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podemos hacerlo.

-Pero con la ayuda de otros, desde luego que si. De muchos otros. Por ejemplo de esos chichimecas a

quienes tú desprecias. Sus tierras no han sido conquistadas ni el os tampoco. Y la suya no es la única

nación del norte que aún desafía a los hombres blancos. Si esos pueblos se levantaran y cargaran contra el

sur. - Bueno, ya tendremos ocasión de hablar más, Pochotl, cuando yo haya comenzado mis estudios.

-Hablar. Sí, hablar. He oído mucho de hablar.

Estuve esperando a la entrada del colegio sólo un breve espacio de tiempo antes de que el notario Alonso

l egase y me saludase afectuosamente; luego añadió:

-Estaba un poco preocupado, Tenamaxtli, de que quizá hubieras cambiado de opinión.

-¿En lo de aprender tu idioma? Estoy realmente decidido...

-En lo de hacerte cristiano -me interrumpió.

-¿Qué? -Como me había cogido de improviso, protesté-: Nunca hemos hablado de semejante cosa.

-Di por supuesto que lo comprendías. El colegio es una escuela parroquial.

-Esa palabra no me dice nada, cuatl Alonso.

-Es una escuela cristiana, sostenida por la Iglesia. Tienes que ser cristiano para asistir a las clases.

-Bueno, pues... -murmuré.

Se echó a reír y luego comentó:

-No es una cosa dolorosa hacerlo. El bautismo sólo l eva consigo un toque de agua y sal. Y te limpia de

todo pecado, te cualifica para tomar parte en los demás sacramentos de la Iglesia y asegura la salvación de

tu alma.

-Pues.. -

-Pasará mucho tiempo antes de que estés suficientemente instruido y preparado para el catecismo, la

confirmación y la primera comunión.

Aquel as palabras tampoco tenían ningún sentido para mi. Sin embargo, deduje que yo sería sólo una

especie de aprendiz de cristiano durante aquel "mucho tiempo". Y si mientras tanto podía aprender español,

ya me las arreglaría para escapar de al í antes de que estuviera totalmente comprometido con la religión

extranjera. Me encogí de hombros y le dije:

-Como tú quieras. Guíame.

Y así lo hizo. Me condujo al interior del edificio, hasta una habitación que me explicó era "el despacho del

registrador". Aquel personaje era un sacerdote español, calvo en la parte superior de la cabeza como los

demás que yo había visto, pero mucho más gordo, que me miró sin gran entusiasmo. Alonso y él

mantuvieron una conversación bastante larga en español, y luego el notario se dirigió a mí de nuevo.

-A los nuevos conversos se les proporciona un nombre cristiano en el bautismo, y la costumbre es otorgar el

nombre del santo en cuya festividad se administra el bautismo. Como hoy es la festividad de san Hilarión

Ermitaño, tú te l amaras Hilario Ermitaño.

-Preferiría l amarme de otra manera. -¿Qué?

-Creo que hay un nombre cristiano que es Juan... -empecé a decir con tiento.

-Pues si -convino Alonso, que parecía perplejo.

Yo había mencionado ese nombre porque, si yo había de tener uno, ése había sido el nombre cristiano de

mi difunto padre Mixtli. Al parecer Alonso no relacionó aquel o con el hombre que había sido ejecutado,

porque añadió con aprobación:

-Entonces tú sí que sabes algo acerca de nuestra fe. Juan fue el discípulo más querido de Jesús. -No

pronuncié ni una palabra, porque aquel o no era más que palabrería para mí, así que él continuó hablando-:

Entonces, ¿Juan es el nombre que prefieres?

-Si no hay ninguna regla que lo prohíba.

-No, no hay ninguna regla... pero déjame que lo pregunte... -Se volvió de nuevo hacia el sacerdote gordo y,

después de conferenciar durante un rato, me dijo-: El padre Ignacio me dice que hoy es también la

festividad de un santo más bien oscuro l amado John de York, que en un tiempo fue el prior de un convento

en algún lugar de Inglaterra. Muy bien, Tenamaxtli, serás bautizado con el nombre de Juan Británico.

