Выбрать главу

– Solo quiero una respuesta.

– Muy bien. La respuesta es no, nunca he estado con una prostituta. Ni para realizar un rito de iniciación ni para ninguna otra cosa.

– Pero entonces… ¿cómo perdiste la virginidad?

– Una mujer casada de treinta y tres años me sedujo cuando yo solo tenía catorce. Y ahora, ¿estás contenta después de haberme sonsacado esa información?

– Dios, te sedujo una señora Robinson de carne y hueso -Rebecca dejó el vaso de leche en la mesa con un gesto brusco-. Eso es abuso de menores.

– Esa es una historia que olvidé hace mucho tiempo -la corrigió él.

– Por supuesto que no, Devereax. Nadie olvida su primera vez. Tanto si es buena como si es mala, esa primera experiencia tiene una enorme influencia en nuestras relaciones con el sexo opuesto, en lo que pensamos que es el sexo, en cómo vivimos la relación entre hombres y mujeres…

– Eh… ¿Rebecca? No sé qué libro de psicología has leído, pero me temo que la palabra «relación» no tiene mucho que ver con la experiencia de la que te estoy hablando. Ella estaba caliente y no tenía prejuicios morales de ningún tipo. Imaginó que un adolescente siempre estaría dispuesto a hacer el amor. Y yo lo estaba. Cuando me enteré de que estaba casada, me alejé de ella y fin de la historia. Y ahora, supongo que ya te has terminado ese vaso de leche y estás dispuesta a irte a la cama, ¿no?

– Todavía es demasiado pronto.

La voz de Gabe reflejaba una falsa desesperación, un rasgo típico de su irónico humor, reflexionó Rebecca. También advirtió que se había desabrochado el primer botón de la camisa y había estirado las piernas. De modo que, por mucho que pretendiera fingir que estaba horrorizado con aquella conversación, lo cierto era que poco a poco había ido relajándose. De hecho, estaba disfrutando de aquella charla. Rebecca se preguntaba si sería consciente de ello.

– No creas que te he estado haciendo esas preguntas porque sí. Toda esa historia de la señora Robinson y las prostitutas es muy relevante para intentar localizar a Tammy Diller.

– Estoy deseando oír qué clase de lógica has utilizado para llegar a esa conclusión -replicó Gabe secamente.

Rebecca apoyó la barbilla en la palma de las manos. Estaba hablando completamente en serio.

– Bueno, haya llegado como haya llegado hasta allí, parece bastante probable que Tammy es una estafadora. Alguien que vive de su ingenio, si es que no vive de su cuerpo. Ni la ética ni la ley parecen formar parte de su lista de preocupaciones. Es una mujer que ama el riesgo. Posiblemente, ni siquiera le parezca atractivo ganar algo de manera honesta. Las intrigas deben resultarle más divertidas, mucho más desafiantes. Y si está intentando dar el golpe de su vida, debe andar pendiente de todas las ocasiones de ganar dinero rápido que haya en esta ciudad.

Gabe sacudió la cabeza.

– Jamás habría podido imaginar que ibas a llegar a tantas conclusiones con la poca información que te he dado, pero acabas de ganarte diez puntos por tu intuición. A esa misma conclusión he llegado yo también, pero, aun así, no sé a donde quieres llevarnos con todo esto.

– Solo estoy intentando meterme en su cabeza. Si está en la ciudad, ¿dónde podríamos encontrarla? ¿A quién procurará rondar? Yo diría que estará intentando atrapar al primer polluelo millonario con el que se encuentre. Y hablo en serio cuando digo que debería acercarme a un prostíbulo…

– No -la interrumpió Gabe-, tú no.

– Ahora, es cierto que no tengo ninguna razón para pensar que voy a encontrarla en un lugar de ese tipo y nada de lo que hasta ahora me has dicho me hace pensar que sea una prostituta. Pero aun así, creo que hay un común denominador en las personalidades de esa clase, Gabe. No creo que sea muy diferente una mujer que utiliza su cuerpo para ganarse la vida de Tammy, que, al fin y al cabo, en eso de utilizar su cuerpo como cebo tiene todo un historial. Y, maldita sea, todo esto continúa recordándome algo que no acierto a concretar.

– Probablemente Tammy te recuerde a alguno de los personajes de ficción que aparecen en tus libros. Quizá me equivoque, pero no creo que hayas frecuentado a muchas prostitutas en la vida real, pelirroja.

