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– En ese caso, amor mío, puedes esperar un poco más para averiguarlo.

– Entre más tiempo, mejor -replicó ella en tono frío, y era cierto. No le importaba. Habían vendido Annisgarth, la casa de piedra dorada que estaba en la colina, junto a Melchester. Ahora ya no podría vivir ahí, y ese era el único lugar donde había soñado residir.

– Ahora iremos allá -Casey se estremeció.

– ¿A dónde?

– A casa, señora Blake -Casey sintió que el corazón le daba un vuelco traicionero, al escuchar que la llamaba de esa manera.

– ¿Que… no vamos… -logró decir- de luna de miel?

Gil se acercó a ella quien con nerviosismo retrocedió hasta que se topó con el lecho que estaba detrás de sus rodillas.

– ¿Estás desilusionada? -él colocó su mano en la cintura de ella. Su mirada era impenetrable-. Una luna de miel no necesita de sitios elegantes, Casey -le murmuró-. Cuando dos personas se aman el duro suelo del bosque es suficiente. Ella se quedó boquiabierta y le gritó:

– ¿Cómo te atreves? -y empezó a golpearlo, pero él la tomó de los brazos y se los sujetó a los costados de su cuerpo, con facilidad.

– Así, así es como me atrevo-luego la besó con fuerza, lastimándole los labios. Casey luchó con furia hasta que él apartó la cabeza; él sonrió y se burló de su ira. Cuando la soltó, ella abrió la boca para protestar, pero no emitió sonido. Y esta vez el beso fue diferente. La carnosa boca de Gil la estremeció, acariciándola a medida que deslizaba su lengua sobre la de ella. Su cuerpo reaccionó ante la cercanía del hombre, que ella no pudo resistir, y empezó a responder, primero tentativamente, después con tal pasión que la regocijó y la aterró al mismo tiempo. El frío dominio que mantuvo sobre sus emociones desde que Gil Blake retornó a su vida se desvaneció al sentir el ardor de sus labios. Casi sin aliento se separaron y sus miradas se encontraron.

– Creo que he sido claro, ¿no crees, Casey? -comprendiendo que había hecho el ridículo, ella se liberó, y esta vez él no puso resistencia.

– Te aprovechaste para dejarlo claro -gritó furiosa-. Es la última vez que me dejo engañar así -él la miró con frialdad.

– Eso es exactamente lo que opino. Cualquier sitio serviría para el tipo de luna de miel que tienes en mente, ¿verdad? -se alejó y acomodó su corbata frente al espejo-. Acabo de invertir hasta el último centavo que he ganado con mucho esfuerzo, en una compañía que tiene problemas. Pude haber dejado a tu padre en la bancarrota, Casey. Dejar que todos sufrieran -la miró a través del espejo-. Pero tú… sacrificio permitió que su orgullo quedara intacto.

– ¡Compraste una ganga! -le gritó ella. El se incorporó y se volvió a ella.

– Eso está por verse. Sin embargo, no quedó dinero para gastarlo en una luna de miel lujosa y además tengo que estar presente para solucionarlos problemas del trabajo. Y tú, Catherine Mary Blake, tendrás que esperar a que me desocupe.

Ella se sonrojó por la ira. El adivinó sus intenciones y de pronto ella comprendió que no sería tarea fácil mantener a su marido fuera de su lecho. No mientras él estuviera decidido a compartirlo, aunque por el momento parecía haber aceptado la situación y suponía que debía estar agradecida por ese respiro. Secó las lágrimas de sus ojos y huyó de la habitación. El la alcanzó al borde de la escalera y la tomó del brazo, se detuvo cuando notó que su Jaguar estaba decorado con latas, botas viejas y globos.

– Veo que han estado muy ocupados -bromeó con naturalidad ante el pequeño grupo de personas que se había reunido para despedirlos. Ella cambió de expresión y sonrió.

Su padre la abrazó. Al menos se había recuperado lo suficiente para poder casarla, y eso hacía que el sacrificio mereciera la pena. Su madre le entregó su arreglo de flores y la abrazó por un momento.

– ¿Casey…? -luego, besó a la chica en la mejilla y dio un paso atrás.

