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Sentía sobre su cabeza las balas golpeando la chapa del maletero.

El Town Car iba a toda velocidad, primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Evan estaba tumbado y encajado en el estrecho agujero y las embestidas lo movían hacia delante y hacia atrás. Se giró impulsándose en el pequeño hueco y apartando de delante las pequeñas maletas. Carrie lo empujó por los pies y entró por el canal de cuero al maletero, que estaba completamente a oscuras. Luego Carrie empujó la maleta con el portátil.

Evan encontró el cable de apertura y tiró de él.

El maletero se abrió y el viento, a casi ciento cincuenta kilómetros por hora, le golpeó los oídos. Esa noche no había estrellas y las nubes estaban bajas y oscuras como un paño mortuorio. El Navigator se acercó al parachoques, a pocos centímetros de él, con la cara de Frame como una mancha pálida tras el reflejo de las luces.

McNee pisó más el acelerador y la velocidad superó los ciento sesenta kilómetros por hora mientras se dirigía hacia la salida a la calle South Alton. Pasó un semáforo en verde a toda velocidad haciendo sonar el claxon mientras los coches hacían chirriar las ruedas al frenar para evitar chocar contra el Town Car.

El Mercedes se les puso muy cerca y un hombre se asomó por la ventanilla del acompañante apuntando a Evan con la pistola. Era Dezz, con su amplia sonrisa y el pelo alborotado tapándole la cara. Le hizo gestos para que regresase al maletero.

Evan se agachó. Volvió hacia el asiento trasero y buscó a tientas la mano de Carrie. Nada.

– ¡Vamos! -le gritó.

El Mercedes chocó de nuevo contra el Navigator y de nuevo se escucharon disparos. El Navigator saltó la mediana atravesando un agujero entre las palmeras y volcó. El cuerpo de Bedford salió despedido del coche y cayó en el asfalto. El Navigator se deslizó sobre un lateral, provocando una lluvia de chispas, en dirección a un escaparate a oscuras. Al chocar, el metal y el cristal se astillaron y se hicieron añicos.

El Mercedes se retiró a la derecha y luego aceleró acercándose al Lincoln por detrás. Dezz se asomó por la ventana del acompañante y disparó al maletero. La bala le pasó a Evan por encima, perdiéndose en la noche. Era un tiro de advertencia; sabía que Dezz le podía atravesar el cuello de un tiro.

Evan apuntó y disparó.

Falló. No era un profesional. Disparó de nuevo y la bala atravesó la capota del Mercedes, que se separó de ellos unos cincuenta metros. No conocía el alcance de la pistola, pero no estaba por la labor de malgastar otra bala. Y había demasiada gente alrededor: no podía fallar y matar a un transeúnte inocente.

McNee seguía pitando y conducía a lo loco, con una total despreocupación y a toda velocidad por la calle Alton, entre el laberinto de gente guapa en sus hermosos coches. Iba a matar a alguien; no podía pararla.

Pero podía disparar a las ruedas.

La idea le vino con una tranquilidad espeluznante. Tenía que hacerlo antes de que matase a gente inocente, antes de que volviese a la autovía. Era la única manera de tomar el control de la situación.

Evan se asomó de nuevo y apuntó con la pistola a la rueda situada debajo de él. Se preguntaba si la explosión de la rueda lo mataría, si el coche se precipitaría en el cielo nocturno dando vueltas de campana y luego besaría el implacable asfalto. Dentro del coche Carrie podría sobrevivir. Evan no iba a rezar.

Sostuvo con firmeza la pistola y el Lincoln disminuyó la velocidad.

«Me están viendo y hablando por radio con McNee. Es como ponerle una pistola en la cabeza a ella.»

Disparó.

La rueda detonó. La explosión y el viraje brusco del coche lo hicieron caer de nuevo dentro del maletero. El Town Car se metió en el carril contrario; Evan vio pasar por encima de su cabeza un cartel que indicaba «calle Lincoln». Luego las ruedas comenzaron a chirriar y el coche se detuvo.

