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– Sé que piensas que hiciste lo correcto para mí.

– No hay nada que pensar; lo hice, ¡tu madre y yo lo hicimos!

– Sí, papá. -Evan le dio a su padre un largo abrazo y Mitchell Casher se estremeció-. No pasa nada. Yo siempre te querré.

Su padre le devolvió el abrazo con violencia.

– Hiciste lo correcto en ese momento -dijo Évan-, pero esa vida mató a mamá y casi nos mata a ti y a mí. Por favor. Tenemos una oportunidad para acabar con esto. Podemos ir a cualquier sitio. Puedo cavar zanjas, aprenderé un idioma nuevo. Sólo quiero que lo que queda de mi familia permanezca unida.

Mitchell se dejó caer en la silla delante del ordenador y se tapó el rostro con las manos. Luego se levantó rápidamente, como si pensase que ésa no era una postura natural.

«Tiene que estar preparado todo el tiempo. Cada minuto que permanece despierto.» Entonces Evan se dio cuenta de que en sólo una semana a él le había pasado lo mismo. Fue al ordenador y examinó las caras de los niños perdidos. Se sacó del bolsillo la PDA de Khan y, mediante una conexión inalámbrica, pasó todos los nombres de los clientes y de los agentes de los archivos del ordenador a la PDA.

– ¿Qué estás haciendo? -dijo Mitchell.

– Un seguro.

Evan borró todos los archivos que había descargado en el ordenador. Borró el historial de búsqueda para que no pudiese llevar de nuevo al servidor remoto. Apagó el portátil y cerró la tapa. Podía volver a descargar los archivos de internet de nuevo, si seguía vivo…

– Esos archivos nos dibujan una diana en la espalda; deberías destruirlos -dijo Mitchell.

Evan se preguntó qué cara estaba mostrando ahora su padre: el padre protector, el agente asustado o el asesino decidido. Evan tuvo un escalofrío provocado por la impresión y el miedo.

– Me das miedo -afirmó.

Piotr Matarov, Arthur Smithson y Mitchell Casher lo miraron.

Evan salió del dormitorio. La gabardina de su padre estaba colocada sobre el respaldo de una silla, en el rincón del desayuno. Evan hurgó en ella y sacó un teléfono por satélite. Lo encendió y buscó entre los pocos números de la lista. Uno estaba guardado como J. Le llevó el teléfono a su padre.

– Tú hiciste lo que hiciste para tener tu vida. Yo debo detener a Jargo para tener la mía. No puedo dejar que mate a Carrie y no puedo dejarlo marchar después de matar a mamá. Le pararé los pies. Ahora. Puedes ayudarme o no, pero antes de que te vayas necesito que hagas esta llamada de teléfono. -Evan le puso la mano en el brazo a su padre-. Llama, averigua si Carrie está bien. Tú no me has visto. Me he escapado.

Mitchell marcó.

– Steve. -Una pausa-. Sí -Otra pausa-. No. No, se me escapó. Tiene un par de amigos en Miami. Intentaré buscarlo allí. -Otra pausa-. No la mates. Puede que sepa adónde irá Evan. O si lo encuentro puede que sea útil para traerlo hasta nosotros. Todavía necesitamos saber hasta dónde llega el grupo de El Albañil -Mitchell hablaba con la energía de un soldado, sopesando opciones, ofreciendo contraataques, hablando como un hombre que estaba cómodo en la sombra-. De acuerdo. -Colgó-. Están en una casa de seguridad. La última parada en nuestra ruta de escape. Ella aún está viva. Jargo está… interrogándola. Quiere la contraseña del portátil.

¿Qué había dicho Carrie en el coche? «Me entregará a Dezz. Prefiero morir.»

– Ella no sabe la contraseña. De todas formas, ese ordenador está vacío.

«Excepto por mi plan alternativo, por mi farol para Jargo, si consigue abrirlo.»

– Le he conseguido tiempo -dijo Mitchell-, pero no será agradable para ella.

– ¿Dónde está?

Mitchell sacudió la cabeza.

– No puedes salvarla.

– Sí puedo, si me ayudas. Sólo dime dónde la tiene Jargo.

– No. Nos vamos. Solos tú y yo. Olvídate de Carrie. Tú y yo.

