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– Eso no me interesa. Lo único que me gusta son los colores.

– Terry estaba en un laberinto -dijimos. Y el muchacho dijo:

– Eso fue el viernes. Hoy es domingo y lo que me interesa son los colores -y lo dijo con la voz fría, desapasionada, indiferente.

Cuando el otro regresó, dijimos:

– Llevamos como tres días de estar perdidos y no hemos descansado una sola vez.

Y uno dijo:

– Está bien. Vamos a descansar un rato, pero sin soltarnos de las manos.

Nos sentamos. Un invisible sol tibio empezó a calentarnos en los hombros. Pero ni siquiera la presencia del sol nos interesaba. La sentíamos ahí, en cualquier parte, habiendo perdido ya la noción de las distancias, de la hora, de las direcciones. Pasaron varias voces.

– Los alcaravanes nos sacaron los ojos -dijimos.

Y una de las voces dijo:

– Éstos tomaron en serio a los periódicos.

Las voces desaparecieron. Y seguimos sentados así, hombro contra hombro, esperando a que en aquel pasar de voces, en aquel de imágenes pasara un olor o una voz conocidos. El sol siguió calentando sobre nuestras cabezas. Entonces alguien dijo:

– Vamos otra vez hacia la pared.

Y los otros, inmóviles, con la cabeza levantada hacia la claridad invisible:

– Todavía no. Esperemos siquiera a que el sol empiece a ardernos en la cara.

(1953)