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Encontró a Rebecca en el espacioso salón, acurrucada en una silla, con la mirada fija en la repisa de la chimenea. Maldita mujer. Se volvió hacia él con sus enormes ojos abiertos como platos.

– Solo estoy intentando imaginármelo. Sé que fue asesinada aquí…

– Y también sabemos que Jake estuvo aquí. Y que estaba borracho. Sabemos que discutieron y que se pelearon físicamente. Jake dijo que Mónica lo había arañado y se había abalanzado contra él con un cortaplumas, y tenía una herida en el hombro para demostrarlo. Admitió también que la había empujado, que Mónica había caído contra la chimenea y se había dado un golpe en la cabeza. Las huellas dactilares de tu hermano y de Mónica estaban por todo el salón.

Gabe no añadió que no había aflorado ninguna otra huella. Rebecca parecía haberse hecho ya una idea muy precisa de que todas las pruebas inculpaban a su hermano.

– Pero él dijo que Mónica estaba viva cuando la dejó. Natalie, su hija, lo vio después. Y además, nosotros hemos hablado con él y sabemos que, al menos por su parte, no fue una pelea. Jake se limitó a empujarla porque lo estaba atacando con ese abrecartas. Mira, Gabe, estoy convencida de que cuando Jake se fue había alguien más en la casa. Mi hermano no la mató.

Gabe cruzó la habitación y se acercó al mueble bar. Seguramente no iba a encontrar nada mejor que el whisky de treinta años que había visto en la cocina, pero en ese momento se conformaba con cualquier otra cosa. No para beberla él. Estar cerca de Rebecca siempre le provocaba ganas de beber, pero su problema más inmediato era el abatimiento que reflejaban los ojos de Rebecca.

Sirvió unos dedos de whisky en un vaso de cristal tallado y se lo tendió.

Rebecca tomó el vaso y olió su contenido.

– ¡Puaj! -exclamó.

– Cállate y bébetelo de un trago, enana.

– Si vuelves a llamarme «enana»… -comenzó a decir, pero se le quebró la voz. No tenía ganas de discutir con él. Elevó el vaso y se bebió aquel brebaje en tres tragos. Cuando terminó, tosió atragantada y se secó los ojos en medio de un estremecimiento-. Personalmente, opino lo mismo que Mary Poppins. Si tienes que tomar una medicina, es preferible añadirle siempre una cucharada de azúcar.

Imaginar el sabor del whisky con azúcar fue suficiente para que Gabe se estremeciera, pero aun así pudo ver que el líquido había hecho su efecto. El color había vuelto a las mejillas de Rebecca y había dejado de retorcerse las manos en el jersey. Gabe imaginó que, si había alguna posibilidad de que Rebecca pudiera enfrentarse a una nueva dosis de realismo, aquel era el momento más adecuado para ello.

– No ha aparecido ningún otro sospechoso, Rebecca, ni un solo nombre, y mucho menos una huella dactilar. Todas las pruebas apuntan hacia Jake. Y tenía motivos para matarla.

– Mónica estaba chantajeándolo, lo sé. Desde que se enteró de que Jake era hijo ilegítimo, estuvo exprimiéndolo para quedarse con sus acciones de la compañía. Sé también el miedo que tenía Jake a perderlo todo. Conozco todos los asuntos turbios de mi familia, Gabe, y soy consciente de los errores que cometió mi hermano. También sé que estaba bebiendo demasiado y flaqueando en el trabajo. La presión a la que estaba sometido acabó con su matrimonio y lo hizo enfrentarse a Nate. Pero eso no significa que la matara.

Era bastante inusual que dos más dos no sumaran cuatro, pensó Gabe, pero era muy difícil discutir con una persona cegada por la lealtad hacia su hermano.

– Simplemente, he pensado que necesitabas reconocer lo mal que se presenta la situación.

