Del agujero de la pierna de Gónda Ke empezó a salir un reguero de líquido, que no era sangre, tan
transparente y fluido como el agua. Luego salieron otros fluidos más viscosos pero aún incoloros, y tan
malolientes como la herida. El reguero se convirtió en un pequeño torrente cada vez más fétido, y la misma
sustancia nociva empezó a manarle también de la boca, de las orejas y de los orificios que hay entre las
piernas.
La hinchazón del cuerpo empezó a disminuir de forma lenta pero visible; y al ceder la piel tan tensamente
estirada, también se redujeron las manchas de jaguar hasta convertirse en una profusión de pecas
corrientes. Luego incluso éstas empezaron a desaparecer a medida que la piel se aflojaba y formaba
surcos, pliegues y arrugas. El flujo de líquidos aumentó hasta convertirse en un borbotón; parte de él
empapó el suelo de tierra, y otra parte se quedó al í en forma de baba espesa de la cual nos apartamos con
gran cautela los tres observadores.
El rostro de Gónda Ke se fue transformando hasta convertirse sólo en una piel arrugada sin facciones que
le envolvía la calavera, y luego todo el pelo se le fue desprendiendo a mechones. El fluido de líquidos se
redujo a un rezumar, y por fin toda aquel a bolsa de piel que había sido una mujer quedó vacía. Cuando la
bolsa empezó a abrirse, a rasgarse, a deslizarse hacia abajo y a disolverse en la baba del suelo, el tícitl
enmascarado lanzó un aul ido de puro horror y salió disparado de la cabaña.
Ualiztli y yo continuamos contemplando aquel o hasta que no hubo nada que ver más que el esqueleto de
Gónda Ke en medio de una viscosidad reluciente y de color gris blanquecino, algunos mechones de cabel o
y las uñas de los dedos de los pies y de las manos dispersas por todas partes. Luego nos miramos
fijamente el uno al otro.
-Esta mujer quería que se la recordase -dije esforzándome por mantener la voz firme-. Y ciertamente que
ese mayo de la máscara la recordar mientras viva. En nombre de Huitzli, ¿qué era esa poción que le diste
a beber?
Con una voz casi tan temblorosa como la mía, Ualiztli me respondió:
-Eso no ha sido obra mía. Y tampoco de la araña. Es una cosa todavía más prodigiosa que lo que le pasó a
aquel a muchacha, Pakápeti. Me atrevo a decir que ningún otro ticitl ha visto nunca nada parecido.
Pisando con mucha cautela entre el charco apestoso y resbaladizo, se acercó y se inclinó para tocar una
costil a del esqueleto. Al instante la costil a se soltó del lugar donde estaba sujeta. La recogió con mucho
cuidado y se puso a examinarla; luego se acercó a mí para enseñármela.
-Pero algo parecido a esto yo sí que lo he visto antes -dijo-. Mira. -Sin ningún esfuerzo la rompió entre los
dedos-. Cuando los guerreros y los obreros mexicas vinieron de Tenochtitlan con tu tío Mixtzin, quizá lo
recuerdes, drenaron y secaron los pantanos más desagradables de alrededor de Aztlán. Y al hacerlo
desenterraron fragmentos de numerosos esqueletos... tanto humanos como de animales. Llamaron al tícitl
más sabio de Aztlán. Examinó los huesos y declaró que eran viejos, increíblemente viejos, de haces y
haces de años de edad. Supuso que eran restos de personas y animales que habían sido absorbidos por
arenas movedizas que, en alguna época remota, habían existido en aquel lugar. Yo conocí a aquel ticitl
antes de que muriera y todavía tenía algunos de aquel os huesos. Eran tan quebradizos y frágiles como
esta costil a. -Los dos nos volvimos para mirar otra vez el esqueleto de Gónda Ke, que ahora se estaba
haciendo pedazos silenciosamente mientras yacía al í. Ualiztli, con voz de respetuoso pavor, añadió-: Ni la
araña ni yo le hemos dado muerte a esa mujer. Llevaba muerta, Tenamaxtzin, haces y haces de años antes
de que tú o yo naciéramos.