A Gabe le encantaba dejar caer ese tipo de comentarios sobre su privilegiada vida. Pero Rebecca no iba a morder el anzuelo en aquella ocasión.

– La cuestión es que encontrar a Tammy es un problema, pero saber cómo manejarla es otro. Supongo que si tuviera oportunidad de hablar con alguna de esas damas de la noche, podría comprender mucho mejor cómo…

– Rebecca, léeme los labios: para empezar, nadie va a dejarte entrar en un prostíbulo. Eres una mujer y ese no es precisamente el tipo de cliente que están buscando. Y, en segundo lugar, como se te ocurra acercarte a uno de esos lugares, te estrangularé con mis propias manos.

– ¿Gabe?

– ¿Sí?

– Estoy completamente segura de que tienes un carácter fuerte. También estoy convencida de que podrías salir vencedor en cualquier pelea callejera. Pero incluso en el caso de que te enfadaras tanto como para salirte de tus casillas, jamás me pondrías un dedo encima.

A Gabe no pareció gustarle oír aquella verdad tan obvia porque intentó fulminarla con una de sus miradas furiosas. Rebecca inclinó la cabeza, miró por debajo de las faldas de la mesa camilla para buscar los zapatos y se incorporó sosteniendo los zapatos de tacón en una mano.

– Un día de estos, voy a preguntarte de dónde sacas ese carácter tan protector. Pero ahora mismo tengo que irme a la cama. Estoy tan cansada que apenas soy capaz de mantener los ojos abiertos.

– Todavía no hemos terminado esta discusión.

– Lo sé. ¿Quieres que nos veamos mañana al medio día? ¿Quedamos en el vestíbulo del hotel?

– Sí, de acuerdo.

Rebecca se levantó y fue incapaz de contener un bostezo. Había toneladas de emociones tras los oscuros y sombríos ojos de Gabe. Frustración, una respuesta que Rebecca parecía evocar siempre en Gabe. Alivio, como si intentar hablar con ella lo dejara exhausto y estuviera encantado de que por fin hubiera decidido meterse en la cama. Pero había también otro sentimiento revoloteando en su mirada.

Surgió únicamente en el instante en el que posó los ojos sobre ella y reparó en el brillo de sus desordenados rizos a la luz de la vela, en su esbelta figura enfundada en el vestido negro, en su cremosa piel reflejando el resplandor y las sombras provocadas por el fuego. Hasta entonces, no había habido deseo en su mirada. Como mucho, Gabe se había comportado con una respetuosa distancia. Pero por un instante hubo deseo. Deseo que fue sustituido rápidamente por una expresión de alarma. Rebecca se levantó de la mesa y se inclinó sobre él.

– Buenas noches, grandullón.

Gabe se quedó más quieto y helado que un cubo de hielo cuando Rebecca se agachó un poco más y, en un impulso, posó los labios sobre su frente. Fue un beso suave, rápido. Su contacto fue más ligero que el roce de una pluma y más rápido que un chasquido de dedos. Pero el corazón de Rebecca comenzó a latir de pronto a una velocidad vertiginosa. Estaba convencida de que tras ese cubo de hielo se escondía una fiebre incontenible.

Se irguió, evitando la mirada de Gabe como si pudiera morderla y, con deliberada despreocupación, se echó los zapatos al hombro.

– Intenta no preocuparte, estoy segura de que vamos a formar un gran equipo, querido.

Rebecca se escapó antes de que Gabe pudiera decir nada. En menos de cinco minutos desapareció en el ascensor, recorrió el pasillo a grandes zancadas y buscó refugio tras la puerta de su habitación.

Una vez allí, tiró los zapatos al suelo, se dejó caer en la cama y clavó la mirada en el techo. Su mente recreó el rostro de su hermano. Jake. Jake, con cincuenta y cuatro años, era significativamente mayor que ella y la última vez que lo había visto estaba en la cárcel. Siempre había sido un hombre atractivo, de natural distinguido, pero no allí. En la prisión lo había visto demacrado, todo su dinamismo y energía parecían haber quedado paralizados en aquella horrible celda. Adam, el hijo de Jake, le había confiado a Rebecca que pensaba que su padre no sería capaz de sobrevivir un año más si era condenado.