Выбрать главу

– ¡Victoria! Te pedí expresamente que no vinieras. ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿De qué habla? El doctor Paciorek me invitó al servicio y Philip me pidió que después viniera aquí.

– Cuando Thomas me dijo ayer que ibas a venir, te llamé tres veces. Cada una de las veces le dije a la persona que contestó que se asegurase de hacerte saber que no serías bienvenida al funeral de mi hija. No pretendas que no sabes de lo que te estoy hablando.

Negué con la cabeza.

– Lo siento, señora Paciorek. Habló usted con mi servicio de contestador. He estado demasiado ocupada para llamarles y averiguar si tenía recados. Y aunque hubiese conocido el suyo, hubiera venido de todos modos. Quería demasiado a Agnes como para no venir a su funeral.

– ¡Quererla! -su voz estaba ronca de cólera-. ¿Cómo te atreves a hacer repugnantes insinuaciones en esta casa?

– ¿Querer? ¿Repugnantes insinuaciones? -repetí, riendo-. ¡Oh, sigue usted convencida de que Agnes y yo éramos amantes! No, no, sólo buenas amigas.

Cuando me vio reír, su rostro se tiñó de púrpura. Temí que le diera un ataque fulminante. El hombre de pelo blanco y cara roja se adelantó y me cogió por el brazo.

– Mi hermana ha dejado bien claro que no es usted bienvenida aquí. Creo que será mejor que se vaya.

– Claro -dije-. Iré a buscar al doctor Paciorek para decirle adiós. -Él intentó empujarme hacia la puerta, pero me solté de su mano con más vigor que gracia. Le dejé frotándosela y me detuve entre la multitud que había detrás de la señora Paciorek, tratando de volver a oír la voz suave y sin acento de mi comunicante. No pude encontrarla. Al final lo dejé, encontré al doctor Paciorek, le di el rutinario pésame y me fui a recoger a Phyllis y a Lotty.

Capítulo 13. Últimos clientes

Ferrant pasó tarde por casa con una copia de la lista de Barrett. Estaba muy serio y formal y rechazó mi ofrecimiento de una copa. No se quedó mucho tiempo, sólo miró conmigo la lista de agentes, me dijo que ninguno de los que estaban registrados como compradores eran clientes de Ajax, y se marchó.

Ninguna de las empresas de la lista me resultaba familiar, ni los nombres de los registradores. De hecho, la mayoría eran los propios agentes. La carta de Barrett a Ferrant explicaba que ése solía ser el caso cuando un capital social cambiaba de manos; solía llevar un mes más o menos que se registrara el nombre del auténtico comprador.

Una compañía aparecía varias veces: Wood-Sage, Inc. La dirección era LaSalle, 120. También tenían allí su dirección tres de los agentes, hecho que aparentemente era más interesante de lo que resultó ser en realidad. Cuando miré en mi plano detallado del Loop, descubrí que aquélla era la dirección de la Bolsa del Medio Oeste.

No había mucho que pudiera hacer con la lista hasta el lunes, así que la puse en un cajón y me concentré en el béisbol. Encargué una pizza para cenar y me pasé la noche intranquila, con la Smith &Wesson cargada junto a la cama.

El Herald Star del domingo contenía una bonita historia acerca de mi quemadura de ácido en la primera página de la sección Chicago Caliente. Usaron una fotografía mía tomada la pasada primavera en Wrigley Field, una toma muy atractiva. Los lectores que pasaban a la Sección III no podían evitar verme. Los anuncios personales incluían numerosas oraciones dando gracias a San Judas y varios amantes pidiendo una reconciliación, pero no había ningún mensaje del tío Stefan.

