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Ella pasó saliva y deslizó los pies al suelo se sintió más segura cuando se puso la bata.

– ¿Huevos revueltos? -él la tomó del brazo.

– ¿No me quieres acompañar a comer?

– Vaya, muchas gracias, es usted muy amable -le respondió. Le hizo una caravana de burla y luego huyó al ver que se ensombrecía su rostro.

Mientras preparaba la cena, furiosa, se prometió que recogería los regalos de boda en la casa de sus padres al día siguiente.

Era un consuelo que se hubieran marchado de viaje; así no tendría que enfrentar la curiosidad de su madre. Ya estarían a bordo del crucero que tomaría un mes. Una segunda luna de miel.

– ¡Ja! -exclamó en voz alta azotando la sartén en la estufa. Encendió el tostador para el pan-. Una segunda luna de miel. Estaría bien una primera luna de miel.

– ¿Encontraste todo lo que necesitabas? -irguió la cabeza y descubrió que Gil la observaba divertido.

– ¡No! -replicó y se ruborizó de ira-. Necesito el auto mañana para recoger el horno de microondas, el tostador, la tetera eléctrica…

– ¿Crees que la instalación de luz aguantará tanta tecnología moderna? -preguntó él.

– ¡La aguantará cuando yo termine de arreglarla! -respondió ella levantando la voz mientras batía los huevos.

– ¿Piensas modernizar este vejestorio? -preguntó él sorprendido. Ella puso mantequilla en el pan y vació los huevos encima.

– Claro. No porque me hayas traído a una casa anticuada, pienso dejarla así -le ofreció el platillo-. Ahora, si no te importa, me voy a dormir -se envolvió en la bata y esperó a que él se hiciera a un lado para poder pasar.

– No se me había ocurrido que quisieras modernizar esto -murmuró él bastante desconcertado. Luego sonrió y se hizo a un lado. Te veré al rato. Gracias por la cena.

– ¡Si esperas que te diga "de nada", olvídalo!

Todavía estaba despierta cuando él llegó a acostarse. Casey se aferró a su orilla luchando contra el traicionero hoyo en medio del colchón, que la arrastraba al centro. El se desvistió sin encender la luz y se recostó junto a ella. Por un instante se quedaron así, inmóviles, pero separados; luego Gil murmuró:

– Buenas noches, Casey -se recostó de lado y en unos minutos estaba respirando con el lento ritmo del sueño.

Capítulo 3

CASEY se despertó al escuchar el ruido de una taza colocada sobre la mesita de noche junto a la cama. Abrió los ojos sorprendida. Charlotte jamás llegaba a la cocina antes que ella.

– ¿Charlie…?-el rostro de Gil se veía pálido.

– ¿Quién es Charlie? -le preguntó, con una tensión peligrosa que llamó la atención de Casey.

– Charlie… -ella hizo una pausa, y un diablillo la aconsejó-: Charlie es sólo un amigo -notó que sé le tensaban los músculos de tacara.

– ¿Un amigo que te trae el té en las mañanas a la cama?

– A veces -ella sonrió dulcemente y en lo que dijo había algo de verdad. Gil ya estaba vestido con un traje sastre azul marino, una camisa blanca y corbata oscura. Quitó la vista de ella y observó su reloj.

– Ya me contarás acerca de él, después. Tengo una cita muy temprano

– Iré contigo -Casey se levantó rápido de la cama-. Necesito el auto.

– Lo siento, Casey, hoy no. Puedo mandar a que recojan los regalos de boda y que te los traigan esta tarde, si quieres.

– Pero… -una nube de ternura se reflejó en sus ojos.

– Si estabas soñando con tomar un baño en casa de tus padres, siento desilusionarte -se acercó a la puerta-. Tendrás que adaptarte a usar la hojalata -ella lo siguió.

– No he visto que tú tengas prisa por entrenarte a usar la regadera para bañarte -le espetó.

– Esta noche, querida esposa. Te prometo que esta noche tendrás el placer de lavar mi espalda frente a la chimenea -sonrió-. Y si te portas bien, yo te ofreceré el mismo servicio -sacó unos billetes de su cartera y los puso sobre la mesa-. Para la casa. No te lo gastes todo de una vez -Casey ignoró el dinero.

