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– La Exploradora es una chillona. Apuesto a que ya lo sabías. Apuesto a que tú también gritarás: primero llorarás, luego te mearás encima y gritarás hasta desgarrarte la garganta. Cuando haya acabado contigo deberé tomar notas para no olvidarme.

La escalera conducía hasta un amplio recibidor con cuatro puertas, todas ellas cerradas, menos una. Las ventanas situadas al final del recibidor estaban tapadas con tablas. Dezz empujó a Evan al interior de una habitación.

La estancia había sido en su día una sala de reuniones donde la gente se sentaba con las carpetas abiertas, donde combatían el cansancio de la reunión, observaban monótonas presentaciones sobre pronósticos de ventas o cifras de ingresos, y en lugar de descifrar un gráfico circular probablemente todos estaban deseando estar fuera pescando o cazando en Everglades. Habrían bebido café, agua fría o soda de un recipiente lleno de hielo, y habría una bandeja de magdalenas en el medio de la mesa.

Ahora la mesa y las bebidas habían desaparecido, y Jargo estaba de pie sosteniendo un cuchillo teñido de rojo y un par de alicates. Miraba fijamente a Evan con un odio frío y feroz; luego se apartó para que éste pudiese ver.

Era Carrie. Estaba tumbada en el suelo, con la camiseta rota por el hombro. Le habían quitado la venda del hombro, y sangraba por él y por la pierna. El dolor le nublaba la vista. Tenía el brazo derecho sobre la cabeza, esposado a una anilla de acero que habían colocado en el suelo, en el lugar del que habían quitado la alfombra.

Luego Evan vio a su padre. Mitchell estaba tirado en el suelo con la cara herida y sangrando, con los dedos de la mano derecha rotos y retorcidos, esposado a una barra de metal que recorría la habitación de un lado a otro.

La cara de Mitchell se desdibujó en una mueca cuando vio a su hijo.

Jargo se aproximó con rapidez y le dio un puñetazo en la cara a Evan.

– ¡Maldito seas! -chilló.

Evan cayó al suelo. Oyó la risita de Dezz, que luego se apartó para dejar paso a su padre.

Jargo golpeó con fuerza a Evan en la espalda.

– Una vez pateé a un hombre hasta matarlo. -Jargo le dio una patada a Evan en el cuello-. Pateé a Gabriel hasta que sólo quedaron pedazos de él.

– No le des en la cara todavía -dijo Dezz-. Quiero que vea cómo me lo hago con Carrie, especialmente cuando se la meta y a ella le guste y grite. Eso será genial.

Una vez que su boca dejó de sangrar y que se pasó el fuerte dolor del cuello, Evan dijo:

– He venido aquí para hacer un trato contigo.

Jargo le dio otra patada, en el estómago.

– Un trato. Yo no hago tratos con ratas. Dame los archivos, Evan. Ya.

– De acuerdo -Evan se quejó-. Por favor, deja de golpearme para que pueda… decírtelo.

– Levántalo -ordenó Jargo, metiéndose el cuchillo en el bolsillo de nuevo.

Dezz puso a Evan de pie.

– Steve, no lo hagas, es mi hijo, por el amor de Dios, no lo hagas -dijo Mitchell-. Haré lo que quieras, pero déjale marchar, por favor.

Jargo miró a su hermano, situado tras él.

– Tú, maldito traidor, pedazo de mierda, no me supliques.

– Lo que te ofrezco -dijo Evan con una sorprendente tranquilidad y seguridad- es un trato que te permitirá permanecer con vida.

Miró a Carrie por encima del hombro de Jargo. Ella abrió los ojos.

– Bueno, me muero por escucharlo -dijo Jargo, con una voz divertida y fría.

– Podríamos haber traído a la policía, pero no lo hemos hecho -dijo Evan-. Queremos resolver esto. Entre nosotros cuatro.

– Dame los archivos, ahora mismo -Jargo levantó la pistola-, o te llevo afuera y te disparo en las rodillas y empiezo a darte patadas hasta despegarte la carne de los huesos.

– ¿Ni siquiera quieres oír mi oferta? -preguntó Evan-. Creo que sí.

Capítulo 47

Por un instante, la cara de Jargo vaciló tras la mira de la pistola.

– Porque si me matas no hay trato. No tendrás los archivos -dijo Evan-. Se acabarán Los Deeps. No he venido a matarte, he venido a negociar.

