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– Luego Bast os trajo al orfanato en Ohio.

– Lo compró. Nos dio nombres e identidades nuevas…

– Y rápidamente destruyó el orfanato y el Palacio de Justicia, dándoos una alternativa por si alguna vez se cuestionaban vuestros documentos de identidad. Y una nueva fuente de identidades para cuando las necesitase.

Mitchell asintió.

– Para crecer y ser espías.

Evan se imaginó a sus padres cuando eran niños, entrenados, instruidos, preparados para una vida de sospecha y engaño. En las fotos parecía que sólo quisieran salir a jugar. Mitchell asintió de nuevo.

– Para ser agentes durmientes. Pero íbamos a ir a la universidad. Nuestras becas las pagaría un fondo para huérfanos que gestionaba una compañía que era una tapadera de Bast. Luego Bast, como agente antiguo y de confianza de la CIA, allanaría el camino para el reclutamiento.

– En la CIA.

– Sí. O en defensa, energía, aviación… cualquier sitio que fuese útil. Teníamos que ser flexibles, centrarnos en las operaciones, esperar oportunidades, servir cuando nos reclamasen.

– Y siendo Smithson conseguiste un trabajo como traductor para la inteligencia militar, y mamá su trabajo en la marina. Tú estabas perfectamente colocado. ¿Por qué te convertiste en Mitchell Casher?

– Por ti.

Ahora su padre parecía haber recuperado las fuerzas. Se puso de pie ante Evan con las manos cruzadas delante de la cintura, como un penitente, con los ojos llenos de lágrimas y la voz fuerte. No temblaba.

– No lo entiendo, papá.

– Vimos lo que significaba Estados Unidos: libertad, oportunidades, honestidad. A pesar de sus verrugas y de sus problemas, era un paraíso. Queríamos criar a nuestros hijos aquí, Evan; sin miedo, sin preocuparnos de que nos atrapasen y nos matasen o nos hiciesen volver a Rusia, donde nuestros padres habían estado en la cárcel y donde nunca hubiésemos tenido una oportunidad en la vida. ¿Sabes? En Clifton nos tuvieron que enseñar a tomar decisiones, cómo negociar con auténtica independencia. -Mitchell sacudió la cabeza-. Teníamos libertad, teníamos un trabajo interesante, teníamos el estómago lleno y no había filas en las que colocarse. Nos dimos cuenta de que nos habían mentido. Nos habían mentido en todo.

Evan rodeó de nuevo a su padre con el brazo.

– Lo único que nos protegía del KGB era Bast. Era nuestro único responsable, nuestro único contacto. No estábamos en las listas oficiales del KGB. No estábamos reconocidos. Ni siquiera valoraban las operaciones que realizábamos con éxito. Si yo robaba tecnologías de redes informáticas, Bast se inventaba un traidor ficticio o un antiguo agente que lo había robado. El mando del KGB nunca supo de mi existencia. Si no fuese así, aquellos bobos se habrían vuelto tremendamente codiciosos; nos hubiesen pedido la luna y las estrellas y nos hubiesen destruido asignándonos trabajos imposibles. Los soviéticos acababan de invadir Afganistán; Bast le dijo a Jargo que podía ser que le asignasen el control de las redes que los soviéticos estaban construyendo en Kabul. Si se hubiese salido de su posición, nos habría expuesto a todos a la codicia y a la incompetencia que abundaba en las operaciones estadounidenses del KGB.

– Tendríais que trabajar de acuerdo con las reglas del KGB, no las de Bast.

– De un modo extraño, éramos como sus hijos. -Mitchell cerró los ojos-. Tu madre estaba embarazada de ti, otros Deeps se habían casado y habían empezado a tener hijos, a construir vidas reales. -Volvió a tragar saliva-. Se supone que no debíamos tener contacto entre nosotros, pero lo teníamos. Mi hermano vio la oportunidad. Por fin seríamos auténticos estadounidenses. Seríamos capitalistas de nuestro trabajo.

