Sólo una llamada había merecido un mensaje diferente. Aunque era decididamente peculiar, no contenía indicios de culpabilidad: «El resurgir me obliga a posponer por segunda vez en este mes nuestra cita. Lo siento muchísimo. Telefonéeme a Westerbrae si le supone algún problema.»
– ¿El resurgir? -repitió St. James-. Una palabra muy extraña. ¿Estás segura al respecto, Helen?
– Completamente. La secretaria de Stinhurst había tomado nota por escrito.
– ¿Algún término teatral? -sugirió Deborah.
St. James se sentó con dificultades en la silla contigua. Lady Helen se trasladó a la otomana para permitirle extender la pierna.
– ¿A quién iba dirigido este último mensaje, Helen?
– A sir Kenneth Willingate -respondió la joven tras consultar sus notas.
– ¿Un amigo, un colega?
– No estoy segura -lady Helen vaciló, intentando decidir la mejor forma de exponer el dato restante para que St. James apreciase su peculiaridad.
Sabía que era un detalle trivial, pero también sabía que se aferraba a él con la esperanza de que libraría de sospechas a Rhys.
– Quizá me estoy agarrando a un clavo ardiendo, Simon -continuó con toda sinceridad-. Pero hay algo que me intriga de la última llamada. Todas las demás se hicieron para cancelar citas que Stinhurst había fijado para los dos o tres días siguientes. La secretaria se limitó a leerme los nombres que constaban en la agenda de Stinhurst. Sin embargo, la llamada a Willingate no tenía nada que ver con esta agenda. El nombre ni siquiera estaba escrito. Por tanto, o bien era una cita que Stinhurst había acordado por su cuenta, sin decírselo a la secretaria…
– O no se trataba de una cita -terminó Deborah.
– Sólo hay una forma de saberlo -indicó St. James-. Arrancarle la información a Stinhurst, o interrogar a Willingate. De todos modos me temo que no podemos seguir adelante sin involucrar a Tommy. Tendremos que darle la escasa información obtenida y dejar que extraiga sus propias conclusiones.
– ¡Ya sabes que Tommy no se dará por vencido! -protestó lady Helen-. Quiere atrapar a Rhys, reunir cuantos datos le parezcan plausibles para detenerle. ¡Es lo único que le importa en este momento! ¿No tuviste bastante con la demostración del pasado fin de semana? Además, si le involucras, descubrirá que Barbara se ha puesto a investigar por su cuenta… con nuestra ayuda, Simon. No puedes exponerla así.
– Helen, no puedes hacer ambas cosas a la vez -suspiró St. James-. No puedes protegerles a los dos al mismo tiempo. Hay que tomar una decisión. ¿Te arriesgas a sacrificar a Barbara Havers, o sacrificas a Rhys?
– No sacrifico a ninguno.
St. James movió la cabeza.
– Sé lo que sientes, pero temo que no saldrá bien.
Cuando Barbara entró en el estudio, precedida por Cotter, sintió al instante la tensión que reinaba en ella. Un brusco silencio, seguido por un rápido estallido de saludos, reveló la incomodidad de los otros tres ocupantes. La atmósfera estaba cargada de electricidad.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
Formaban un grupo de personas honradas, se vio forzada a admitir.
– Simon piensa que no podemos continuar adelante sin Tommy. -Lady Helen le explicó a continuación el singular mensaje telefónico que Stinhurst había enviado a sir Kenneth Willingate.
– Carecemos de autoridad para irrumpir en la vida de estas personas e interrogarles, Barbara -señaló St. James cuando lady Helen finalizó-. Y sabes que no tienen ninguna obligación de hablar con nosotros. Por tanto, a menos que Tommy tome la iniciativa, me temo que hemos llegado a un callejón sin salida.