Cuando salimos de la cabaña vimos a aquel tícitl mayo que recorría la aldea como una centel a hablando
atropel adamente y a voz en grito. Con aquel a inmensa máscara supuestamente majestuosa tenía un
aspecto muy tonto, y los otros mayos lo contemplaban con incredulidad. Se me ocurrió que, si toda la aldea
se alborotaba por la poco corriente manera en que Gónda Ke se había disuelto, quizá los ancianos tuvieran
motivo para sospechar de mí. Decidí borrar todas las pruebas de la muerte de aquel a mujer. Que fuera aún
más misteriosa, de manera que el fantástico relato del ticitl resultase imposible de probar. Le dije a Ualiztli:
-Me has dicho que l evas algo combustible en ese saco.
-El asintió y sacó una bolsa de cuero l ena de líquido-. Salpica toda la cabaña por encima.
Luego, en lugar de ir a coger una tea de la hoguera donde se cocinaba, hoguera que permanecía siempre
encendida en el centro de la aldea, empleé subrepticiamente mi cristal de quemar, y al cabo de unos
momentos la cabaña de cañas y juncos ardía en l amas. Todos miraron con asombro aquel o, y Ualiztli y yo
fingimos hacer lo mismo, mientras la cabaña y su contenido ardían hasta quedar reducidos a cenizas.
Quizá yo arruinase para siempre la reputación de veracidad del tícitl local, pero los ancianos nunca me
l amaron para exigirme una explicación de aquel os extraños hechos. Y durante los días siguientes los
guerreros de otras aldeas acudieron en desorden procedentes de diversas direcciones, bien armados y al
parecer ansiosos por empezar la guerra. Cuando me informaron, mediante gestos, de que habían reunido a
todos los hombres disponibles, los envié al sur con Machihuiz, y Acocotli partió hacia el norte con otro yaqui
para correr la voz entre el Pueblo del Desierto.
Yo ya había decidido que Ualiztli y yo no haríamos el arduo viaje entre las montañas que había hacia
Chicomóztotl, sino que tomaríamos un rumbo más fácil y más rápido. Abandonamos Bakum y nos dirigimos
al oeste siguiendo el río; atravesamos las aldeas de Torim, Vikam, Potam y algunas más, nombres que, al
estilo poco imaginativo de los yaquis, significan "lugares de", respectivamente, ratas de la madera, puntas
de flecha, ardil as de tierra, hasta que l egamos a la aldea costera de Beóene, que significa "lugar en
declive". Bajo otras circunstancias habría sido suicida que dos extranjeros intentasen un viaje como aquél,
pero por supuesto todos los yaquis ya habían sido informados de quiénes éramos, qué estábamos
haciendo en aquel as tierras, y también de que nos avalaban los yoóotuí de Bakum.
Como he dicho, los hombres kahítas de Beóene pescaban algo en las costas del mar Occidental. Como la
mayoría de los hombres se habían ausentado para alistarse en mi guerra, y sólo habían dejado a los
pescadores suficientes para que la aldea pudiera alimentarse, había muchas de sus acaltin en condiciones
de navegar que no se utilizaban. Conseguí, mediante gestos, "tomar prestada" una de aquel as canoas
hechas con troncos ahuecados y dos remos para la misma. (No esperaba devolver aquel as cosas nunca, y
no lo hice.) Ualiztli y yo aprovisionamos nuestra embarcación con abundantes víveres de atoli, carnes y
pescado secos, bolsas de cuero de agua dulce, incluso una de aquel as lanzas de caña de triple diente de
los pescadores para poder procurarnos pescado fresco durante nuestra travesía, y un recipiente de barro
marrón l eno de carbón vegetal para cocinar los peces.
Tenía intención de ir remando hasta Aztlán, que se encontraba, según calculé, a bastante más de
doscientas carreras largas de distancia, si es que puede hablarse de "carreras" en el agua. Estaba ansioso
por ver cómo le iban las cosas a Améyatl, y Ualiztli estaba también ansioso por contarles a sus colegas