– Entonces ¿por qué entró tu padre solo?

– Fue idea suya, no mía. Es sobreprotector. Estoy seguro que tú eres igual con Dezz, tío Steve.

Jargo sonrió.

– ¿O debería llamarte tío Nikolai?

La sonrisa desapareció.

– Te estás quedando sin tiempo -insistió Evan-. Quieres los archivos del ordenador de Khan y yo puedo dártelos -Evan caminó alrededor de la pistola y se arrodilló junto a su padre-. Te dije que esto no funcionaría, papá. Lo haremos a mi manera.

Mitchell asintió, aturdido.

– Le has roto los dedos -le dijo Evan a Jargo.

– Fue Dezz. Se dejó llevar por la emoción. Mitchell no nos dijo que estabas fuera, por si te estabas preguntando eso.

– No dudo de él -afirmó Evan-. Estoy completamente seguro de que puedo confiar en él, igual que tú puedes confiar en Dezz.

– ¿Qué coño se supone que significa eso? -soltó Dezz.

La mirada de Evan se encontró con la de Carrie. Estaba de espaldas a Dezz y a Jargo y le dijo en silencio: «Todo irá bien».

Carrie cerró los ojos.

– Puedo darte los archivos ahora -aseguró Evan.

Jargo volvió a apuntarlo a la cabeza. Evan se agachó sobre el teclado del portátil falso. El ordenador estaba encendido y el cuadro de diálogo esperaba la contraseña.

Evan se inclinó, tecleó la contraseña y dio un paso atrás.

– Aquí tienes -dijo Evan.

El portátil aceptó la contraseña y el cuadro de diálogo desapareció. Se inició automáticamente una aplicación de vídeo y se abrió un archivo que comenzó a reproducirse.

– ¿Qué demonios es esto? -preguntó Jargo.

– Observa -respondió Evan.

El vídeo empezaba con el zoo de Audubon el lunes anterior por la mañana. El cielo gris auguraba lluvia. El zoom de la cámara enfocaba de cerca la cara de Evan y luego la de Jargo. Este último salía de perfil, hablando rápidamente y como si estuviera perdiendo la paciencia.

Luego se escuchó la voz de Evan.

«Ese hombre tan enfadado de la imagen es Steven Jargo. Llevan ustedes mucho tiempo haciendo negocios con él. Lo han contratado para matar a gente que no les gusta, para robar secretos que ustedes no tienen o para realizar operaciones que su gobierno o sus jefes no aprueban. Puede que no hayan visto esta cara antes; se esconde detrás de otra gente, pero aquí está. Mírenlo bien.»

En la imagen, Jargo giró la cara hacia la cámara oculta de El Turbio. Estaba enfadado, casi asustado. Vulnerable.

«Las operaciones del señor Jargo están comprometidas. Perdió una lista con los nombres de todos los clientes que utilizaban su red de espías independientes: oficiales de las más importantes agencias de inteligencia, ministros del gobierno, ejecutivos de alto nivel. Si ha recibido este mensaje de correo electrónico es que su nombre está en esta lista.»

Jargo emitió un ruido gutural.

Luego la escena seguía con el tiroteo, Evan dándole un puñetazo a Jargo, Evan y Carrie internándose en las profundidades del zoo, Jargo levantándose del suelo y él y Dezz persiguiéndolos.

«¿Por qué les alerto sobre este problema? -resumió la voz de Evan-. Porque valoramos sus negocios, su lealtad a la red de Jargo. Pero toda organización necesita crecer para afrontar nuevos retos. Ha llegado el momento de un cambio. Entiendo que esto pueda resultarles preocupante a la hora de realizar nuevos negocios con nosotros.»

– Cabrón -espetó Dezz.

«Por favor, no teman. No es necesario que ordenen a sus servicios de inteligencia que maten al señor Jargo. Somos sus socios y hemos tomado el mando de esta red, y ahora la situación está bajo control. Un nuevo representante de nuestra empresa se pondrá en contacto con ustedes para discutir sobre futuros negocios. Gracias por su atención.»

La pantalla desapareció mientras la multitud del zoo seguía pasando por delante de la cámara de El Turbio. Luego la grabación comenzó de nuevo. Evan permitió que se reprodujese. Dejó que les calase bien hondo.