– Si me dices una sola palabra más, monstruo, envío por correo electrónico la lista de clientes a la CIA, a Scotland Yard y al FBI. Tú no tienes la última palabra; la tengo yo.
Se produjo el silencio durante un momento y Dezz dijo fríamente y con educación:
– Espera, por favor.
Se imaginaba a Dezz y a Jargo viendo el número de Khan en la pantalla de un móvil, enterándose de lo de la explosión y sopesando si Evan estaba diciendo la verdad o no.
– ¿Sí? ¿Evan? ¿Estás bien? -preguntó Jargo con voz de preocupación.
– Estoy bien. Tengo que hacerte una propuesta.
– Tu padre está preocupadísimo por ti. ¿Dónde estás?
– En el fondo de la madriguera del conejo, y tengo el portátil de Thomas Khan. Hablo desde su escondite en Bromley.
Una larga pausa.
– Felicidades. A mí, personalmente, las hojas de cálculo me parecen muy aburridas.
– Devuélveme a mi padre y te daré su portátil; luego nuestros caminos se separarán.
– Pero los archivos pueden copiarse. No sé si puedo confiar en ti.
– No cabe cuestionarse mi integridad, Jargo. Sé todo lo de Goinsville, lo de Alexander Bast y sé que creaste la red original de Los Deeps. -Era todo un farol; no estaba seguro de cómo encajaban todas estas piezas, pero tenía que fingir que lo sabía-. Tengo el portátil de Khan y te lo daré a ti, no a la policía. Lo tomas o lo dejas. Puedo cargarme a Los Deeps en cinco minutos con lo que tengo.
– ¿Puedo hablar con el señor Khan? -preguntó Jargo.
– No, no puedes.
– ¿Está vivo?
– No.
– Bien. ¿Lo mataste tú o la CIA?
– No voy a jugar a las preguntas contigo. ¿Hacemos el trato o voy a la CIA?
– Evan. Comprendo que estés enfadado, pero no quería que Khan muriese. -Pausa-. Si tienes acceso a internet me gustaría enseñarte una grabación, para probar mi punto de vista.
– ¿Una grabación?
– Khan tenía una cámara digital en su tienda. Enviaba imágenes constantemente a un servidor remoto. Tomamos muchas precauciones en nuestra línea de trabajo, ¿entiendes? Puedo probarte que fue un agente de la CIA el que hizo estallar la bomba. Su nombre era Marcus Pettigrew. Sospecho que la CIA encontró una manera de librarse de ti y de Khan al mismo tiempo y sin ensuciarse las manos.
Evan recordó haber visto un conjunto de pequeñas cámaras instaladas en las esquinas, cerca del techo de la librería. Dijo lo que pensaba que Jargo esperaría que dijese:
– ¿Y qué? Así que no puedo confiar en la CIA. Eso no significa que pueda confiar en ti.
– Mira la grabación -dijo Jargo- antes de tomar una decisión.
– Espera.
Evan bajó las escaleras con el teléfono desde su habitación hasta el centro de negocios del hotel. Estaba vacío. Encendió un ordenador y abrió una cuenta en Yahoo con un nombre inventado, y le dio a Jargo su nueva dirección de correo. Después de un minuto recibió en la bandeja de entrada un archivo de vídeo adjunto. Evan lo abrió. Se vio a sí mismo enfocado desde la parte superior izquierda, entrando y hablando con Khan. Primero Khan y luego Evan desaparecieron de la imagen, y entonces surgió Pettigrew. Giró el cartel, que ahora decía «Cerrado». Mató a dos personas. Se inclinó para tocar su maletín y luego nada más.
– No es mi estilo destripar a mi propia red -afirmó Jargo-. Sin embargo, podría ser el estilo de la CIA.
– Podrías haber amañado esa cinta.
– Evan, por favor. Primero Gabriel, luego Pettigrew. Tu amigo el Albañil te ha llevado directamente a una trampa mortal. Matar dos pájaros de un tiro, tú y Khan. No soy tu enemigo, Evan, ni mucho menos. Has dado con la gente equivocada, por no decir algo peor, y estoy intentando salvarte el pellejo.
«Albañil… Conoce el nombre en clave de Bedford.» Odiaba la preocupación empalagosa que no conseguía ocultar la arrogancia en la voz de Jargo.
– Esa grabación no miente. ¿A quién crees ahora? -preguntó Jargo.
