de que desearías ser un poco misericordioso con el a. Si haces el favor de decirme qué veneno te aplicaste
en los dientes, quizá pueda procurarle una muerte más suave.
-¡Por todos los dioses! -exclamé furioso-. Sé desde hace mucho tiempo que Gónda Ke tiene demencia
criminal, pero... ¿es que acaso tú también la tienes?
Se apartó de mi acobardado, y tartamudeó:
-T-tiene una espantosa herida abierta y supurante en el tobil o...
-Te lo confieso, a menudo he pensado cómo podría matar de forma ingeniosa a Gónda Ke cuando ya no me
fuera útil -le indiqué apretando los dientes-. Pero... ¿mordería para matarla? En tus fantasías más
descabel adas, hombre, ¿crees que yo pondría mi boca sobre ese reptil? Si alguna vez lo hiciera, sería yo
quien se envenenaría, sufriría, supuraría y moriría! Fue una araña lo que le mordió. Mientras recogía leña.
Pregúntale a cualquiera de esos que la atendieron primero.
Hice ademán de alcanzar a la mujer mayo que había ido a buscarnos, que nos miraba con los ojos
desencajados a causa del susto. Pero desistí al comprender que no podía entendernos ni contestar a
pregunta alguna. Me limité a agitar los brazos l eno de una repugnancia inútil mientras Ualiztli decía con
ánimo de aplacarme:
-Sí, sí, Tenamaxtzin. Una araña. Te creo. Debería haber comprendido que esa mujer mentiría siempre,
incluso en el lecho de muerte.
Respiré varias veces para calmarme y luego dije:
-Sin duda tiene la esperanza de que la acusación l egue a oídos de los yoóotui. Por poco que consideren a
las mujeres, ésta es una mayo. Si hacen caso de su perjurio podrían negarme, en venganza, el apoyo que
me han prometido. Deja que se muera.
-Y, además, lo mejor será que se muera de prisa -dijo Ualiztli.
Y entró de nuevo en la cabaña.
Reprimí la repulsión y lo seguí al interior, aunque sólo fue para sentirme más repelido al verla y, ahora lo
noté, al percibir el hedor a carne corrompida que emanaba.
Ualiztli se arrodil ó al lado del jergón y le preguntó:
-La araña que te picó en el tobil o... ¿era una de esas enormes y peludas?
Gónda Ke movió de un lado a otro la cabeza gorda y moteada, me señaló con un gordo dedo y graznó:
-Fue él.
Hasta la máscara de madera del ticitl mayo se meneó con escepticismo al oír aquel o.
-Entonces dime dónde te duele -quiso saber Ualiztli.
-Toda Gónda Ke -murmuró la mujer.
-¿Y dónde es donde más te duele?
-En el vientre -volvió a murmurar.
Y justo entonces debió de darle al í un espasmo de dolor. Hizo una mueca, lanzó un grito, se dio
bruscamente la vuelta hasta ponerse de lado, se dobló sobre sí misma... por lo menos todo lo que pudo, y
el estómago distendido le formó unos rol os gruesos.
Ualiztli esperó a que pasara el espasmo y luego le preguntó:
-¿Te duelen las plantas de los pies?
Gónda Ke no se había recuperado lo suficiente como para hablar, pero movió la bulbosa cabeza con mucho
énfasis en señal de asentimiento.
-Ah -exclamó Ualiztli con satisfacción; y a continuación se levantó.
-¿Eso te dice algo? ¿Lo de las plantas de los pies? -quise saber, maravil ado.
-Ese dolor es el síntoma que sirve para diagnosticar la mordedura de una araña concreta. Rara vez
encontramos a ese animal en nuestras tierras del sur. Nos es más familiar la grande y peluda, que parece
más espantosa de lo que es en realidad. Pero en los climas del norte se encuentra una araña
verdaderamente letal que no es grande y no parece muy peligrosa. Es negra, con una mancha roja en la
parte inferior.
-La amplitud de tus conocimientos me asombra, Ualiztli -le comenté.
