– Quédense en casa -anuncia una profunda y tranquilizadora voz masculina mientras aparecen unas imágenes y unos gráficos muy simples, y más de lo mismo-. Permanezcan con su familia. Aléjense de las personas que no conocen…
Levanto la mirada hacia Lizzie y ella me la devuelve, encogiéndose de hombros.
– Todas son normas de sentido común. Nada que no hayamos escuchado antes.
– Mantengan la calma y no se dejen llevar por el pánico.
– ¿Qué? -protesto-. ¿Mantengan la calma y no se dejen llevar por el pánico? Maldita sea, ¿han visto lo que está ocurriendo ahí fuera?
– Va mejorando -dice Liz sarcástica-. Escucha la siguiente indicación.
– Las autoridades están trabajando para poner la situación bajo control. Se requiere su asistencia y cooperación para asegurar que esto ocurra con rapidez y con el mínimo de molestias posible. Los controles y las regulaciones temporales son necesarios para alcanzar ese objetivo. En primer lugar, si tiene que salir de casa, debe llevar encima algún tipo de identificación. En segundo lugar, con efecto inmediato se establece un toque de queda nocturno. No deben salir entre el anochecer y el amanecer. Cualquiera que se encuentre en las calles después de oscurecer será tratado apropiadamente…
¿Tratado apropiadamente? Dios santo, ¿qué se supone que significa eso? ¿Van a empezar a detener a la gente por estar fuera durante la noche?
– Cerciórense de que su hogar es seguro. Prepare una habitación segura para que usted y su familia puedan permanecer en ella. Cerciórense de que la puerta de la habitación segura y todos los puntos de acceso pueden ser cerrados y atrancados desde dentro.
– ¿Qué demonios es esto? -exclamo entre dientes.
– Papá, ¿puedes poner mi película? -suplica Ellis, impaciente.
– Si alguna de las personas que están con usted empieza a actuar de forma agresiva o desacostumbrada, deben aislarse de ella inmediatamente. Enciérrese con el resto de personas en su habitación segura. Expulse a la persona afectada de su propiedad si puede hacerlo sin correr ningún riesgo. Recuerde que esa persona puede ser un miembro de la familia, un ser amado o un amigo íntimo. Serán incapaces de controlar sus acciones y emociones. Serán violentos, y no los reconocerán ni mostrarán ningún remordimiento. Es de vital importancia que se proteja junto con los que se encuentren con usted.
– ¿Puedes ver por qué la apagué? -pregunta Lizzie-. Este tipo de cosas sólo lo empeoran todo.
– No lo puedo creer… -balbuceo, falto de palabras-. No me lo puedo creer…
– ¿Crees que ya saben lo que está pasando?
– Estoy seguro de que sí -respondo-. Lo han tenido que averiguar si están emitiendo cosas como ésta. Alguien tiene que saber lo que está pasando, y eso empeora las cosas, ¿no te parece?
– ¿De verdad? ¿Por qué? Me encojo de hombros.
– Porque la situación debe estar bien jodida si siguen sin decirnos nada. Todo esto me suena a que están intentando que todo el mundo se encierre en casa para mantener las cosas bajo control y lo que he visto esta mañana me hace pensar que quizá las cosas no están ahora mismo bajo control.
Liz me frunce el ceño por haber dicho palabrotas delante de Ellis. Me vuelvo de espaldas a la pantalla.
– … el primer síntoma será un súbito estallido de rabia e ira -prosigue en la tele la inquietante voz sin rastro de emoción-. Habitualmente esta rabia estará dirigida contra una persona en particular. Recuerde que los afectados pueden aparentar calma una vez que ha pasado el primer estallido de ira y violencia. Siga manteniendo la distancia. Sin tener en cuenta de quién se trata o de lo que diga, estas persona no tienen el control de sus acciones. Seguirán siendo una amenaza para usted y para su familia…
Lizzie pasa a mi lado y me arrebata de las manos el DVD de Ellis. Lo mete en el aparato y empieza la reproducción.
– Ya es suficiente -corta.
– Estaba mirando ese…
– ¿Irás a buscar a mi padre?
El alma se me cae a los pies. No quiero volver a salir del piso pero sé que no tengo alternativa.