– ¿Sabes lo único que reconozco? Que Mónica Malone se las ha arreglado de una u otra manera para destrozar a mi familia durante dos generaciones. Ahora está muerta, pero aun así no ha dejado de hacerlo. Aquella vieja bruja era culpable de secuestro, sabotaje, infidelidad, robo, chantaje… Y todas esas cosas las hizo en contra de la familia Fortune, empezando por la aventura que mantuvo con mi abuelo. Pero te juro que no volverá a hacernos ningún daño. Esto tiene que acabar.

– Rebecca -dijo Gabe pacientemente-. Volvamos a casa.

– No.

– A lo mejor tienes razón. Es posible que alguien entrara en la mansión después de que tu hermano se fuera y la asesinara. Pero si en esta casa hay una mínima prueba que apunte en esa dirección, te prometo que la encontraré.

– Sé que lo intentarás, y también que eres muy bueno en tu trabajo. Pero tú no tienes visión femenina, Gabe. Es muy posible que yo pueda ver cosas que tú no ves.

Gabe se frotó la cara. Viendo que no tenía sentido continuar por aquel rumbo, probó con otro.

– Hay una pequeña cuestión con la que a lo mejor no has contado, pelirroja. Encontrar una prueba de que fue otra la persona que mató a Mónica no significa que vayas a ser más feliz. Conozco toda la historia de cómo acosó a tu familia. Si hubiera otro sospechoso, podría ser otro miembro del clan.

– No ha sido ninguno de nosotros -repuso Rebecca con firmeza.

– Odio tener que decirte esto, pero sería difícil demostrarlo en los tribunales. Cualquiera podría pensar que esa declaración de inocencia procede de la lealtad, y no de un punto de vista lógico y racional.

– Pues en ese caso, cualquiera podría equivocarse. Aquella mujer fue una avariciosa y una egoísta durante toda su vida. Podría tener cientos de enemigos aparte de nosotros. Y… Oh, Dios mío. No puedo continuar aquí parada. Voy a empezar a buscar.

Y se dirigió hacia la puerta antes de que Gabe pudiera decirle nada. Aunque, por supuesto, el detective tampoco lo habría intentado. Razonar con aquella mujer era como intentar razonar con una muía. Miró de reojo hacia la botella de whisky.

No creía que pudiera encontrar ninguna prueba que exculpara a su hermano, pero había una mínima posibilidad de que la hubiera. Y si había una remota posibilidad de que Rebecca tuviera razón, eso significaba que había suelto un asesino. Un asesino de sangre fría al que no le haría ninguna gracia que alguien estuviera intentando probar la verdad. Gabe había mencionado aquella amenaza de peligro a Rebecca. Pero no le había comentado que aquello le había hecho pensar que quizá fuera mejor que alguien la vigilara.

Pero ese no era su problema. Si las cosas empeoraban, le diría a su mamá que se ocupara de ella. Kate Fortune podría conseguir todo un batallón de marines que la protegieran.

Él solo iba a tener que ocuparse de Rebecca aquella noche. Y cuando llegara a casa, tendría tiempo más que de sobra para consolarse con el whisky. Y mientras estuviera cerca de Rebecca, necesitaba todo el ingenio y la perspicacia que pudiera reunir.

Rebecca puso los brazos en jarras. El dormitorio de Mónica era tal y como esperaba: el dormitorio de una mujer vanidosa, egoísta y caprichosa.

El mundo de Mónica giraba, definitivamente, alrededor de Mónica. Por el amor de Dios, si tenía dos retratos al óleo colgados de la pared. Y en los armarios había más zapatos que en la mansión de Imelda Marcos. La cama tenía forma de corazón, ¿sería posible ser más cursi?, sábanas de satén y un cabecero acolchado, también de satén. Y en el tocador había más frascos que los que podía producir una compañía de cosméticos.

Rebecca ya había revisado los cajones. Y mientras inspeccionaba el baño, había aprovechado para bajarse los vaqueros y averiguar por qué le dolía tanto el trasero. Desde luego, en aquel cuarto de baño había suficientes espejos para mostrarle el arco iris de colores de su enorme moratón. El latido del chichón la estaba matando y los arañazos del pecho y las costillas continuaban escociéndole.