El lunes por la mañana metí la pistola en la pistolera, bajo una chaqueta suelta de tweed, y me fui en el Omega hasta el Loop para empezar la jornada con los agentes de bolsa. En las oficinas de Bearden & Lyman, miembros de la Bolsa de Nueva York, dije a la recepcionista que tenía seiscientos mil dólares para invertir y que quería ver a un agente. Stuart Bearden salió a atenderme personalmente. Era un hombre atildado de cuarenta y tantos años, con un traje de rayas color carbón y un bigote a lo David Niven.

Me condujo a través de una serie de cubículos donde afanados jóvenes se sentaban con teléfonos en una mano y tecleaban en las terminales de sus ordenadores con la otra, hasta llegar a su propia oficina en una esquina del piso. Me trajo café y me trató con la deferencia que requiere medio millón de dólares. Iba a tener que decirle a más gente que era rica.

Llamándome a mí misma Carla Baines, expliqué a Stuart que Agnes Paciorek había sido mi agente. Estaba a punto de colocar una orden de compra de varios cientos de acciones de Ajax cuando me advirtió de que no lo hiciera. Ahora que había muerto, yo buscaba un nuevo agente. ¿Qué sabían Bearden & Lyman de Ajax? ¿Estaban de acuerdo con la opinión de la señorita Paciorek?

Bearden no pestañeó al oír el nombre de Agnes. En lugar de ello, me dijo que su muerte había sido una gran tragedia; que también era una tragedia el no poder quedarse a trabajar hasta tarde en la propia oficina de uno a salvo. Luego se puso a manipular su ordenador y me dijo que las acciones estaban a 54 1/8.

– Han ido subiendo las últimas semanas. Puede que Agnes tuviese información interna de que los valores estuvieran alcanzando un tope. ¿Sigue interesada?

– No tengo prisa por invertir. Supongo que podría decidirme por Ajax mañana más o menos. ¿Cree usted que podría investigar un poco por ahí y averiguar algo?

Me miró de cerca.

– Si lleva algún tiempo pensándose esta jugada, tiene que saber que se habla mucho de una adquisición encubierta. Si esa es la situación, el precio seguirá subiendo seguramente hasta que el rumor se confirme en un sentido o en otro. Si va a comprar, debe hacerlo ahora.

Extendí las manos.

– Por eso no entiendo el consejo de la señorita Paciorek. Por eso he venido aquí; para ver si usted sabía por qué ella me advirtió de que no comprara.

Bearden llamó al director de investigación. Los dos mantuvieron una corta conversación.

– Nuestro personal no ha oído nada que contraindique una orden de compra. Estaríamos encantados de hacérsela efectiva esta misma mañana.

Le di las gracias pero dije que necesitaba investigar un poco más antes de decidirme. Me dio su tarjeta y me pidió que le llamase en un par de días.

Bearden & Lyman estaba en el piso catorce del edificio de la Bolsa. Bajé once pisos en el ascensor hasta mi siguiente presa: Gilí, Turner & Rotenfeld.

A mediodía, con la boca seca después de haber estado hablando en tres compañías de agentes de cambio, me batí en desanimada retirada hasta el Berghoff a comer. Normalmente no me suele gustar la cerveza, pero su cerveza oscura de barril, hecha en casa, es una excepción. Una jarra y un plato de sauerbraten me ayudaron a recobrar la fuerza para la tarde. Todo el mundo me había dado esencialmente la misma información que me dio Stuart Bearden. Conocían los rumores acerca de Ajax y me apremiaban a comprar. Ninguno de ellos aparentó asustarse al oír el nombre de Agnes o mi interés por Ajax. Me preguntaba si habría tomado un camino equivocado. Puede que hubiera debido usar mi verdadero nombre. Puede que estuviera ladrando bajo un árbol vacío. Quizá un ladrón nocturno, interesado por los ordenadores, se había encontrado con Agnes y la había matado.

Seguí demostrando que una mujer con seiscientos mil dólares que invertir recibe un tratamiento de guante blanco. No hablé más que con socios sénior durante toda la mañana y Tilford & Sutton no fue la excepción: Preston Tilford me recibiría personalmente.