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Nerviosa, se tomó el resto de su jerez y dejó la copa en la barandilla. Nunca se había entrometido en asuntos ajenos. Le costaba mucho romper esos inquebrantables principios, pero, si ella no hablaba con Larson, ¿quién lo haría? Sin duda él se molestaría. ¿Y qué? Además Kat no carecía de tacto, no iba a ir a decirle que era una rata egoísta e insensible.

Sólo iría a saludarlo amablemente. Y luego lo regañaría por su actitud.

El rocío le mojó los pies descalzos antes que llegara a la valla de al lado. El césped le picaba los pies, pero no era nada comparado con la inquietud que sentía.

Kate se tuvo que recordar cómo las chicas habían devorado todo lo que sacaron de su nevera, cómo le habían descrito las tareas domésticas que tenían que realizar, su ansia de atención y, claro, la ducha vaginal. Llegó hasta la valla, animada por el jerez y una gran resolución.

– Buenas noches -dijo y avanzó con determinación.

Mick estaba recostado en la sombra, pero ella notó que volvía la cara.

– Buenas noches, vecina.

– Por fin hace un poco de fresco.

– No tanto.

– Dicen que habrá otra ola de calor mañana.

– Así es.

Kat se apoyó en la valla de madera y recordó, demasiado tarde, que nunca había intercambiado con su vecino más que algunos monosílabos y frases de cortesía.

Durante cinco años, siempre se había sentido extrañamente inquieta e incómoda cada vez que estaba cerca de él. Nunca lo había entendido. No era tímida con los hombres. Le agradaban, los conocía, trabajaba con ellos. Y Mick nunca había sido grosero o poco amable con ella. Más bien al contrario. En las raras ocasiones en las que se cruzaban, él siempre la trataba con comedimiento, como si le temiera un poco.

Kat se había acercado con la intención de hacerle recapacitar sobre su comportamiento, pero, pensándolo bien, ya no le parecía tan buena idea.

Ella sabía lo que las chicas le habían contado, pero el hombre que estaba apoyado en la barandilla de su porche no parecía en absoluto una rata egoísta. Más bien parecía un hombre cansado.

En realidad parecía agotado. ¿Hacía cuántas semanas que ella ni siquiera lo miraba con atención? La luz de la luna delineaba los firmes contornos de su cara. Ella podía ver claramente las ojeras violáceas que tenía.

June le había dicho una vez cuántos años tenía su esposo, pero Kat se había olvidado. ¿Tendría treinta y siete, treinta y ocho? No parecía tener treinta y ocho. Llevaba el torso desnudo y su musculatura era la de un hombre mucho más joven. Su pelo abundante y ensortijado tenía el color del trigo. El sol lo había aclarado y hacía que contrastara con el bronceado de su piel.

No era guapo, pero tenía un atractivo varonil indiscutible. Era evidente que se trataba de un hombre que trabajaba duro y se divertía lo suficiente; tenía la mandíbula cuadrada y el ceño de un hombre acostumbrado a vivir de acuerdo con sus propios valores. Era un hombre vital y sin complicaciones.

Era corpulento y andaba con la gracia de un tigre en la selva, con una mezcla de poderío y discreción. Mick era fuerte, pero nunca parecía amenazante.

Sin embargo, a esa distancia, a Kat sí le pareció intimidante. Sintió un nudo en el estómago. A la luz del día, los ojos de su vecino eran azul claro. En ese momento eran muy oscuros, tan oscuros como la noche y se clavaban de manera tan intensa en la joven que su nerviosismo se hizo casi insoportable.

– No tienes por qué sentirte incómoda -dijo él con suavidad-. Somos vecinos y tú vives sola. Ya te he dicho antes que me puedes venir a ver cuando quieras.

– Yo.

– ¿Está goteando algún refrigerador? ¿Se te ha estropeado algún aparato en la cocina?

– Pues… no.

Mick levantó una ceja.

– No vienes con mucha frecuencia a charlar conmigo. Supuse que tendrías algún problema.