Barbara reflexionó. Sabía muy bien que Lynley no tenía la menor intención de abandonar la pista galesa. Era demasiado incitadora. Consideraría una pérdida de tiempo ocuparse de un incomprensible mensaje telefónico dirigido a un londinense desconocido llamado Willingate. Sobre todo, pensó con resignación, teniendo en cuenta que era lord Stinhurst quien lo había enviado. Los otros tenían razón. Habían llegado a un callejón sin salida. Sin embargo, si no conseguía convencerles de seguir adelante prescindiendo de Lynley, Stinhurst se les escurriría de las manos sin el menor rasguño.
– Sabemos que si Tommy descubre que has investigado el caso desde otra perspectiva sin su permiso…
– Eso no me importa -replicó Barbara con brusquedad, sorprendida al descubrir que era cierto.
– Podrían suspenderte temporalmente, devolverte a la patrulla uniformada, o incluso expulsarte.
– Eso no importa ahora. Lo que importa es que me he pasado todo el día persiguiendo fantasmas en Gales, sin la menor esperanza de sacar nada en claro, pero nosotros sí que estamos en algo, y no pienso dejarlo correr porque alguien me vaya a plantar un uniforme de nuevo, o expulsarme, o lo que sea. Si hay que decírselo, se lo diremos. Todo. -Les plantó cara a los tres-. ¿Lo hacemos ahora?
A pesar de su decisión, los demás vacilaron.
– ¿No quieres reflexionarlo? -preguntó lady Helen.
– No necesito reflexionarlo -replicó Barbara con acritud-. Escuchad, yo vi a Gowan morir. Se sacó un cuchillo de la espalda y se arrastró por el suelo de la trascocina, intentando conseguir ayuda. Su piel parecía carne hervida. Tenía la nariz rota, los labios partidos. Quiero encontrar al que hizo eso a un chico de dieciséis años, y si me cuesta el empleo perseguir al asesino, será un precio muy bajo, en lo que a mí concierne. ¿Quién viene conmigo?
Voces sonoras en el pasillo impidieron que hubiera respuesta. La puerta se abrió y apareció Jeremy Vinney, seguido de Cotter. Venía sin aliento, congestionado. Llevaba los pantalones empapados hasta las rodillas, y sus manos estaban blancas de frío.
– No encontré un taxi -jadeó-. He venido corriendo desde Sloane Square, pues temía no encontrarles. -Se quitó el abrigo y lo arrojó sobre el sofá-. He descubierto quién era el tío de la fotografía. Tenía que decírselo cuanto antes. Su apellido es Willingate.
– ¿Kenneth?
– El mismo. -Vinney se agachó con las manos sobre las rodillas, tratando de recuperar el aliento-. Eso no es todo. Lo interesante no reside en quién es el tipo, sino en lo que es. -Esbozó una fugaz sonrisa-. No sé lo que era en 1963. Pero ahora es el jefe del MI5.
Capítulo 13
Nadie en la habitación dejó de comprender las numerosas implicaciones que entrañaban las palabras de Jeremy Vinney. MI5: Inteligencia Militar, sección cinco. La oficina de contraespionaje británico. Todos comprendieron de repente por qué Jeremy Vinney se había apresurado a venir, convencido de que era portador de información vital para el caso. Si antes era un sospechoso, este nuevo giro le dejaría al margen por completo.
– Hay algo más -prosiguió-. Nuestra conversación de esta mañana sobre el caso Profumo-Keeler me intrigó, de modo que busqué en el archivo algún artículo que aludiera a una posible conexión entre su historia y la muerte de Geoffrey Rintoul. Pensé que quizá Rintoul estuviera liado con una prostituta y tuviera prisa para volver a Londres la noche que se mató.
– La historia de Profumo y Keeler pertenece a otra época -comentó Deborah-. Ahora, un escándalo de ese tipo no perjudicaría la reputación de una familia.
Lady Helen se mostró de acuerdo, aunque algo a regañadientes.
– Hay algo de cierto en lo que dice, Simon. ¿Crees que alguien asesinaría a Joy, destruiría los libretos y asesinaría a Gowan, sólo porque Geoffrey Rintoul se entendía con una prostituta hace veinticinco años? Me parece un móvil poco verosímil.