La ventanilla del acompañante estalló desde dentro. Era Carrie vaciando el cargador hacia el mismo punto, dejando la pistola sin munición. Carrie salió, sacando primero los pies, y luego cayó al suelo rodando por el asfalto con el brazo fuera del cabestrillo. El Mercedes derrapó unos cien metros de ella y chocó contra un Lexus.

Carrie sujetaba el ordenador falso con la mano sana y lo levantó como un trofeo. Echó a correr, alejándose de ambos coches y metiéndose en medio del atasco.

Dezz y Jargo salieron del Mercedes y le dispararon. Evan les apuntó, pero salieron dos personas del Lexus y se pusieron entre él y Dezz, y se detuvo por miedo a herirlos.

Dezz le disparó y la bala rebotó en el maletero. Evan se agachó. La gente salía de los cafés y corría por la calle gritando. Se arriesgó a mirar.

Pero Dezz y Jargo lo ignoraron: habían visto a Carrie con el portátil. Ésta corría como un rayo hacia el extremo oeste de la calle. Se metió entre la multitud, que le abría paso, y entre el tráfico, y los dos hombres la siguieron.

Desaparecieron en una esquina.

Evan oyó una sirena de policía que se aproximaba y las luces rojas y azules que inundaban el camino infernal que habían recorrido. Agarró la bolsa del portátil y saltó del maletero; la puerta de McNee estaba abierta y éste corría en dirección contraria con la pistola en la mano y apuntando a cualquiera que intentase detenerla.

El BMW que iba detrás del Mercedes por la autovía se dirigía directamente a él. Frenó, se abrió la ventana y escuchó:

– ¡Evan!

Su padre estaba al volante, vestido con un abrigo negro y una venda en la cara.

– ¡Papá!

– ¡Entra! ¡Rápido!

– Carrie. No puedo abandonar a Carrie.

– ¡Evan! ¡Entra ya!

Evan agarró la bolsa del portátil y entró en el coche. No era lo que esperaba. Pensaba que Jargo tenía a su padre encerrado en una habitación, atado a una silla.

– Por aquí.

Mitchell Casher arrancó el Mercedes, se subió a la acera y salió de aquel caos hacia Alton; luego cogió una carretera secundaria y después otra.

– ¡Papá, cielos!

Le agarró el brazo a su padre.

– ¿Estás herido?

– No. Estoy bien. Carrie…

– Carrie ya no es asunto tuyo.

– Papá, Jargo la matará si la coge.

Evan miró fijamente a su padre, a ese extraño.

Mitchell cogió una calle que volvía a Alton, dos bloques más allá de la confusión y el caos provocados por el accidente. Luego entraron en la 41 y viajaron al límite de velocidad por el tramo de carretera que atravesaba la bahía. A su izquierda brillaban barcos de crucero gigantes; a su derecha había mansiones que atestaban un pequeño trozo de tierra y yates amarrados en el agua.

– Carrie. Papá, tenemos que volver.

– No. Ya no es asunto tuyo. Es de la CIA.

– Papá. Jargo y Dezz mataron a mamá. Ellos la mataron.

– No. Lo hizo la gente de Bedford y nos hemos ocupado de ellos. Ahora yo puedo cuidar de ti. Estás a salvo.

No. Su padre creía a Jargo.

– ¿Y Jargo te ha dejado marchar sin más?

– Se aseguró de que no tenía nada que ver con el robo de los archivos por parte de tu madre.

– Tú también eras de la CIA. Bedford me lo dijo. «Quien amó también temió.» Conozco el código.

Mitchell no apartaba los ojos de la carretera.

– La CIA mató a tu madre y yo no quería que Bedford viniese a por mí. Lo único que importa ahora es que estás vivo.

– No. Tenemos que asegurarnos de que Carrie ha escapado de ellos. Papá, por favor.

– Evan, la única persona para la que trabajo ahora soy yo mismo, y mi único trabajo es ponerte a salvo, donde ninguna de esta gente pueda volver a encontrarnos. Evan, ahora tienes que hacer exactamente lo que te diga. Vamos a salir del país.

– No sin Carrie.

– Tu madre y yo hicimos sacrificios enormes por ti. Ahora tú debes hacer uno. No podemos volver.

– Carrie no es un sacrificio que esté dispuesto a hacer, papá. Llama a Jargo y pregúntale si la han cogido.