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– ¿Cómo conseguiste la información que relaciona a Pettigrew con Jargo? -preguntó.

– Soy un hombre con recursos.

– ¿Me la darás a mí?

– No. Si la entrego, mi padre morirá. Necesito que me ayudes. Tengo que salir de aquí. -Evan hablaba en susurros, lo más bajo que podía-. Si Jargo se entera de que la CIA me ha cogido cancelará el trueque de los archivos por mi padre.

– Entonces es verdad que tienes los archivos.

Parecía asombrada.

– Sí.

– No puedo ir contra Bedford. No piensas con claridad.

– Estoy dentro de la madriguera del conejo… No puedo confiar en nadie. No puedo confiar en que Jargo no me mate ni en que Bedford me proteja. Ni siquiera en que tú me quieras.

– Yo sí que te quiero.

De repente, Evan temió que la cara de póquer que había mantenido todo el día se desmoronase. Le agarró ambas manos.

– Quiero olvidarlo todo; quiero que tengamos una vida normal. Pero eso no será posible mientras sigamos en la madriguera del conejo. Tengo que luchar directamente contra Jargo y conozco una manera de pararlo en seco, pero necesito que me ayudes. Tengo que ir a Florida y necesito que tú te quedes aquí, donde no te hagan daño.

– Evan…

Bedford abrió la puerta y entró sin esperar a que terminasen la conversación. Palmer y uno de los oficiales del MI5 entraron tras él en la habitación.

Carrie gesticuló con la boca:

«No dejarán que te vayas».

– Evan -dijo Bedford-, ¿qué tengo que hacer para recuperar tu confianza?

– Ya no puedes. Tienes filtraciones y eso hará que me maten a mí, a mi padre y a Carrie. Ahora podemos hablar sobre el trato o puedes dejarme marchar.

– No va a ir a ningún sitio, señor Casher -era Palmer el que había hablado-. ¿Podría abrir su bolsa para que viéramos lo que hay dentro, por favor?

Evan lo hizo, dejándoles creer durante otro minuto más que todavía estaban al mando. Vio que ya habían rebuscado en la bolsa: sólo contenía algo de ropa que había comprado y unos cuantos miles de dólares en efectivo. Le había dejado la pistola de Khan a Navaja.

– Continúe, por favor -dijo Palmer.

Evan abrió un pequeño maletín. Palmer lo cogió y sacó de él un ordenador portátil.

– Un portátil.

Bedford lo abrió y lo encendió.

– Necesita contraseña.

– Sí.

– Introduce la contraseña, por favor, Evan.

– No la sé.

– ¿No sabes tu propia contraseña?

– Es el ordenador de Thomas Khan.

– ¿Cómo lo has conseguido?

– Eso no importa -dijo Evan-. Hice lo que prometí que haría, que es conseguir los archivos que robó mi madre. Khan es el tesorero de Jargo. O lo era. Está muerto. -Evan levantó las manos como si se rindiese, burlándose de Palmer-. Fue en defensa propia, ¿me queréis llevar ante los tribunales?

Palmer sacudió la cabeza.

Evan se dirigió a Bedford.

– Éste es el trato. Dejadme ir a buscar a mi padre. Os garantizo que os daré lo que necesitáis para acabar con Jargo, pero mi padre, yo y Carrie, si quiere… -se giró hacia ella, y ella asintió- desapareceremos a nuestro modo.

Bedford se dejó caer en la silla.

– Evan, sabes que no puedo acceder a tu petición.

– Entonces pediré un abogado y hablaré largo y tendido sobre oficiales de la CIA que introducen dispositivos explosivos en librerías de Kensington. Tú eliges.

– No me amenaces, hijo -le indicó Bedford.

– Tengo una sugerencia alternativa -añadió Carrie-. Una que quizás os complacerá a ambos.

Los dos quedaron a la expectativa.

– Si Evan cambia a su padre por este ordenador es necesaria una reunión. Eso sacará a la luz a Jargo. Lo conozco… se ocupará de esto en persona.

– ¿Dónde será este intercambio, Evan? -preguntó Bedford.

– Miami. Lee mi billete, Albañil.

– No soy tu enemigo. Nunca lo he sido -dijo Bedford.

– Yo elijo el punto de encuentro -le explicó Evan a Carrie-, una vez que estemos en Miami.

Carrie se volvió hacia su jefe.

– Esta reunión sacará a Jargo a la luz. Es nuestra mejor ocasión para detenerlo.

– Y tendrá poca protección. Quizá sólo Dezz. No les dirá a sus agentes ni una sola palabra sobre esto si puede evitarlo -dijo Evan tranquilamente-. Su red no tiene ni idea de que están a punto de ser descubiertos. Se enfrentaría a una deserción masiva que sería nefasta.

