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Se puso de pie y corrió al guardarropa, para elegir lo que se iba a poner. El gris no. No para Gil. Detuvo la mano sobre el vestido de jersey negro que había comprado hacía meses por un impulso y que no había estrenado. Siempre le había parecido demasiado corto para usarlo cuando salía con Michael, él no hubiera dicho nada, claro, era todo un caballero, pero no quiso arriesgarse. Sin embargo, ahora la invadió de pronto un ansia de desafío. Si iba a almorzar con alguien tan inadecuado como Gil Blake, entonces se vestiría inadecuadamente. Le pareció la elección perfecta.

Tomó una ducha rápida y luego se aplicó un poco más de maquillaje que el de costumbre, pero con mucho cuidado. Se levantó el cabello en un moño, dejando caer mechones a los lados de sus mejillas, y luego se puso del perfume que usaba siempre en las noches. Colocó dos grandes arracadas en sus orejas y sonrió al ver el resultado en el espejo.

Se metió el ceñido vestido negro que mostraba todas sus curvas a la perfección y revelaba sus piernas con medias negras más de lo que hubiera querido, pero ya era demasiado tarde para cambiar de opinión. Se acomodó el cuello alto, hasta que estuvo satisfecha, y luego se puso zapatos negros de tacón alto. Después de tomar un chal de cachemira negro, su diminuta bolsa y, verse una vez más al espejo, abrió la puerta y descendió por la escalera. Faltaban cinco para la una. Le tomaría diez minutos llegar al Bell. Perfecto, lo suficiente para hacerlo esperar, pero no tanto para que pudiera irse.

Entró al Bell detrás de dos hombres de negocios, y él no la notó de inmediato. Estaba mirando el fuego de la chimenea y tenía un pie sobre el guardafuego. Su cabello no estaba tan despeinado ni tan largo como antes, pero era negro, abundante y quebrado en la frente. No llevaba los jeans de siempre; no lo hubieran dejado entrar así al comedor del Bell. Pero el costoso y elegante traje sastre la tomó por sorpresa. En ese momento él levantó la vista y la miró sorprendido, frunció el ceño, y se acercó a recibirla.

– Casey, se te hizo tarde. Ven a sentarte junto a la chimenea -contempló su vestido y esbozó una sonrisa-. Debes tener frío -Casey se ruborizó, arrepentida del estúpido impulso que la hizo ir vestida de manera criticable a un sitio tan exclusivo-. Ordené champaña. Me pareció apropiado -se inclinó, tomó la botella de la hielera y sirvió dos copas. Las levantó y le ofreció una a ella-. ¿Brindamos? -ella tomó la copa y bebió indecisa-. Como no llegabas ordené por ti. Espero que no te importe -este hombre elegante y decidido era un extraño. No era el alocado jovencito que le había robado el corazón, y casi todo lo demás, tantos años atrás.

– ¡Gil! -susurró suplicante y él arqueó la ceja.

– ¿Qué pasó? -preguntó él mirando su traje-. ¿Esperabas verme en pantalón de mezclilla y camiseta? -señaló a su apariencia-. Si es así, querida, tú estás un poco… no, no exageremos. Nadie diría que te has engalanado.

– Si hubiera sabido que me invitaste para insultarme, jamás hubiera venido -replicó ella furiosa.

– Te invité a almorzar para discutir una proposición de negocios. Si hubiera imaginado que vendrías vestida como una ramera cara, te hubiera llevado a otro lugar-dejó notar cierta burla en los labios.

– Me inclino ante tu experiencia en ese renglón, Gil -la chica se ruborizó-. Personalmente, nunca he conocido a una ramera cara.

– Su mesa está lista, señor. Gustan seguirme, por favor -el mesero interrumpió su desagradable conversación. Gil se puso de pie y se hizo a un lado para que ella siguiera al camarero. En la entrada del restaurante Casey se detuvo, arrepentida de no haberse puesto el traje gris conservador. Respiró profundamente y cruzó el salón, consciente de que todos los hombres la observaban. Caminó despacio; no tenía alternativa, ya que los tacones tan altos y la falda entallada no le permitían hacerlo más aprisa, y al menos tuvo la satisfacción de ver la mirada de ira de Blake, cuando tomó asiento frente a ella.