– Quiero hablar con mi padre. -Evan hizo que su voz temblara deliberadamente.
– Ésa es una idea excelente, Evan.
Silencio. Y luego la voz de su padre.
– ¿Evan? -Parecía cansado y débil. Abatido.
Estaba vivo. Su padre estaba realmente vivo.
– ¿Papá? Dios, papá, ¿estás bien?
– Sí, estoy bien. Te quiero, Evan.
– Yo también te quiero.
– Evan… lo siento. Tu madre, tú… Nunca pretendí arrastraros a esta locura. Siempre fue mi peor pesadilla. -Mitchell parecía estar a punto de llorar-. Tú no entiendes toda esta historia.
Sabía que Jargo estaba escuchando. «Finge que lo crees. Es la única manera de que Jargo te entregue a tu padre. Pero no demasiado rápido, o Jargo no se lo tragará.» Tenía que engañar a su propio padre. Intentó con todas sus fuerzas mantener la voz calmada:
– No, papá, te aseguro que no lo entiendo.
– Lo que importa es que puedo ponerte a salvo, Evan. Necesito que confíes en Jargo.
– Papá, aunque Jargo no haya matado a mamá, te ha secuestrado a ti. ¿Cómo puedo confiar en ese tipo?
– Evan. Escúchame atentamente. Tu madre fue a la CIA y la CIA la mató. No sé por qué acudió a ellos, pero lo hizo creyendo que os esconderían a los dos, a ella y a ti. Pero ellos la mataron. -Se le quebró la voz, luego se tranquilizó-. Y ahora te han utilizado a ti para intentar atraparnos a Jargo y a mí.
– Papá…
– Jargo y Dezz no estuvieron en nuestra casa; fue la CIA. Todo lo que te han contado es mentira. Créete lo que ves. Ese agente de la CIA de Londres intentó matarte, ésa es la mejor prueba. Evan, quiero que hagas lo que te diga Jargo, por favor.
– No creo que pueda hacerlo, papá. Él mató a mamá. ¿Entiendes eso? ¡Él la mató!
Y le relató brevemente a su padre su llegada a la casa.
– Pero no les viste la cara en ningún momento.
– No… no les vi la cara. -Dejó pasar tres segundos y pensó: «Deja que Jargo piense que quieres creer a tu padre, que quieres creerlo más que nada en el mundo para que todo este horror termine»-. Vi a mamá y luego me volví histérico y me pusieron una bolsa en la cabeza.
La voz de Mitchell era paciente.
– Puedo decirte con seguridad que no fueron Dezz y Jargo; no fueron ellos.
– ¿Cómo puedes estar seguro, papá?
– Lo estoy. Estoy completamente seguro de que ellos no mataron a tu madre.
«Empieza a actuar como si fueses tonto.»
– Sólo escuché voces.
– Puede ser que cometieras un error en el momento más terrible de tu vida, Evan. Jargo no te haría daño. En el zoo le disparaban a Carrie, no a ti.
No era verdad, pero por lo visto Jargo le había contado toda una sarta de mentiras a su padre. No discutió sobre eso. «Y ahora para confundir…»
– Pero Carrie dijo…
– Carrie traicionó tu confianza. Te utilizó, hijo. Lo siento.
Dejó que el silencio lo inundase todo antes de hablar.
– Tienes razón. -«Perdóname, Carrie», pensó-. No fue honesta conmigo, papá. Desde el primer día.
Mitchell carraspeó.
– Olvídate de ella. Lo único que importa es que vengas junto a mí. ¿Estás a salvo de la CIA ahora mismo?
– Para ellos estoy muerto.
– Entonces, tráele a Jargo los archivos. Estaremos juntos. Jargo nos dejará hablar y planear lo que haremos después.
Evan bajó la voz.
– No digas nada. Tengo el portátil, pero no sé cuál es la contraseña. Nunca he visto los archivos que quiere Jargo.
Sabía que Jargo estaba escuchando cada palabra.
– Todo irá bien una vez que estemos juntos.
– Papá… ¿todo esto es verdad? ¿Lo que averigüé sobre ti y sobre mamá, sobre Los Deeps? Porque no entiendo…
– Te hemos estado protegiendo durante mucho tiempo, Evan, y harás más mal que bien si ahora nos descubres. Haz lo que diga Jargo. Tendremos mucho tiempo y podré hacértelo entender.