevan bien adelantados sus platos cuando finalmente consigo coger mi tenedor y mi cuchillo.

– ¿Está bueno? -me pregunta antes de que pueda acabar mi primer bocado. Joder, dame un segundo para probarlo.

– Bien -le contesto-. ¿Y el tuyo?

Asiente con la cabeza y mastica.

Durante uno o dos fugaces minutos la mesa está en silencio. En el pub sigue habiendo mucho ruido, pero con todo el mundo momentáneamente distraído con la comida nuestra conversación afortunadamente se interrumpe. No dura mucho.

– Mañana quiero ir a ver a papá -dice Lizzie-. ¿Te parece bien?

Asiento con la cabeza mientras como. No estoy sorprendido. Acabamos en casa de Harry casi todos los domingos por la tarde. Ahora lo vemos prácticamente cada día desde que aceptó cuidar a Josh para que Liz pudiera trabajar. Ella es ayudante de aula en la escuela a la que van Ed y Ellis. Harry no está contento pero lo hace porque sabe lo mucho que necesitamos el dinero.

– De acuerdo -contesto, tragando finalmente mi bocado-, iremos por la tarde.

– Últimamente se ha portado muy bien con nosotros -prosigue-. No quiero que piense que nos estamos aprovechando de él.

– ¿Como hace tu hermana?

– Deja a Dawn tranquila. Ha estado luchando desde que Mark se fue.

– La mejor jugada que podía haber hecho el muchacho -replico, quizá siendo injusto-. Ella también luchaba cuando estaban juntos. Seguirá luchando pase lo que pase.

– Venga, no seas desagradable. No es fácil para ella estar sola con los niños. No sé cómo lo consigue.

– Tú lo has conseguido. Tú has encontrado una forma de hacerlo, los dos lo hemos hecho. El problema es que tu hermana busca continuamente la opción más fácil. Lo que necesita es alguien al…

Un repentino, inesperado y estridente ruido metálico me interrumpe. Es Josh. Ha dejado caer el tenedor al suelo. Me inclino a recogerlo y lo limpio en una servilleta de papel antes de devolvérselo.

– Lo que necesita -continúa Lizzie, prosiguiendo donde yo lo había dejado- es un poco de espacio y más tiempo para asumir lo que ocurrió y lo que él hizo. Ella no se merecía nada de eso. No puedes hacerle eso a alguien y esperar que…

– Yo no he dicho que se merezca nada, sólo pienso que…

Otro repiqueteo metálico en las baldosas del suelo. Recojo por segunda vez el tenedor de Josh, lo limpio y se lo devuelvo. Me sonríe burlón.

– Lo único que digo es que…

Josh deja caer de nuevo el tenedor. Ahora he empezado a perder realmente la paciencia. Lo recojo, lo limpio y lo estampo contra la mesa junto a su plato. Se ríe a carcajadas. Irritante cabroncete.

– Hazlo de nuevo y nos vamos a casa -lo amenazo.

– No le hagas caso -dice Lizzie, mientras sigue comiendo. Yo casi no he tocado mi plato-. Sólo lo hace porque ha visto que reaccionas. Cuanto más lo hagas tú, más lo hará él.

Sé que tiene razón y es difícil mantener la calma. Intento concentrarme en mi plato pero noto que Josh me está mirando, desesperado porque le devuelva la mirada. Me encojo cuando el tenedor golpea de nuevo el suelo. Sé que no debo pero no puedo evitar mi reacción. Recojo el tenedor del suelo y lo pongo delante de él, fuera de su alcance.

– Mi tenedor… -suplica.

– Danny… -me advierte Lizzie.

– ¿Quieres irte a casa? -susurro con los dientes apretados-. ¿O quieres terminar antes tu plato? Si lo vuelves a hacer nos vamos.

– Papi te comprará un helado si te acabas el almuerzo -dice Liz.

– No pienso hacerlo -replico con rapidez-. Maldita sea, ya he gastado suficiente. No me puedo permitir…

Otra interrupción por parte de la multitud de aficionados al fútbol. Me gustaría que se callasen, bastardos egoístas. Más ruido. Es un ruido extraño. Hay nervios. No suena nada bien. Nadie ríe. Me doy la vuelta a tiempo para ver que, de entre la muchedumbre, sale un hombre rechoncho, calvo y cubierto de tatuajes. Atraviesa en volandas el local llevado por otro aficionado que parece tener el doble de su altura pero la mitad de su peso. Ambos se han precipitado sobre una mesa en la que estaba comiendo otra familia. La gente se ha levantado de las sillas y se dispersa en todas direcciones.

– ¿Qué están haciendo? -pregunta inocentemente Ellis-. ¿Están jugando o peleando?

Los dos hombres se han puesto en pie de nuevo y rezo para que no se acerquen. El hombre más delgado agarra al tatuado por la chaqueta y lo está volteando. El otro intenta agarrarse a algo para mantener el equilibrio pero el delgado no le da la oportunidad. Lo deja ir, corre hacia él y lo golpea en el pecho, lanzándolo tambaleante hacia atrás. Otro golpe lanza tan lejos al hombre tatuado que esta vez acaba de espaldas sobre una mesa no demasiado alejada de donde estamos sentados. Platos medio vacíos, cubiertos y vasos salen volando. Agarro a Josh y me giro para ver que Lizzie ha hecho lo mismo con Ellis. El ruido de objetos cayendo y rompiéndose se difumina y es reemplazado por un silencio incómodo. Todo el mundo está mirando la pelea pero ha sido tan repentina y tan violenta que nadie se atreve a intervenir. Todo el mundo sabe que deberían hacer algo pero nadie se mueve.