– Toda una actuación, Casey. Te suplico que no vuelvas a repetirla.

– Puedes estar seguro de que no lo haré. No pienso volver a pasar por esta experiencia. Jamás -la furia en sus palabras lo hizo sonreír.

– Tengo una proposición que hacerte. Espera a que termine del hacerla antes de apresurarte a hacer conclusiones -ella esperó. El empezó a comer el mousse de aguacate.

– ¿Y? -preguntó ella.

– El placer antes de los negocios, querida -respondió él y señaló su plato-. Quiero que disfrutes de la comida -el camarero llevó una botella de vino y Gil ordenó que la abriera.

Casey estaba furiosa, pero no iba a hacer una escena en un restaurante donde era tan conocida, y estaba segura de que Gil lo sabía también. Fue un error haber ido. Debió escuchar a sus instintos y quedarse en casa, escogiendo la ropa para el bazar. La única forma de salvar su dignidad era comer su almuerzo y luego despedirse de Gil Blake. Realmente no lo conocía, y no quería conocerlo.

Después del mousse sirvieron un filete acompañado de verduras Casey apenas lo probó y no quiso postre, ni brandy.

– Sólo café para mí, por favor. Voy manejando -pidió ella.

– ¿Por eso no bebiste el vino? Creí que escogí uno que no te agradó.

– Tienes muy buen gusto. Y estoy segura de que no necesitas que yo te lo diga. ¿No tenías algo que decirme? -Casey miró su reloj.

– No hay prisa -él colocó los codos en la mesa y desenvolvió uní chocolate de menta-. Creí que te interesaría saber qué he estado haciendo desde la última vez que nos vimos.

– No tengo el menor interés -mintió ella. El sonrió divertido y ella; tuvo la gracia de ruborizarse.

– No importa. Te lo voy a decir de todas maneras. ¿Estás segura de que no gustas un licor? Yo te puedo llevar a casa -ella negó con la cabeza-. Bueno. Cuando tú lograste que me despidieran… -Casey abrió la boca para protestar, pero Gil se lo impidió moviendo el dedo-. Espera a que termine. Cuando lograste que me despidieran porque no supe respetar los límites con la hija del patrón, me fui a Australia. Me pareció necesario poner toda esa distancia entre nosotros.

– ¡No! -no había sido así. Lo había amenazado, pero su ira estaba dirigida a ella, no a él. Nunca se lo había mencionado a su padre. Y, cuando ella fue a buscarlo, el se había ido. Desapareció.

– Te pedí que no me interrumpieras -un músculo brincaba junto a su boca y su mirada era de acero-. Te acepto que no supieras que estabas jugando con fuego. Y yo debí percatarme de que no eras como ninguna de las otras muchachas con las que había salido. Eras un botón de rosa muy protegido, ¿verdad? -contempló su vestido-. Al menos, eso ya cambió.

Ella hubiera querido pararse y gritarle que nada había cambiado, que era la misma, sólo que mayor de edad, y esperaba que con más juicio. Pero se quedó sentada y escuchó toda la historia de cómo había trabajado por un salario semanal y construido primero una casa durante los fines de semana, luego otras y por fin había fundado su propia compañía.

– ¿Has regresado para establecerte? -preguntó ella al fin.

– Claro que sí -las palabras eran casi una amenaza, lo mismo que la sonrisa-. Vendí Blake Estafes y he regresado a casa.

– ¿A casa?

– Sí. Voy a comprar un negocio aquí en Melchester y pienso casarme.

Le tomó un momento comprender las palabras y sintió como un hueco en el estómago que le recordaba sin querer cuánto lo había deseado, y que seguía siendo tan atractivo y peligroso como siempre

– .¿Te vas a casar?

– Sí, tan pronto firmen los contratos.

– ¿Contratos? No comprendo, Gil.

– Estoy seguro de eso. No-pretendería encontrarte… inmaculada. Viviste fuera de casa; has sido la fiel compañera de Michael Hetherington por mucho tiempo. Sería un iluso. Y yo soy realista -sus ojos sombríos no mostraban humor cuando la miró con fijeza.