Cuando de De Puntil as y yo volvíamos a entrar en el patio del palacio, el a me reprendió:
-Tenamaxtli, hasta esta misma noche has matado hombres bruscamente y sin concederle a el o más
importancia de la que le concedería yo. Pero luego te has puesto ese tocado, esa capa y esas pulseras... y
con el os te has revestido de una indulgencia impropia de ti. Un Gobernador Reverenciado debería ser más
fiero que los hombres corrientes, no menos fiero que el os. Esos traidores merecían morir.
-Y morirán -le aseguré-, pero de un modo que será útil a mi causa.
-Ejecutarlos aquí, en público, también ayudaría a tu causa. Eso les quitaría las ganas a los demás hombres
de intentar en el futuro cualquier duplicidad. Si Mariposa y su ejército de mujeres estuvieran aquí para
ejecutarlos.., digamos abriéndoles el vientre a esos hombres con cuidado para no producirles la muerte y
luego derramando en el os hormigas de fuego, ciertamente ningún testigo volvería a arriesgarse a caer bajo
tu ira.
Suspiré.
-¿No has presenciado ya bastantes muertes, Pakápeti? Pues mira al í. -Y apunté con el dedo. A lo lejos, en
la parte trasera del edificio principal del palacio, en la zona de las cocinas, una fila de esclavos salía por una
puerta iluminada; cada uno de el os iba doblado bajo el peso de un cuerpo que transportaba hacia la
oscuridad-. Siguiendo mis órdenes, y de un solo golpe, por así decir, la mujer yaqui ha matado a todos los
sirvientes empleados en este palacio.
-¡Y ni siquiera me has permitido que ayude yo en eso! -protestó de De Puntil as con enojo.
Volví a suspirar.
-Mañana, querida mía, Nocheztli me hará una relación de los ciudadanos de aquí que, como los guerreros,
instigaron los crímenes de Yeyac o se beneficiaron de el os. Si me prometes dejar de darme la lata, te
aseguro que te dejaré practicar tus delicadas artes femeninas con dos o tres de el os.
De Puntil as sonrió.
-Bueno, eso es más propio del viejo Tenamaxtli. Sin embargo, no me satisface por entero. Quiero que
también me prometas que puedo ir con el cabal ero de la Flecha y los demás a esa misión que has
propuesto, sea lo que sea.
-Muchacha, ¿te has vuelto tíahuele? Esa será una misión suicida! Ya sé que disfrutas, pero.. - ¿morir con
el os...?
-Una mujer no está obligada a explicar todos sus antojos y caprichos -me aseguró de De Puntil as con
altanería.
-No te estoy pidiendo que me expliques éste. Te estoy ordenando que lo olvides!
Me alejé de el a a grandes zancadas, entré en el palacio y subí las escaleras.
Estaba sentado junto a la cama de Améyatl -había estado velándola toda la noche- cuando por fin, ya
entrada la mañana, el a abrió los ojos.
-¡Ayyo! -exclamó-. Eres tú, primo! Temí que sólo hubiera soñado que me habías rescatado.
-Pues es cierto. Y me siento contento de haber l egado a tiempo, antes de que tú te consumieras por
completo en esa celda fétida.
-¡Ayya! -volvió a exclamar luego-. Aparta de mí la mirada, Tenamaxtli. Debo de parecerme a la esquelética
Mujer Llorona de las antiguas leyendas.
-Para mi, querida prima, estás igual que estabas cuando eras una niña toda rodil as y codos. Para mis ojos
y para mi corazón eres bonita. Pronto volverás a ser la misma de siempre, hermosa y fuerte. Sólo necesitas
alimento y descanso.
-Mi padre... tu madre... ¿han venido contigo? -me preguntó con impaciencia-. ¿Por qué habéis estado tanto
tiempo ausentes?
-Lamento ser yo el que te lo diga, Améyatl. No han venido conmigo. Nunca volverán a estar con nosotros.
Améyatl dio un pequeño grito de consternación.
-También lamento tener que decirte que fue obra de tu hermano. Los asesinó en secreto a los dos, y
después asesinó también a tu marido Kauri... mucho antes de encerrarte a ti y de suplantarte como
gobernante de Aztlán.
