– De acuerdo.
Evan cogió el móvil y marcó el número que le había dado El Albañil.
– Albañil. Buenas tardes, soy Evan Casher. Escucha atentamente porque diré esto una sola vez. Si quieres los archivos reúnete conmigo en Nueva Orleans. Zoo de Audubon. Plaza principal. Mañana a las diez.
Colgó cuando El Albañil empezaba a hacer preguntas.
– Estás echando más leña al fuego -señaló El Turbio.
– No, estoy echándole gasolina.
Capítulo 22
El sábado por la noche, tarde, el avión fletado por Jargo aterrizó en el aeropuerto internacional Louis Amstrong. Llevó a Carrie a una suite en un hotel cerca del Superdome de Louisiana. Ésta observaba a la muchedumbre de turistas que deambulaban por la calle Bourbon en la noche de domingo. Jargo se sentó en el sofá. Había hablado poco de camino a Nueva Orleans, algo que siempre ponía nerviosa a Carrie. Dezz había volado el domingo por la mañana a Dallas, planeando entrar en la oficina de Joaquín Gabriel para buscar cualquier información sobre los nuevos pasaportes de Evan. Tenía que llegar a Nueva Orleans en cualquier momento.
– Mi hijo -dijo Jargo en medio del silencio.
Carrie siguió observando a los turistas.
– ¿Qué pasa con él?
– Te quiere. O más bien siente por ti lo que cree que debe de ser amor, una triste mezcla de posesión, ira, deseo y una completa torpeza.
– Me pregunto de quién es la culpa.
– Sólo te pido que no seas cruel con él.
– Antes me amenazó de muerte.
– Son sólo palabras.
– Es… -buscó el término. «Un loco» sería apropiado, pero no era una expresión para usar ante Jargo-, problemático.
– Le falta confianza. Tú podrías dársela.
Se quedó helada.
– ¿Cómo?
– Préstale más atención.
– No me voy a acostar con él.
– Pero sí te acostarías con Evan Casher, por el bien de nuestra red.
– No me voy a acostar con Dezz.
Sonó el teléfono del hotel. Jargo no la miró, pulsó el botón del altavoz.
– Buenas y malas noticias. ¿Cuáles queréis primero?
– Las malas -escogió Jargo.
– Ni rastro de Evan -informó Galadriel-. No hay señales de que haya usado la tarjeta de crédito y todavía no hay informes policiales que indiquen que ha aparecido. No podrás atraparlo antes de la reunión, a menos que sea tan estúpido como para usar la tarjeta de crédito en un hotel o en un restaurante.
– No es estúpido -dijo Carrie.
– ¿Has comprobado todos los informes de coches robados en los cinco condados? -preguntó Jargo.
– Sí, al final los conseguí. El candidato más probable es una Ford F-150 de un año que fue robada en la entrada de una casa, en Bandera. Encontraron en el porche una nota con las llaves de una motocicleta Ducati.
– ¿La policía local está investigando la Ducati?
– Eso no lo sé -respondió Galadriel-, lo siento.
Carrie observó a Jargo.
– La CIA o el FBI llegarán hasta Gabriel y los llevará de nuevo a aquella casa. Empezarán a hacer preguntas.
– No me preocupa -afirmó Jargo-. Lo más interesante es que no investiguen la Ducati.
– No entiendo -dijo Carrie.
– Claro que sí. Si las autoridades de Bandera no le siguen la pista es porque han cerrado la investigación. Nuestros amigos del FBI y de la CIA no quieren que se investigue, no quieren que persigan el coche robado.
– Porque ahora son ellos mismos quienes buscan a Evan -concluyó Carrie en un tono neutro.
Jargo asintió y dijo:
– Así que éstas son las malas noticias. ¿Y las buenas?-He descodificado parcialmente el mensaje de correo electrónico que Donna Casher recibió de Gabriel -dijo Galadriel-. Utilizó una variante inglesa de un antiguo código de lenguaje llano de los años setenta del SDECE. El nombre del código era 1849.
SDECE era la inteligencia francesa. Carrie frunció el ceño. 1849. La fecha que aparecía en el correo electrónico de Gabriel a Donna. Le decía qué código utilizar.