Evan sacó la Beretta del bolsillo de su abrigo, pero no la levantó.

– Lo siento.

– Evan, por el amor de Dios, aparta eso.

– Tú tomaste las decisiones difíciles por mí, papá. Porque me querías. Pero no voy a abandonar a Carrie. Dime dónde está. Si no quieres ir es cosa tuya.

Su padre sacudió la cabeza.

– No sabes lo que haces.

– Lo sé perfectamente. Tú eliges.

Mitchell cerró los ojos.

Capítulo 44

«Todo acabará esta noche -pensó Evan-. De un modo u otro, terminarán todos los años de mentiras y engaños. Tanto para mi familia como para Jargo.»

Mitchell conducía hacia el norte, a la I75 oeste, conocida como Alligator Alley. Mientras se dirigían hacia el oeste, la noche clareaba y la adrenalina invadía el cuerpo de Evan como un subidón permanente. Iban escuchando una emisora de noticias de Miami: McNee había muerto, un oficial de policía le había disparado cuando intentaba abandonar la escena en Miami.

– Jargo no matará a Carrie enseguida. Querrán conocer todo lo que sabe la CIA; se tomarán tiempo. Jargo no se puede permitir que la CIA meta a otro topo en la red.

– ¿La va a torturar? -Torturar. Era un verbo que no querías escuchar ni a un kilómetro de la mujer a la que amabas.

– Sí. -La respuesta sonó contundente en el espacio a oscuras que los separaba-. No puedes obcecarte con Carrie, Evan. Si te pones a pensar en ella… o en tu madre, morirás. Debes centrarte en el momento actual. Nada más.

– Necesitamos un plan.

– Las operaciones de rescate no son mi fuerte, Evan. No somos un equipo SWAT de especialistas en operaciones.

– Tú matas a gente, ¿no? Considéralo un golpe contra Dezz y contra Jargo.

– Normalmente tampoco voy con una persona desentrenada a la que tengo que proteger.

– Ésta es mi lucha tanto como la tuya.

Mitchell carraspeó.

– Entraré solo. Tú te quedarás escondido fuera. Esperarán que vuelva aquí si no te encuentro. Diré que todavía sigues desaparecido y que no tengo noticias de que la policía te haya encontrado. Les diré que he oído la noticia de que McNee ha muerto, pero que escuché en la emisora de la policía de Miami que la han capturado y que sigue viva. Como Jargo ha robado un coche de un civil no habrá escuchado ninguna noticia de la emisora de la policía.

– Esperemos.

– Esperemos. Sabrán que si McNee está viva, el FBI y la CIA la presionarán muchísimo. Tendremos que huir. -Mitchell miró a su hijo-. Eso nos da una oportunidad. Querrán dejar todo cerrado en la casa antes de irse.

– ¿Se llevarán el ordenador falso?

– Sí, a menos que ya hayan logrado abrirlo con un programa de descodificación.

– No lo habrán conseguido -dijo Evan.

– ¿Qué metiste en ese ordenador?

– Digamos simplemente que aprendí unos cuantos trucos de los campeones de póquer cuando filmé Farol. La importancia de la guerra psicológica.

– Cuando salgan de la casa Jargo irá solo y Dezz probablemente lleve a Carrie esposada. Ambos estarán armados y preparados. Yo me pondré detrás y los tendré a los dos a tiro. Primero le dispararé a Dezz, porque estará apuntando con la pistola a Carrie. Y luego a Steve. -Le tembló la voz.

– No dudes, papá. Él mató a mamá. Te juro que es verdad.

– Sí, sé que lo hizo, lo sé. ¿Crees que saberlo lo hace más fácil? Sigue siendo mi hermano.

Hubo un largo momento de silencio antes de que Evan hablase.

– ¿Y si quieren matar a Carrie antes de marcharse? En el parque natural de Everglades, esos pantanos cubiertos de hierbas altas, se puede hacer desaparecer un cuerpo para siempre.

– Entonces les mentiré -dijo Mitchell- y les diré que quiero matar a Carrie yo mismo, pero lentamente, por haberte puesto en mi contra.

La voz fría y calculadora de su padre hizo que Evan se estremeciese.

– No creo que esté bien que entres solo. No tienes por qué librar mi guerra.