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Gabe se había agachado a su lado. Y Rebecca continuó con los ojos cerrados hasta que sintió sus fuertes manos sobre ella. Entonces abrió los ojos como platos.

Había momentos y lugares en los que a Rebecca no le habría importado que un hombre la manoseara… Incluso podría haberle asignado a Gabe aquel papel… pero no cuando la estaban tocando como si fuera un asexuado saco de azúcar. Con dedos inmisericordes, Gabe tanteó sus tobillos, subió por sus pantorrillas, le hizo inclinar las rodillas y le levantó los brazos. Rebecca protestó varias veces, pero Gabe, o bien no le estaba prestando atención, o no la creía.

Posiblemente Rebecca no estaría tan resentida si Gabe no tuviera tan buen aspecto. Solo el cielo sabía cómo había entrado en la casa, pero era obvio que con una buena dosis de ingenio. Sí, Gabe era el mejor. Ese era el motivo por el que Rebecca había convencido a su familia para que le permitieran investigar la desaparición de su madre. Y aunque no había conseguido nada en aquel caso en particular, estaba teniendo mucho más éxito con otros casos en los que se había visto envuelta la familia. Pero en aquel momento en el que ella debía tener un aspecto infame, Gabe no tenía una sola mota de polvo encima. Llevaba el pelo como recién peinado, la barbilla afeitada, y la camiseta azul marino metida de forma impecable por la cintura de los vaqueros. En sus botas no había ni una gota de barro.

Rebecca no lo conocía muy bien. De hecho, no estaba segura de que fuera posible conocer bien a un hombre como Gabriel Devereax. Algunos miembros de su familia ya habían comenzado a notar que se llevaban tan bien como un reptil y una mangosta. Pero Rebecca no solo no tenía nada contra él, sino que había sido ella la que había urgido a su familia a contratarlo. Sabía que Gabe tenía una reputación y unas credenciales inmejorables. Lo respetaba. Pero cuando era su familia la que estaba en peligro, no iba a conformarse quedándose sentada en el asiento de atrás y dejando que fuera otro el que condujera.

Y Gabe apreciaba sus consejos tanto como el veneno. Lo que ella llamaba ayuda, él lo consideraba intromisión. Alguien capaz de comprender mínimamente el concepto de familia podría haber entendido el amor y la lealtad que demandaban la intervención de Rebecca. Pero intentar explicárselo a Gabe era como intentar perforar el granito.

Aun así, aunque no hubiera una buena relación entre ellos, Rebecca no había podido menos que reparar en ciertos detalles sobre Gabe. Tenía treinta y ocho años y los aparentaba. Su mandíbula cuadrada, la cicatriz de su sien derecha y las arrugas que rodeaban sus ojos hablaban de un hombre con una vida dura a sus espaldas. Había energía en la dureza de sus facciones, energía viril; y una determinación sin límites estampada en cada una de las arrugas de su frente.

Personalmente, Rebecca pensaba que una mujer tenía que estar completamente chiflada para arriesgarse a abordar a un hombre tan duro y cerrado como Gabe De-vereax… Pero, aun así, aquel hombre tenía los ojos más profundos, oscuros y atractivos que había visto en toda su vida. En aquel momento, le resultaba imposible ignorar aquellos ojos que estaban clavados en su rostro. Gabe la tomó por la barbilla y examinó sus heridas con el mismo interés que podría haber mostrado por un insecto.

– Creo que sobrevivirás -anunció-. Aunque es difícil decirlo estando tan sucia.

Como estaba mirándola directamente a los ojos, Rebecca tardó algunos segundos en darse cuenta de dónde estaba poniendo su mano derecha. Con una suavidad digna de un jugador de póquer, la había deslizado bajo su sudadera y estaba ascendiendo por sus costillas.

– ¡Eh! -intentó empujarlo, pero era imposible empujar a un buey.

– No dejes que se te revuelva el hígado, Rebecca. Si hubiera querido insinuarme te habrías enterado. Pero confía en mí, el sexo solo ocupa un noventa y nueve por ciento de mi mente. Tienes una herida en esa zona, y no, no voy a ver hasta dónde llega, pero me gustaría que tosieras.

