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-Haces unas preguntas, cuatl Juan, que han tenido perplejos incluso a los filósofos. Pero haré lo que pueda

por contestarte. Todos los blancos son superiores a los que no son blancos, sí, eso es cierto. La Biblia así

nos lo dice. Es a causa de las diferencias entre Sem, Cam y Jafet.

-¿Qué o quiénes son ésos?

-Los hijos de Noé. Tu instructor, el padre Diego, puede explicártelo mejor que yo. En cuanto al tema de si

todos los europeos son iguales, bueno, pues.. - -Se echó a reír de un modo algo irónico-. A cada nación,

incluida nuestra amada España, le gusta considerarse a sí misma superior a las demás. Como sin duda os

ocurre a los aztecas aquí, en Nueva España.

-Eso es cierto convine-. O lo era hasta ahora. Pero en el momento en que a nosotros y a los demás se nos

amontona juntos como meros indios, quizá descubramos que todos tenemos más en común de lo que

creíamos.

-Y respondiendo a tu otra pregunta... sí, Europa es cristiana, excepto algunos herejes y judíos aquí y al á y

los turcos de los Balcanes. Triste es decir, sin embargo, que en los últimos años ha habido inquietud e

insatisfacción incluso entre los cristianos. Ciertas naciones, Inglaterra, Alemania, y otras, han estado

poniendo en tela de juicio el dominio de la Santa Iglesia.

Atónito al oír que tal cosa fuera posible, le pregunté:

-¿Han dejado de adorar a los cuatro que forman la Trinidad?

Resultó evidente que Alonso, que estaba muy preocupado, no me oyó decir "cuatro". Repuso

sombríamente:

-No, no, los cristianos creen aún en la Trinidad. En lo que algunos de el os se niegan ahora a creer es en el

Papa.

-¿El Papa? -repetí l eno de extrañeza.

Estaba pensando, pero no lo expresé en voz alta, si es que habría una quinta entidad que adorar. ¿Era

concebible una aritmética tan rara como aquél a? ¿Una trinidad de cinco?

-El Papa Clemente Séptimo -me explicó Alonso-. El obispo de Roma. El sucesor de san Simón Pedro. El

vicario de Jesucristo en la Tierra. La cabeza visible de la Iglesia Católica y Romana. Su suprema e infalible

autoridad.

-¿Este no es otro santo o espíritu? ¿Se trata de una persona viva?

-Claro que es una persona viva. Un sacerdote. Un hombre igual que tú y que yo, sólo que más viejo. Y

enormemente más santo, puesto que él l eva las sandalias del pescador.

-¿Sandalias? -repetí sin comprender-. ¿Las sandalias del pescador?

En Aztlán yo había conocido a muchos pescadores, y ninguno l evaba sandalias ni era santo en lo más

mínimo.

Alonso suspiró con exasperación.

-Simón Pedro había sido pescador antes de convertirse en el más prominente discípulo de Jesucristo, en el

más importante de los apóstoles. Se le considera el primer Papa de Roma. Ha habido muchísimos desde

entonces, pero de cada Papa que lo ha sucedido se dice que se ha calzado las sandalias del pescador y

por el o adquiere la misma eminencia y autoridad que Simón Pedro. Juan Británico, ¿por qué sospecho que

has estado soñando despierto durante la instrucción del padre Diego?

-No lo he hecho -le mentí; y añadí poniéndome a la defensiva-: Sé recitar el credo, el padrenuestro y el

avemaría. Y he memorizado las jerarquías de los clérigos de la Iglesia: monjas y frailes, abades y

abadesas, padres, monseñores, obispos. Luego... eh... ¿hay algo que quede por encima de nuestro obispo

Zumárraga?

-Arzobispos -me indicó Alonso con brusquedad-. cardenales, y patriarcas. Y luego está el Papa, que se

encuentra por encima de todos. Te recomiendo encarecidamente que prestes más atención en la clase del

padre Diego si es que deseas ser confirmado alguna vez en la Iglesia.