La mayor parte de aquel discurso también me resultó incomprensible. Y cuando el sacerdote, el padre

Ignacio, me roció con agua la cabeza y me hizo probar un poco de sal de la palma de su mano, consideré

aquel ritual como un montón de tonterías. Pero lo toleré porque estaba claro que para Alonso significaba

mucho, y yo no iba a decepcionar a un amigo mostrándome desagradecido. Así que me convertí en Juan

Británico, y aunque no lo sabía entonces, estaba siendo una vez más la víctima inocente de esos dioses

que pícaramente disponen lo que luego aparentan ser coincidencias. Aunque yo muy rara vez a lo largo de

mi vida me di a conocer por ese nuevo nombre, con el tiempo así lo oirían ciertos forasteros aún más

extranjeros que los españoles que ocasionarían algunos acontecimientos de lo más extraño.

-Y ahora -me dijo Alonso-, además de la clase de español, decidamos de qué otras clases vas a querer

beneficiarte, Juan Británico. -Cogió un papel de la mesa del sacerdote y lo examinó-. Instrucción en la

doctrina cristiana, por supuesto. Y por si acaso más tarde fueras bendecido con la l amada a las sagradas

órdenes, también hay una clase de latín. Leer, escribir... bueno, eso puede esperar. Hay otras clases que se

imparten sólo en español, así que ésas deben esperar también. Pero los maestros de manualidades son

nativos que hablan náhuatl. ¿Te atrae algo de eso? -Y me leyó de la lista-: Carpintería, herrería, curtido,

zapatería, sil as de montar, trabajos de vidrio, fabricación de cerveza, hilado, tejido, corte y confección,

bordado, encaje, mendigar limosnas...

-¿Mendigar? -exclamé.

-Por si te convirtieras en fraile de una orden mendicante.

-No tengo ambición alguna de convertirme en fraile -le expliqué secamente-, pero creo que ya se me puede

l amar mendigo viviendo en el mesón como vivo.

Alonso levantó la mirada de la lista.

-Dime, ¿eres competente en la lectura de los libros aztecas y mayas de imágenes de palabras, Juan

Británico?

-Me enseñaron bien -repuse-. Sería inmodesto por mi parte decir lo bien que lo aprendí.

-Pues quizá pudieras serme de ayuda. Estoy intentando traducir al español los pocos libros nativos que

quedan en esta tierra. Casi todos el os fueron expurgados, los quemaron, pues se consideraban diabólicos,

demoníacos y enemigos de la verdadera fe. Yo me las arreglo bastante bien con los libros cuyas imágenes

de palabras las dibujaron personas que hablaban náhuatl, pero algunos los hicieron escribas que hablaban

otras lenguas. ¿Crees que tú podrías ayudarme a descifrarlos?

-Puedo intentarlo.

-Bien. Entonces le pediré permiso a su excelencia para pagarte un estipendio. No será mucho, aunque te

quitará la sensación de ser un zángano desgraciado que vive de la caridad. -Después de otra breve

conversación con Ignacio, el sacerdote gordo, añadió-: Te he matriculado sólo para que asistas a dos clases

de momento: una en la que yo enseño español básico y otra de instrucción cristiana que imparte el padre

Clemente. Las demás clases pueden esperar por ahora. Mientras tanto pasarás tus horas libres en la

catedral ayudándome con esos libros nativos, lo que nosotros l amamos códices.

-Me complacerá hacerlo -le indiqué-. Y te estoy muy agradecido, cuatl Alonso.

-Ahora vamos arriba. Tus compañeros de clase ya estarán sentados en sus bancos, esperándome.

Así era, y me sentí avergonzado al ver que yo era el único hombre adulto en medio de unos veinte chicos y

cuatro o cinco chicas. Me sentí como debió de sentirse mi primo Yeyac años atrás, en las escuelas