– Me gasto eso sólo en el salón de belleza -le gritó sin importarle decir mentiras. El miró su cabello despeinado y comentó:

– Pues te robaron. Y si quieres comer, sugiero que aprendas a peinarte sola -ella se quedó muda mientras él bajaba rápido por la escalera y salía de la casa.

– ¡Maldito! -ella se vistió y contempló el montón de ropa sucia acumulado en la canasta de lavar, con sumo desagrado. Con profunda decepción comprendió que tendría que acomodarse a la antigua tina doble que estaba en el anexo de la cocina, y muy pronto.

Una hora después estaba parada esperando el autobús que iba al pueblo. No tenía idea de cuánto costaba el boleto y le tomó un rato percatarse de que el chofer rehusaba aceptar el billete que sacó.

– Tiene que poner el pasaje exacto -la informó con severidad una mujer que estaba en el primer asiento, y le incomodó que la gente detrás de ella, refunfuñaba mientras buscaba el cambio. Al fin logró acomodarse en un asiento cercano a la escalera, sólo para enterarse de que allí era la sección de fumadores. Para no llamar de nuevo la atención se aguantó.

El camión la dejó en las afueras de Manchester y emprendió de ahí la larga caminata hasta la colina donde estaba el departamento que había compartido con Charlotte. Gil Blake podía creerse muy vivo, pero no iba a privarla de usar un baño civilizado. Charlotte estaría trabajando, y en todo caso no le importaría. Claro que no tenía intenciones de que la descubriera. Si alguien la veía, diría que iba a recoger su correspondencia.

Subió corriendo por la escalera, abrió su bolso y sacó el enorme llavero que contenía todas las llaves, excepto las de su auto. Las revisó una vez, luego, extrañada, lo hizo de nuevo y confirmó lo que no había querido creer. No tenía la llave del apartamento. Y no tenía duda alguna del motivo de que le faltara. Gil estaba decidido a que no pudiera escaparse de esa horrible tina de hojalata. Bueno, eso estaba por verse.

Regresó indignada hasta el centro de la ciudad, no se percató de la distancia y en poco tiempo llegó a la recepción del Hotel Manchester.

– ¿En qué puedo servirla, madame? -Casey notó la mirada extrañada del recepcionista. Vio su reflejo en el espejo tras él y se percató de que estaba desaliñada después de toda aquella carrera y fuera de lugar en tan elegante ambiente.

– Quiero una habitación, por favor. Con baño.

– ¿Sencilla o doble?

– Da lo mismo.

– ¿Cuánto tiempo piensa quedarse, madame? -preguntó el recepcionista asomándose sobre el mostrador.

– Como una hora -declaró ella sin pensar. El hombre arqueó las cejas y Casey comprendió que había cometido un error-. Mi baño está en compostura -explicó, cruzando los dedos-. Sólo quiero tomar un baño.

– Comprendo. Entonces, tendría que pedirle que pague por adelantado -dijo con toda corrección el hombre.

– Claro -respondió ella ya sin importarle lo que pensara aquél.

El sacó una tarjeta y señaló:

– Quiere hacer el favor de llenarla -dijo y le entregó una pluma. Cuando ella levantó la vista para tomarla, lo que vio en el espejo la dejó pasmada. Esta vez no era su propia apariencia el objeto de su sorpresa.

Casi sin dar crédito a lo que estaba viendo, giró a tiempo para ver a Gil abrazado de la cintura de una trigueña, entrando al ascensor. El no la pudo ver; sólo tenía ojos para la belleza de cabello oscuro que le sonreía con coquetería.

– Ha sido un infierno sin ti, querida -lo escuchó decirle-. No sé cómo he podido soportarlo -la mujer rió y murmuró algo que Casey no logró escuchar. Luego Gil presionó el botón y la puerta del ascensor se cerró.

Casey soltó la pluma como si le quemara los dedos, salió corriendo del hotel y cruzó la acera de enfrente sin reparar en los autos, para sentarse en la banca de un pequeño parque.