– ¿Cuándo quieres que…? -empiezo a decir antes de que me interrumpa.
– Ve a buscarlo ahora mismo -contesta, mordiéndose nerviosamente las uñas-. Si no vas tú, iré yo.
La idea de dejar a Lizzie sola ahí fuera es peor que la idea de salir yo mismo. Odio hacerlo.
22
El descansillo está en silencio. Cierro con llave la puerta del piso detrás de mí y miro con cautela a mi alrededor. Le he dicho a Liz que prepare una habitación segura como han dicho en la tele y que se encierre en ella con los niños. La sala de estar es el lugar obvio. Ella ha cerrado las cortinas y ha bajado el volumen de la tele. Desde fuera parece que no hay nadie dentro.
Abro la puerta de entrada y el chirrido habitual hace eco por todo el vacío edificio.
– ¿Hay alguien ahí? -sisea una voz desde la oscuridad, escaleras arriba. Me quedo clavado e intento no dejarme llevar por el pánico. ¿Qué debo hacer? Quiero seguir adelante y hacer como que no he oído nada, pero no puedo. Mi familia está en este edificio y no los puedo dejar sabiendo que hay alguien más con ellos. Puede ser cualquiera. Pueden estar esperando a que me vaya para llegar a Lizzie y a los niños. Pero ¿por qué habrían gritado como lo han hecho? Dejo ir la puerta, que vuelve a chirriar al cerrarse. Doy unos pocos y lentos pasos, de vuelta a la oscuridad y, por un segundo, me asalta la idea de volver al piso. Sé que con eso no voy a conseguir nada. En algún momento tengo que salir para ir a buscar a Harry.
– ¿Quién anda ahí? -pregunto a mi vez, maldiciéndome por mi estupidez. Estoy actuando como un personaje de una mala película de terror. Se supone que tienes que huir del monstruo, me digo, no acercarte a él.
– Aquí arriba -responde la voz.
Levanto la vista hacia lo alto de la escalera, al rellano del primer piso. Una cara me mira entre las barras metálicas de la barandilla. Se trata de uno de los hombres de la vivienda del último piso. No sé si es Gary o Chris. Empiezo a subir las escaleras con precaución. Casi he llegado al descansillo cuando los escalones bajo mis pies se vuelven pegajosos. El suelo está cubierto de pegajosos charcos de sangre. El hombre está tendido en el suelo delante de mí, agarrándose el pecho. Gime y se gira sobre la espalda. El vaquero y la camiseta están empapados de sangre. Vuelve la cabeza hacia un lado y consigue saludarme. Se relaja, aliviado porque finalmente hay alguien con él, supongo. Está hecho un verdadero desastre y no sé por dónde empezar. ¿Hay algo que pueda hacer por él o ya es demasiado tarde?
– Gracias, tío -boquea, alzándose sobre los codos-. He estado aquí durante horas. He oído cómo entraba alguien hace un rato y estaba intentado conseguir… -Deja de hablar, y sin fuerzas, cae sobre su espalda. El esfuerzo es demasiado. Su voz suena ahogada y rasposa. Debe tener sangre en la garganta. ¿Qué se supone que debo hacer? Dios santo, no tengo ni idea de cómo ayudarlo.
– ¿Quieres que intente llevarte escaleras arriba? -le pregunto inútilmente. Él mueve la cabeza y traga para aclararse la garganta.
– No vale la pena -gruñe mientras intenta levantarse de nuevo. Le pongo una mano en un hombro para calmarlo-. Me gustaría un trago -dice-. ¿Puedes subir al piso y traerme una cerveza?
Sus ojos giran en las órbitas durante un segundo y me pregunto si se ha ido. Me levanto con rapidez y subo las escaleras hasta el piso que comparte con el otro hombre. Sigo un delgado rastro de sangre seca a lo largo del pasillo y hasta la sala de estar del piso, que está sorprendentemente limpia y bien arreglada. En realidad no sé por qué esperaba otra cosa. En medio de la habitación hay una mesa volcada y a su lado una lámpara rota. También hay una cámara de vídeo sobre un trípode al lado de un ordenador y una tele grande. Parece como si les gustase filmarse.