-Uno intenta mantenerse bien informado en su profesión intercambiando retazos de sabiduría con otros
tíciltin -repuso con modestia-. Me han dicho que el veneno de esa araña negra del norte realmente derrite la
carne de su presa para comérsela con más facilidad. De ahí esa espantosa herida abierta en la pierna de la
mujer. Pero en este caso el proceso se ha extendido ya por el interior de todo el cuerpo. Está literalmente
licuándose por dentro. Es curioso. Nunca me habría esperado una putrefacción tan extensa excepto en un
niño pequeño o en una persona que fuera ya vieja y enfermiza.
-¿Y qué harás al respecto?
-Acelerar el proceso -murmuró Ualiztli en un susurro para que sólo yo pudiera oírlo.
Los ojos de Gónda Ke, entre aquel os abultados párpados, también preguntaban con ansiedad: "¿Qué vais
a hacer por mi?" De manera que Ualiztli dijo en voz alta:
-Te traeré unos medicamentos especiales.
Y salió de la cabaña.
Me quedé de pie contemplando a la mujer, pero sin compadecerla. Gónda Ke había recobrado suficiente
aliento para hablar, pero sus palabras resultaban desarticuladas, su voz era sólo graznidos y carraspeos.
-Gónda Ke no debe... morir aquí.
-Aquí está tan bien como en cualquier parte -dije yo con Maldad-. Al parecer tu tonali te ha traído al final de
tus caminos y de tus días justo aquí. Los dioses son mucho más ingeniosos de lo que podría serlo yo al
idear deshacerse como le corresponde de alguien que siempre ha vivido en medio de la maldad y que
además ya ha vivido demasiado tiempo.
La mujer volvió a decir, pero esta vez haciendo énfasis en una palabra:
-Gónda Ke no debe... morir.., aquí. Entre estos patanes.
Me encogí de hombros.
-Estos patanes son tu propia gente. Esta es tu tierra. Fue una araña nativa de esta tierra la que te
envenenó. Me parece apropiado que hayas sido abatida no por una mano humana enojada, sino por una de
las criaturas más diminutas que habitan la tierra.
-Gónda Ke no debe... morir aquí -volvió a repetir, aunque parecía que se dirigía a sí misma más que a mí-.
A Gónda Ke no se la... recordar aquí. Y Gónda Ke estaba destinada a que la recordasen. Gónda Ke estaba
destinada a ser... a formar parte de... la realeza... en algún lugar. Y a l evar el -tzin al final de su nombre...
-Te equivocas. Olvidas que he conocido a mujeres que verdaderamente merecían el -tzin. Pero tú, hasta el
mismísimo fin, te has afanado en dejar tu marca en el mundo a base únicamente de hacer daño. Y a pesar
de tus ideas de grandeza acerca de la importancia que crees merecer no obstante tus mentiras,
duplicidades e iniquidades, estás destinada por tu tonali a no ser nada más que lo que fuiste y lo que eres
ahora: tan venenosa como la araña y, por dentro, igual de pequeña. Ualiztli regresó entonces y se arrodil ó
para rociarle a Gónda Ke en la herida abierta de la pierna simple picíetl.
-Esto te mitigará el dolor local, mi señora. Y toma, bébete esto otro. -Acercó un cucharón de calabaza a los
protuberantes labios de la mujer-. Hará que dejes de sentir los demás dolores internos.
Cuando volvió a incorporarse para ponerse de pie junto a mí, yo gruñí:
-No te he dado permiso para aliviarle el sufrimiento. Bastante les ha infligido el a a otras personas.
-No te he pedido permiso, Tenamaxtzin, y no te pediré perdón por el o. Soy tícitl. Mi fidelidad a mi vocación
tiene prioridad incluso sobre mi lealtad a ti. Ningún tícitl puede impedir la muerte, pero sí puede negarse a
prolongarla. La mujer se dormirá y, dormida, morirá.
Así que contuve mi lengua, y nos quedamos contemplando cómo se cerraban los párpados hinchados de
Gónda Ke. Lo que sucedió a continuación sé que le sorprendió a Ualiztli tanto como a mí y al otro tícitl.