– ¿En serio crees que ahora llevas tú las riendas? -preguntó Bedford.

– Sí, y no quiero poner a mi padre en peligro -dijo Evan-. Si le ocurriese algo os quedaríais sin nada.

– Envidio a tu padre por la lealtad que le muestras -dijo Bedford-. Pero él ya está en peligro; estoy bastante seguro de que Jargo no tiene ninguna intención de dejar que salgas vivo de esa reunión.

– He pensado en esa posibilidad. Tengo un plan alternativo. Haremos esto a mi manera.

Bedford apoyó las manos sobre la mesa.

– ¿Nos disculpáis todos un momento a Evan y a mí?

Los demás se levantaron y se fueron. Carrie sacudía la cabeza. Esperó a que saliese Palmer y luego le dijo a Evan por la espalda:

– Si me amas confiarás en mí. No es una ecuación complicada. No luches contra nosotros. Deja que te ayudemos.

Evan no la miró. Ella cerró la puerta al salir.

Bedford dijo:

– En esta habitación no hay micrófonos, pero está insonorizada. Para que lo sepas.

– ¿Palmer no está grabando?

– No. -Bedford bebió un sorbo de agua-. Si has preparado un intercambio de los archivos de este portátil por tu padre, supongo que has hablado con él.

Evan asintió.

Bedford dijo:

– Dime lo que te dijo. Palabra por palabra.

– ¿Por qué?

– Porque, Evan, he tenido un topo entre Los Deeps durante el último año. Nadie más en la CIA sabía que tenía un contacto, ni siquiera Carrie. No conozco su verdadero nombre. Tu padre podría ser mi contacto y podría haberme enviado un mensaje a través de ti. Él sabía que te buscaríamos hasta que tuviésemos pruebas concluyentes de que estabas muerto.

Evan escuchó el silencio en la habitación: oía el latido de su propio corazón, el zumbido de la calefacción esquivando el frío húmedo del exterior.

– Mientes. Sólo intentas que colabore contigo.

– Recuerda que te pregunté lo que había dicho tu padre en la cinta que Jargo te puso en el zoo. No estaba tan interesado en la historia que Jargo le vendió a tu padre; estaba buscando palabras en código. Por si tu padre era mi contacto.

– No. -Evan elevó la voz-. Si mi padre fuese tu contacto ya sabrías lo de Goinsville. Lo de los otros Deeps. Cómo encontrar a Jargo y a Khan.

Bedford negó con la cabeza.

– Mi contacto vino a mí. Nunca lo he visto; hablábamos por teléfono. Me enviaba por correo electrónico números de móvil que sólo utilizaba una vez y luego los destruía. Era extraordinariamente cuidadoso. Ni siquiera sé cómo pudo localizarme ni cómo supo que yo era el encargado de encontrar a Los Deeps, pero lo hizo. Aceptó trabajar conmigo de manera muy limitada. Quería forzarle a que hiciese más, a que me dijese quién era, a que me dijese más cosas sobre Los Deeps, pero se negó. Ni siquiera sé dónde estaba ni dónde vivía. Dios sabe que intenté localizarlo, pero siempre borraba sus huellas. Me demostró que su intención era buena: me alertó sobre una célula terrorista albanesa que planeaba un ataque en París; me indicó la situación de un científico nuclear pakistaní que quería vender secretos a Irán; me informó sobre el escondite de una banda criminal peruana. Toda la información que me dio era correcta. Nunca nos vimos cara a cara. Nunca le pagamos por sus servicios.

– ¿Por qué iba a ayudarte?

– Mi contacto dijo que no estaba de acuerdo con algunas de las misiones que le asignaba Jargo. Pensaba que eran perjudiciales para los intereses de Estados Unidos. Parecía tener una relación complicada con Jargo: quería que las operaciones fracasasen, pero no quería entregarlo. Así que se puso en contacto conmigo. Yo le proporcionaba información falsa para darle a los clientes de Jargo. -Bedford sacudió la cabeza-. Mi contacto no sabe dónde encontrar al resto de Los Deeps, la red sigue estando muy compartimentada, pero nos proporcionó información muy valiosa sobre el tipo de trabajos que Jargo realizaba, los matices y los cambios en el mercado negro de secretos corporativos y de gobierno. -Bedford sirvió para él y para Evan sendos vasos de agua, y empujó uno hacia Evan-. Tenía una cláusula de salvaguardia con mi contacto: cuando fuese el momento de huir se identificaría ante mí y yo los sacaría de aquí a él y a su familia, lejos de Jargo, a un lugar seguro. Es lo que tu madre quería para ti. No puedo ayudar a tu madre, pero puedo ayudarte a ti.