Me guardé muy bien de decirle que no quería tener nada que ver con la Iglesia más que lo que fuera

necesario para mis propios planes. Y era principalmente porque mis propios planes se encontraban aún

sumidos en la penumbra por lo que yo continuaba asistiendo a la clase de instrucción en cristianismo. Estas

clases consistían casi por entero en enseñarnos a recitar reglas, rituales e invocaciones, la mayoría de el os

-el padrenuestro, por ejemplo- en una lengua que ni siquiera los españoles se tomaban la molestia de fingir

que entendían. Cuando la clase, ante la insistencia de tete Diego, asistía al servicio de la iglesia l amado

misa, yo fui con el os unas cuantas veces. Aquel o también era incomprensible para nadie excepto,

supongo, para los sacerdotes y los acólitos que celebraban la misa. Nosotros los nativos, los mestizos y

demás teníamos que sentarnos en una galería superior aparte del resto, pero aun así el olor de muchos

españoles sin lavar apiñados habría sido intolerable de no ser por las embriagadoras nubes de humo de

incienso.

De todos modos, como yo nunca había tenido gran interés en mi religión nativa, excepto en aquel o

referente a disfrutar las muchas festividades que proporcionaba, tampoco me interesaba demasiado

adoptar una nueva. Tenía una particular inclinación a escarbarme los dientes con desdén ante una religión

que parecía incapaz de contar más al á de tres, puesto que sus objetos de adoración, según mis cuentas,

hacían un total de por lo menos cuatro, y pudiera ser que cinco, pero el os se empeñaban en l amarlo

trinidad.

A pesar de la excentricidad numérica de su propia fe, con frecuencia tete Diego vituperaba en contra de

nuestra antigua religión como superpoblada de dioses. Aquel a cara suya sonrosada se le puso

perceptiblemente púrpura cuando un día le hice notar que, mientras el cristianismo daba a entender que

reconocía a un único Señor Dios, en realidad le concedía igual prestigio a los excelentísimos seres

l amados santos, a los ángeles y arcángeles... Y el os eran a todas luces tan numerosos como nuestros

dioses, y algunos parecían tan viciosos y vengativos como aquel os dioses nuestros tan oscuros que los

cristianos l amaban demonios. Le dije que la principal diferencia que yo podía apreciar entre nuestra antigua

religión y la nueva de tete Diego era que nosotros alimentábamos a nuestros dioses, mientras que los

cristianos se comían a los suyos, o fingían hacerlo, en el ritual l amado comunión.

-Hay muchas otras cosas en las que el cristianismo no supone en realidad mejora alguna sobre nuestro

paganismo, como vosotros lo l amáis -continué explicándole-. Por ejemplo, tete, nosotros también

confesamos nuestros pecados a la bondadosa y misericordiosa diosa Tlazoltéotl, que significa Comedora

de Porquería, la cual, después de nuestra confesión, nos inspiraba actos de contrición o nos daba la

absolución, exactamente igual que hacen vuestros sacerdotes. En cuanto al milagro del parto virginal,

varias de nuestras deidades vieron la existencia de ese modo. E incluso así fue como vino al mundo uno de

los gobernantes mexicas mortales. Ése fue el primer Moctezuma, el gran Portavoz Venerado que fue tío

abuelo del Moctezuma menor que reinaba en la época en que vosotros los españoles l egasteis aquí. Fue

concebido cuando su madre aún era una doncel a virgen y...

-¡Basta ya! -me interrumpió tete Diego, cuya cabeza calva se había puesto roja-. Tienes el sentido del

humor de un payaso, Juan Británico, pero ya has hecho bastante mofa y burla por hoy. Estás rozando la

blasfemia e incluso la herejía. Márchate de esta clase y no vuelvas hasta que te hayas arrepentido y te

hayas confesado, no a cualquier Glotona Asquerosa, sino a un sacerdote confesor cristiano!