– Hay algo…

Pero Kat volvió a guardar silencio. Mick sonrió y dijo:

– Eres muy buena con mis hijas. Hablan de ti todo el tiempo. Hace mucho que tengo que darte las gracias.

– ¿Sí? Bien -Kat aspiró a fondo, sonrió y dijo insegura-: Es sobre ellas sobre lo que quisiera hablar contigo, si me lo permites.

– ¿Sobre mis hijas? Por supuesto, cuando quieras.

Una vez más, la joven volvió a respirar profundamente y se lanzó con determinación:

– Diantres, Mick, Angie necesita un sostén.

Mick la miró azorado.

– ¿Qué?

– Y sé que no es asunto mío -ya nada podía detener a Kat-, pero si fuera mi hija, iría a hacerle una visita a ese tal Johnny con un rifle cargado. Mick, Noel no es mi hija pero me preocupa tanto como si lo fuera. Y me parece magnífico que los chicos aprendan a tener responsabilidades, pero es demasiado para tus hijas limpiar toda la casa, lavar la ropa y preparar las comidas. Y aparte está la cuestión del sexo. Si te cuesta trabajo hablar con ellas de esos asuntos, podrías comprarles algunos libros bien documentados y serios o, al menos, decirles dónde pueden conseguir información fiable. No es que yo no quiera hablar de ello con ellas, pero no me parece correcto hacerlo sin tu consentimiento. ¿Cómo puedo saber cuánto quieres que ellas sepan? Y además está la comida. Ya sé que a nadie le gusta cocinar. Menos a un hombre. Pero lo menos que podrías hacer sería tener llena la nevera de cosas saludables, nutritivas. No sólo porquerías. Y Noel habla de hacerse otro agujero en la oreja…

– ¿Podrías darme un respiro? -la interrumpió Mick en tono apacible.

Pero en ese momento Kat no podía. Le había costado demasiado comenzar y ya no podía detenerse.

– Sé que no es asunto mío. Es posible que pienses que soy una entrometida, un fastidio. Tienes todo el derecho del mundo a educar a tus hijas como quieras, pero, Mick, necesitan atención, interés. Y deben tener una guía. Al menos deberías acordarte de darle dinero a Noel para comprar comida…

– Kathryn…

– Noel le dijo a Angie que una chica no puede quedarse embarazada la primera vez. ¡Es increíble! No saben nada de la vida y se están dando información equivocada.

– Kathryn…

– Comprendo que tengas que hacer barcos para ganarte la vida, pero ¿sería tan desastroso para la industria naviera si dejaras de construir algunos para dedicarles ese tiempo a tus hijas? Sé que el dolor por la pérdida de un ser amado no es fácil de sobrellevar; sé que June fue maravillosa, pero tus hijas están vivas. Angie sólo se pone tus camisas…

– ¡Kat!

– ¡Son demasiado jóvenes para cargar con la responsabilidad de toda la casa! Por favor, no te enfades, pero…

– No estoy enfadado…

Hubo un momento de silencio, luego Kat dijo:

– Por supuesto que lo estás. Y no te culpo.

– No.

Siguió otro momento de silencio.

– Deberías estarlo.

– No lo estoy. Por un lado me siento como un muchacho al que se reprende con severidad, pero por otro creo que me lo merezco. En parte me parece también divertido.

– ¿Divertido?

Mick asintió.

– Mis hijas, esos angelitos, esos seres a los que quiero más que a nada en este mundo te han… tomado el pelo.

– ¿Qué dices?

– Es evidente que te has formado de mí una opinión deplorable como padre. Pero, ¿podrías esperar hasta que hayas entrado en mi casa para juzgarme? Sólo unos minutos. No tardaré mucho en demostrarte que, quizá, hay otra versión de las cosas.

Capítulo 2

Mick tuvo que convencerla para que entrara en su casa. Sabía que Kat no quería entrar. Tampoco tenía por costumbre dar explicaciones o defenderse delante de nadie, pero eso era diferente. La idea de que alguien pudiera creer que él descuidaba a sus hijas era un golpe bajo. Tenía que desmentirlo.

La cocina estaba en penumbra. Mick encendió la luz y de inmediato se dirigió a la nevera.