Ella aspiró profundamente el aroma de las flores, luego Gil abrió la puerta del auto y Casey hizo un esfuerzo por mostrar alegría; sonrió y gritó:

– ¡Agárrenlo! -y arrojó el ramo de flores al grupo, antes de entrar con rapidez al auto para que no vieran sus mejillas húmedas por las lágrimas. Cuando atravesaron las rejas, la mujer dejó escapar un largo suspiro que la estremeció y cerró los ojos, sólo los abrió de nuevo cuando Gil paró el auto en la carretera.

– Sal de aquí.

– ¿Qué? ¡Ese es mi auto! -exclamó ella al ver su pequeño Metro rojo-. ¿Quién es ese?

El chofer salió y le entregó las llaves a Gil, quien abrió la cajuela del Jaguar y sacó una pequeña maleta, para colocarla en el portaequipajes del auto rojo. Luego entregó las llaves de su auto al chofer y le dio un cheque.

– Con eso puedes mandarlo a lavar. Gracias Steve.

– Ha sido un placer, Gil. Cuando quieras -respondió él y miró con disimulo a la pasmada novia.

– Espero que sólo sea una vez.

– Claro que sí -dijo el chofer y soltó una carcajada mientras se subía al gran auto, luego ajustó el asiento a sus piernas más cortas.

– ¿Quieres manejar por el pueblo así? -preguntó Gil divertido por la confusión de Casey.

– No -replicó ella disgustada. ¿Pero como…?

– Tu padre me ayudó. Además, hoy tenía que regresar el coche a la compañía donde lo renté; Steve lo lavará y lo entregará por mí.

– ¡Un auto rentado!-Gil sonrió.

– ¿De verdad creíste que me pertenecía?

Ella no respondió. Claro que pensó que era de él. Casey abrió la puerta del Metro y entró en éste, luego abrochó e1 cinturón de seguridad. Si la había engañado acerca del auto, ¿qué otras cosas serían falsas? Por supuesto que nunca le dijo que era suyo. Ella se lo creyó por idiota.

Dentro del auto, él estaba mucho más cerca de ella. Casey se recargó lo más que pudo en la puerta, tratando de evitar el contacto, pero el hombro de él rozaba el suyo cada vez que cambiaba la velocidad.

Viajaron rumbo a la ciudad, en silencio. Rodearon el centro y Gil manejó por calles aledañas para evitar el tráfico y los autos que estaban estacionados por ser sábado; finalmente se detuvo frente a una pequeña casa con terraza.

– Bienvenida a casa, señora Blake -ella se estremeció nerviosa al escuchar su nuevo nombre.

– ¿Dónde estamos? -preguntó.

– En Ladysmith Terrace número veintidós. Nuestra nueva casa. Mejor dicho tu nuevo hogar. Este siempre ha sido el mío.

Ella contempló la despintada y maltratada puerta principal marcada con el número veintidós. Quedó consternada.

– ¿Y esperas que viva aquí?-preguntó con horror.

– ¿Por qué no? Yo nací aquí. Este fue el hogar de mis padres. Hasta hace poco todavía lo era de mi tía Peggy -Casey pasó saliva.

– ¿Y qué les sucedió? -él palideció.

– Mi padre falleció en un accidente de construcción cuando yo tenía diez años y mi madre se descuidó por completo desde entonces.

– Cuánto lo siento -él la miró.

– Peggy me crió, pero ahora se fue a vivir con su hija a Birmingham.

– Y te dejó su casa -comentó y miró alrededor con desencanto. -No, es mía. La compré para mi madre tan pronto como gané un poco de dinero.

– ¿Y aquí es donde viviremos? -sin luna de miel ni auto ni una casa decente donde vivir, pensó ella-. Dime, Gil. Antes de que salga del auto y entre a Ladysmith Terrace número veintidós. ¿He sido objeto de un engaño?

– ¿Engaño? -preguntó él-. ¿Por qué dices eso? -Casey notó las blancas líneas en sus mejillas y comprendió que estaba furioso, pero no le importó. -Entiendes muy bien. Me tomaste a cambio de rescatar de la quiebra a la compañía de mi padre.

– Así es. Construcciones O'Connor está a salvo, pero yo tuve que arriesgar hasta el último centavo que poseo para salvarla -apretó el volante hasta que los nudillos de la mano se pusieron blancos-. Incluyendo la escritura de esta casa. Lo mismo que tu padre, de hecho… -mostró los dientes en un simulacro de sonrisa-… al menos estás al tanto de la situación. Una cortesía que creo que Jim O'Connor nunca mostró a tu madre.