Von Glöda miró a Bond con aire sosegado.
– Amigo Bond, ¿tiene usted idea de a qué departamento pertenece Kolya en el seno del Primer Directorio de la KGB?
– Así, de improviso, no sabría decirlo.
En el semblante del conde se dibujó una leve sonrisa bajo los ojos de una dureza diamantina, mientras los músculos faciales apenas se contrajeron al dar respuesta a la pregunta.
Pertenece al quinto departamento, el mismo que hace años, muchos años, solía denominarse SMERSH.
Bond vio un resquicio de luz.
– Pues bien, el departamento de marras tiene por lo visto lo que en la jerga de la delincuencia se llama una «lista de éxitos», y en ella figuran unos cuantos nombres de personas a las que se quiere apresar vivas, no muertas. ¿Se imagina quién figura en cabeza de dicha lista, amigo James Bond?
Bond no tenía por qué devanarse los sesos. SMERSH había sufrido muchos cambios, pero en tanto que departamento de los Servicios de Información soviéticos, su existencia -y sus archivos- se remontaba a muchos años atrás.
– Mmmm -Von Glöda afirmó con la cabeza-. Especialista en la caza de los que han delinquido contra la integridad y seguridad del Estado. Muerte a los espías, señor Bond. Un poco de información antes de darles el pasaporte. James Bond está en la cúspide de la lista de reclamados por el departamento, y como sabrá muy bien, lleva en la cabecera bastantes años. Yo necesitaba, digamos, un tipo de colaboración especial. Algo que… ¿cómo expresarlo?, algo que me sirviera de escudo frente a la KGB. Todo el mundo, hasta los miembros de la KGB, tiene un precio, y el de ellos era usted, James Bond, siempre y cuando lo pusiera en sus manos en buenas condiciones, sin daños. Gracias a usted voy a ganar, he ganado ya, armas y una perspectiva para el futuro. Cuando haya terminado con usted, Kolya le llevará a Moscú, a la recoleta plazuela Dzerzhinsky -lo que pasaba por ser una sonrisa se desvaneció por completo-. Llevan mucho tiempo esperándole. Pero, en este punto, lo mismo me ocurre a mí. Llevamos esperando desde mil novecientos cuarenta y cinco -se dejó caer, alto como era, en un sillón enfrente de Bond-. Permítame que le cuente toda la historia y entonces verá cómo he dado cima al ideal del Cuarto Reich, y dispuesto el futuro político del orbe, sobre la base de tomarles el pelo a los soviéticos y de venderles un espía británico tras el que andaban como locos. Hay que ser muy necio, muy estúpido, para apostar el futuro de su ideología a un solo hombre.
Su interlocutor era un loco alucinado; Bond lo sabía, pero seguramente no era el único. Se dijo que lo mejor sería prestarle oídos, escuchar todo lo que Von Glöda tenía que decirle. Sí, iba a prestar atención a la música y a la letra, y luego, tal vez, hallaría la verdadera respuesta… y la forma de salir de allí.
14. Un mundo de héroes
Una vez terminada la guerra y después de la muerte del Führer en Berlín… -empezó a relatar Von Glöda.
– De valerosa, nada -puntualizó Bond-. Ingirió veneno y luego se pegó un tiro.
El conde no dio la impresión de haber oído sus palabras.
– Entonces pensé en regresar a Finlandia y, quizás, también, en ocultarme aquí. Los aliados me buscaban y sin duda con ello me habría puesto a salvo, pero comportándome como un cobarde.
Conforme el conde Von Glöda iba hilvanando sus recuerdos -la ocultación en Alemania, el contacto con grupos como Spinne y Kameradenwerk, que organizaban la huida de los nazis-, Bond se dio cuenta de que no se las había con un nazi nostálgico envuelto en el sueño de una gloria que acabó para siempre en el búnker de Berlín.
– Los escritores suelen llamarlo ODESSA -Von Glöda hablaba con tono meditativo-, pero no es más que una noción un tanto romántica, la obra de una organización dispersa que sacaba a la gente del país. Peor el trabajo de verdad lo hicieron abnegados militares de las SS que tuvieron la clarividencia de comprender por dónde podían reventar las costuras.
Como tantos otros, Aarne Tudeer fue dando tumbos de un lado para otro.
– Imagino que sabrá muy bien que Mengele, el ángel exterminador de Auschwitz, permaneció oculto en su población natal durante casi cinco años sin ser descubierto y, con el tiempo, todos logramos salir del país.
Primero, Von Glöda y su itinerante esposa se trasladaron a la Argentina. Después formaron parte de la vanguardia de los que buscaron refugio en un campamento, seguro y bien protegido, en el interior de las selvas paraguayas. Allí estaban todos los más buscados. Pero Aarne Tudeer, como se hacía llamar entonces, no se sentía a gusto entre sus camaradas de partido.
– Todos hacían comedia -manifestó con sarcasmo-. Cuando Perón alcanzó el poder, y también más tarde, salieron al descubierto. Incluso organizaron asambleas y celebraciones, como la elección de Miss Nazi 1959. El sueño del Führer se haría realidad -soltó un bufido mezcla de cólera y de asco-. Pero aquello no era más que cháchara ociosa. Vivían de sus sueños y dejaron que estos rigieran sus vidas. Perdieron la hombría, desecharon el heroísmo de antaño y cegaron sus ojos a la realidad de la ideología que Hitler había edificado para ellos. Porque el Führer tenía razón: aunque el nacionalismo fuera reducido a cenizas, renacería de ellas como el ave fénix. De no ser así, el comunismo se adueñaría de Europa antes de fin de siglo, y a la postre de todo el mundo.
Von Glöda tocó la fibra sensible de los que todavía no habían renunciado a convertir el sueño en realidad. El mejor momento para ello sería la etapa de transición que vivía el mundo, cuando parecía navegar sin rumbo ni dirección precisos, cuando todos anhelaban tener un jefe que los acaudillara y les mostrase el camino.
– Sin duda era el momento adecuado. El régimen comunista -alegó el conde- no podía menos de titubear antes de embarcarse en el empeño de dominar a toda la humanidad.
– Pues lo cierto es que las cosas no han sucedido como dicen ustedes -Bond sabía que su única esperanza radicaba en establecer un nexo de algún tipo con aquel energúmeno, como el rehén que trata de ganarse a los que le mantienen prisionero.
– ¿No? -el conde se permitió incluso lanzar una carcajada-. No, las cosas se nos han puesto mucho mejor de lo que podíamos siquiera imaginar. Observe lo que sucede en el mundo. Los soviéticos se han infiltrado en los sindicatos y los gobiernos de Europa y América, y son muchos los que ven el régimen comunista con buenos ojos. Supongo que convendrá conmigo en que el bloque formado por los países del Este se está desmoronando.
»El año pasado nos dimos a conocer al mundo entero con unos cuantos golpes minuciosamente planeados, empezando por el incidente de Trípoli. Este año las cosas van a ser distintas. Estamos mejor armados y equipados y contamos con más partidarios. Colocaremos a nuestra gente en puestos de gobierno y el año que viene el partido saldrá a la luz. Pasados dos años volveremos a ser una fuerza política de primer orden. Reinvicaremos el nombre de Hitler, reinstauraremos el orden y barreremos el comunismo, el enemigo común, del mapa de la historia. La gente está pidiendo a voces orden y disciplina, un nuevo orden; un mundo de héroes, no de campesinos y víctimas de un régimen.