Mi prima se quedó meditando en silencio durante un rato; l oró un poco y finalmente dijo:
-Hizo todas esas cosas horribles.., y sólo por un poco de eminencia insignificante.., en un rincón
insignificante del Unico Mundo. Pobre Yeyac.
-¿Pobre Yeyac?
-Tú y yo sabemos, desde nuestra infancia, que Yeyac nació con un tonali desfavorable. El o le ha hecho
sufrir infelicidad e insatisfacción durante toda su vida.
-Tú eres mucho más tolerante y misericordiosa que yo, Améyatl. No lamento decirte que Yeyac ya no sufre.
Está muerto, y yo soy el responsable de su muerte. Espero que no me odies por eso.
-No... no, claro que no. -Me cogió la mano y me la apretó con afecto-. Debe de haber sido dispuesto así por
los dioses que lo maldijeron con ese tonali. -Se preparó visiblemente para recibir malas noticias-. Pero
ahora, ¿me has dado ya todas las malas noticias?
-Debes juzgarlo por ti misma. Estoy en el proceso de librar a Aztlán de todos los seguidores y confidentes
de Yeyac.
-¿Desterrándolos?
-Lejos, muy lejos. A Mictían, confió.
-Oh. Ya comprendo.
-A todos el os, excepto a esa mujer Gónda Ke, que fue la guardiana de tu celda.
-No sé qué pensar de el a -me dijo Améyatl, que al parecer estaba perpleja-. Se me hace difícil odiarla. Se
veía obligada a obedecer las órdenes de Yeyac, pero a veces se las ingeniaba para traerme unos cuantos
pedazos de comida más sabrosa que el atoli, o un trapo perfumado para que me lavase un poco con él.
Pero algo... su nombre...
-Sí. Probablemente tú y yo seamos los únicos que, aunque sea débilmente, reconoceríamos ese nombre
ahora que mi bisabuelo está muerto. Fue él, Canaútli, quien nos habló de la mujer yaqui de antaño. ¿Te
acuerdas? Eramos niños entonces.
-¡Sí! -exclamó Améyatl-. La mujer mala que dividió a los aztecas... y se los l evó muy lejos para convertirlos
en los conquistadores mexicas! Pero Tenamaxtli, eso fue al principio de los tiempos. Esta no puede ser la
misma Gónda Ke.
-Si no lo es -gruñí-, ciertamente ha heredado todos los instintos básicos de su antepasada.
-Y yo me pregunto -dijo Améyatl-, ¿se daría cuenta Yeyac de eso? El escuchó el relato de Canaútli al mismo
tiempo que nosotros.
-Nunca lo sabremos. Y todavía no he indagado si a Canaútli le ha sucedido otro Evocador de la Historia.., ni
si Canaútli le transmitió esa historia a su sucesor. Me inclino a creer que no. Seguramente el nuevo
Evocador habría incitado al pueblo de Aztlán a levantarse ultrajado, una vez que esa mujer se unió a la
corte de Yeyac. Sobre todo después de que el a incitase a Yeyac a ofrecer su amistad a los españoles.
-¿Yeyac hizo eso? -me preguntó Améyatl aterrada y con voz ahogada-. Pero... entonces... ¿por qué le
perdonas la vida a esa mujer?
-Me hace falta. Te explicaré por qué, pero es una larga historia. Y. . ah!, aquí está Pakápeti, mi fiel
compañera durante el largo camino que he recorrido hasta aquí, y que ahora es tu doncel a.
De Puntil as había l egado con una bandeja l ena de viandas ligeras -frutas y cosas así- para que Améyatl
desayunase. Las dos mujeres se saludaron amigablemente, pero luego de De Puntil as, al darse cuenta de
que mi prima y yo estábamos en mitad de una conversación seria, nos dejó.
-De Puntil as es más que tu sirvienta personal -le expliqué-. Es chambelán de todo este palacio. Y es
también la cocinera, la lavandera, el ama de l aves, todo. El a, la mujer yaqui, tú y yo somos los únicos que
residimos aquí. Todos los criados que sirvieron bajo las órdenes de Yeyac han ido a reunirse con él en
Mictían. Gónda Ke está ahora buscando sustitutos.