– ¿Toser? No necesito toser

– Bueno, entonces podemos llevarte ahora mismo a urgencias para que te hagan una radiografía, pero no creo que tenga mucha gracia la idea. Si no te atreves a toser, podemos estar prácticamente seguros de que no te has roto ninguna costilla, pero bueno, si prefieres una radiografía…

Rebecca tosió de forma casi exagerada.

– ¿Estás segura, de que no te duele?

– Claro que sí. Y ahora ya puedes dejar de amenazarme, Gabe. Haría falta todo un ejército para llevarme a un hospital. Estoy perfectamente.

– ¿Ah, sí? Tienes un chichón en la frente, heridas por todas partes y estás tan mojada que es probable que termines con una neumonía. En el piso de arriba hay agua, así que por lo menos podremos limpiar las heridas, pero no sé si encontraremos algo con lo que secarte. ¿Te duele mucho la frente? ¿Estás mareada? ¿Ves doble?

Si aquel maldito hombre tuviera modales, le habría dado oportunidad de contestar, pero no. Obviamente, Gabe no iba a permitirle decir una sola palabra, porque en aquel momento la tomó por la barbilla para volver a examinar el chichón. Con la ligereza de una pluma, le apartó el pelo de la cara. Y cuando terminó de jugar a los médicos, sus ojos se encontraron.

Rebecca no estaba segura de lo que sucedió. Gabe no podía haberle sostenido la mirada durante más de unos segundos, pero el ceño desapareció de su frente. Y apareció algo en su expresión. Algo que Rebecca jamás habría esperado. Algo que estaba más allá de la exasperación y de la compulsión de Gabe Devereax a hacerse cargo de cualquier cosa que surgiera en su camino.

Rebecca estaba tan empapada y desaliñada que lo último que podía parecer era atractiva. Pero hubo algo en aquellos profundos y oscuros ojos que hizo que se le acelerara el pulso.

Si Gabe se había fijado en alguna ocasión en que era una mujer, jamás lo había demostrado. De pronto, Rebecca tuvo problemas para respirar. Gabe era un hombre vital, viril, y de trato suficientemente fácil como para poder disfrutar discutiendo con él mientras no hubiera ninguna posibilidad de que se fijara en ella de forma más personal. Por otra parte, era probable que la caída le hubiera afectado al cerebro. Porque no podía haber un momento más estúpido para sentir el poder de las hormonas, y el sentido común le decía que estaba imaginando la mirada de Gabe.

Aun así, el pulso estaba latiéndole a una velocidad vertiginosa cuando Gabe cambió bruscamente de expresión. El ceño que apareció entre sus cejas era incluso más sombrío que el de minutos antes. Se echó hacia atrás y comenzó a levantarse.

– Es posible que no necesites un médico. Pero veamos qué ocurre cuando intentes levantarte.

– Oh, por el amor de Dios, estoy perfectamente – ignoró la mano que le tendía y se incorporó precipitadamente.

Gran error. El chichón que tenía en la frente comenzó a latirle inmediatamente. Los senos y la muñeca le ardían y en aquel momento tuvo la absoluta certeza de que se había roto el trasero. Pero no lo habría admitido aunque la hubieran estado amenazando con un cuchillo.

– De todas formas, ¿tú cómo has logrado entrar en la casa?

– Como lo hace la mayor parte de la gente, legalmente. Llamé al abogado de Mónica Malone, le presenté mis credenciales y le dije que pensaba que podría haber más pruebas en la casa relacionadas con su asesinato. Le pregunté si no le importaba que echara un vistazo y me dio la llave.

– ¿Y ya está? ¿Eso es lo único que has tenido que hacer para conseguir la llave? -era tan injusto…

– Rebecca, no todo el mundo tiene la imaginación de una escritora. Algunos de nosotros tendemos a hacer las cosas de una forma sencilla, normal, aburrida incluso. Ya sabes, utilizando el sentido común y la lógica.

– Sorprendente. Podría jurar que hemos tenido una conversación idéntica en otra ocasión.

– Sí, es cierto. Pero la otra vez tampoco sirvió de nada -pasó por delante de ella para cerrar la ventana-. Te lavarás y después volverás a casa.