– Extraña elección -apuntó Jargo.
– En realidad no. Se supone que Donna se puso en contacto con Gabriel con prisa y necesitaban un código base con el que ambos pudiesen trabajar con facilidad.
– ¿Y qué decía el mensaje, entonces?
Carrie evitaba contener el aliento y no miraba a Jargo.
– Nuestra interpretación es: «Listos para salir el 8 mar. AM. Por favor entregar primera mitad de la lista al llegar a Fl. ¿Hijo viene? Segunda mitad al salir del país. Tu marido es tu preocupación».
– Gracias Galadriel. Por favor, llámame de inmediato si encuentras alguna pista de Evan. Jargo colgó el teléfono.
Carrie observó la tensión en los hombros de Jargo, en su cara. Había visto los restos de Joaquín Gabriel pateados y hechos pedazos, y sabía que este hombre era letal, y muy poco paciente. Escogió las palabras cuidadosamente.
– Los Casher iban a reunirse en Florida. ¿Dónde?
– Lo atrapamos en Miami, cuando volvía de un trabajo en Berlín. Debió de romper el protocolo y explicarle a Donna su itinerario -dijo Jargo-. Probablemente, Donna le había prometido la última entrega cuando la familia estuviese escondida y fuera del país.
– «Segunda mitad.» Parecen dos entregas -señaló Carrie-. ¿Qué más tenía aparte de los archivos de las cuentas?
La cara de Jargo se oscureció.
– Primero la mitad de los archivos y luego la otra mitad cuando estuviesen a salvo.
Miraba a Carrie como si estuviese asustado y furioso, e intentara ocultar su ira.
– Jargo, ¿qué son esos archivos?
Llamaron a la puerta. Carrie miró por la mirilla y abrió. Entró Dezz. No parecía contento.
– En Dallas, nada. La oficina de Gabriel está bajo vigilancia.
– ¿Policía local o federal?
– Local. Pero tiene que ser una petición de la agencia, probablemente a través del departamento -dijo Dezz-. No pude acercarme lo suficiente como para ver si había alguna información sobre los alias de Evan en su oficina. Han conectado a Gabriel con este caso.
– No has contestado a mi pregunta, Jargo. ¿Qué son esos archivos?
Jargo no la miró.
– Donna Casher robó nuestra lista de clientes.
– Tonterías -indicó Dezz-. No existe tal lista.
– Ella fue haciendo una lista. Una póliza de seguros brillante -Jargo se dirigió de nuevo a Carrie-. Ya sea a través de Gabriel o de su madre, Evan lo sabe todo sobre nosotros. Acaba de prometerme los malditos archivos a cambio de su padre. Sabe que Dezz es mi hijo. Sabe cosas de nosotros, Carrie. Ha visto más que los archivos de los clientes. Quizá también haya visto los nuestros.
– Así que tenemos que reunirnos con él -dijo Carrie.
Dezz dijo:
– Déjanos coger a Evan, papá. Tú vuelves a Florida, sacas los cuchillos y haces hablar a Mitchell. A ver si sabe dónde está la lista de clientes.
Jargo se frotó el labio.
– Estoy seguro de que Mitchell no tenía ni idea de que Donna estaba traicionándonos. Si hubiera ido a una misión sabiendo que su mujer estaba a punto de darme una puñalada por la espalda no hubiera vuelto cuando lo cité en Florida. Ella lo puso directamente en nuestras manos, dejando a su familia indefensa.
– Pero casi no podía decirte que no -apuntó Dezz.
– Claro que sí. Podría haber pedido un cambio de fecha. Respeto su opinión. Tenía la oportunidad de huir de nosotros fácilmente, pero no lo hizo.
– Te ciega el afecto por Mitchell -afirmó Dezz-. Eso no es bueno.
– No puedo permitirme sentimentalismos. Incluso aunque quisiera.
Jargo cerró los ojos y se frotó las sienes.
Carrie vio en la mirada de Jargo una luz que no era fría ni de odio. Era la primera vez desde que un año antes le dijo: «Sé quién mató a tus padres, Carrie, y te matará a ti también. Pero puedo esconderte. Puedes seguir trabajando para mí, cuidaré de ti».