– Así que Los Deeps mataron a Bast. Dos tiros con dos pistolas diferentes. Jargo y otro Deep.

– Yo -dijo Mitchell en voz baja-. Jargo, tu madre y yo fuimos a Londres. Le disparamos, primero Jargo y luego yo. Fue como matar a mi propio padre, pero hice lo que tenía que hacer, por ti, para darte una oportunidad. -Mitchell tragó saliva-. Lo matamos a él y a los pocos que pudimos coger en Rusia que conocían «Cuna»; eran menos de diez hombres en ese momento. Ese archivo nuestro de cuando éramos niños se parece a un documento escaneado de todos nosotros que vi una vez en Rusia. Pertenecía a Bast.

– Y Khan lo guardó, como seguro en caso de que todos vosotros lo traicionaseis como Jargo hizo con Bast -dijo Evan.

– Creo que tienes razón. Creamos pruebas y se lo dimos a uno de los responsables de Bast en el KGB. Las pruebas indicaban que había sido asesinado por la CIA y que sus agentes ficticios también habían sido eliminados por ellos. Todos nos esfumamos de las vidas que habíamos vivido. Tú sólo tenías unos meses por aquel entonces.

– Pero cuando cayó la Unión Soviética… podríais haber salido a la luz.

– Entonces llevábamos años espiando, Evan. Para la CIA. Contra la CIA. Éramos independientes y éramos muy buenos. Difícilmente podríamos haber dado un paso adelante y decir: «Hola, somos una exitosa red de antiguos agentes de la KGB y hemos estado haciendo trabajos sucios con vuestros propios presupuestos, para vuestra propia gente». Nos habrían considerado la última bala perdida y todos los servicios de inteligencia nos hubiesen perseguido. Algunos de nuestros clientes llevan utilizando nuestros servicios veinticinco años. Han llegado lejos en sus carreras. No podíamos descubrirnos. Habíamos… construido vidas maravillosas.

– Así que hacías negocios con todo el mundo.

– Éramos las putas de la ciudad de los trabajos de inteligencia. Les robamos a los israelíes para los sirios. Secuestramos a viejos alemanes en Argentina para los israelíes. Les robamos a científicos alemanes para venderle a los agentes de la KGB, que nunca adivinaron que alguna vez fuimos sus colegas. Espionaje corporativo; es rápido y lucrativo. -Mitchell se pasó la mano por la cara-. El espionaje es ilegal en todos los países. No hay clemencia. Ni siquiera los ex agentes de la KGB que están trabajando como asesores ahora en Estados Unidos han hecho lo que nosotros hemos hecho. No han cometido asesinatos. No han vivido con nombres falsos. No han vendido sus servicios al mejor postor.

– Y este noble trabajo fue hecho por mi bien.

– Por ti y por Carrie. Por nosotros y por nuestros hijos. No queríamos que no tuvieseis elección. No queríamos alejaros de todo lo que conocíais. Nosotros… -en este momento a Mitchell se le quebró la voz, igual que un niño en brazos de su madre- no queríamos que os llevasen de nuestro lado. Queríamos seguir vivos y libres.

La conmoción de su afirmación hizo que Evan sintiese que las piernas se le debilitaban.

– Esto no es libertad, papá. No has podido hacer lo que querías, ser lo que querías ser. Sólo has cambiado una jaula por otra.

– No me juzgues.

Evan se puso de pie.

– No me voy a quedar en la jaula que tú mismo has construido.

Mitchell sacudió a Evan por los hombros.

– No era una jaula. Tu madre consiguió ser fotógrafa y yo trabajar con ordenadores. Era lo que elegimos. Y tú pudiste crecer libre, sin miedo, sin que nos pudriéramos en la cárcel como nuestras madres.

La boca de Mitchell se retorció con furia y dolor. La rabia encendía sus ojos.

– Papá…

– No sabes el infierno del que te hemos librado, Evan. No me refiero al infierno de la muerte; me refiero al infierno de la opresión, del sofoco del alma, del miedo continuo.