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– ¡Oh, cielos! ¡He ofendido a un cliente!

– Eso es un poco injusto si tenemos en cuenta que yo he hecho poco para no ser ofendido.

– Pero yo he abollado su Rolls.

– Bueno, no se lo diré a nadie, si usted no lo hace. De todos modos, puede arreglarlo contándome cómo es Philip Hale, que va a ser quien se ocupe de mis asuntos. No lo conozco. Descríbalo.

– Philip Hale… Bueno, es un nuevo socio… Todos dicen que es brillante… Mejor hombre no puede haberle tocado.

– No le cae bien, ¿verdad? -preguntó él, leyendo entre líneas.

– Sí… no… Bueno, más bien yo no le gusto a él. No aprueba mi forma de trabajar. Yo soy un peso liviano, y él no quería darme el trabajo. Señor Page, realmente no debería preguntarme a mí.

Él volvió a sonreír, y se transformó en un hombre encantador.

– Me gustaría que pudiera verse la cara en este momento. De acuerdo, no lo haré. ¿Por qué piensa que usted es un peso liviano?

– Lo soy, según su criterio. Pero no puede decir nada de mi trabajo de papeleo. He hecho algunos trabajos que hasta él ha tenido que reconocer que han sido buenos.

– ¿Trabajos de papeleo? ¿No hace dramáticas apariciones en las cortes?

– No, gracias. Me siento contenta de permanecer en la trastienda.

– ¿No es eso un poco aburrido para una mujer joven?

– Para mí, no -dijo ella con energía-. Durante años yo…

– Siga.

– No, sería hablar demasiado de mí misma. Normalmente no lo suelo hacer.

– Pero yo estoy interesado. ¿Qué pasó durante años?

– Yo… estuve enferma, eso es todo. Y daba la impresión de que no podía vivir una vida normal. Pero ahora, sí. Tengo un buen trabajo, y mi pequeña y modesta cuota de éxito, y es como un sueño para mí. Usted ha dicho que debía de ser aburrido para mí, pero yo no veo nada aburrido en mi vida. Porque es mucho más de lo que esperaba.

Él la miró con curiosidad. Le extrañaba encontrar alguien contento con lo que le había tocado.

– ¿Qué tipo de enfermedad? -preguntó él amablemente.

Ella agitó la cabeza.

– Ya he hablado demasiado de mí. Por favor, no quiero hablar más.

Afortunadamente, él no insistió. La ponía nerviosa el estar hablando con un cliente de Philip Hale, aunque hubiera prometido mantener el secreto.

A Gina le había costado conseguir lo que tenía. Renshaw Baines no era el despacho de abogados más importante de Londres, pero tenía un nombre de primera clase y había mucha gente que quería trabajar en él. Ella se sentía orgullosa de que sus jefes la valorasen.

Tenía veintiséis años. Era modestamente guapa, pelirroja, piel blanca y una figura delgada. Su verdadera belleza radicaba en un par de ojos color esmeralda.

Pero poca gente había visto lo adorable que podía ser. Las circunstancias de su vida le habían enseñado el valor que tenía la precaución y el no llamar la atención. En el trabajo se vestía discretamente, e incluso cuando salía no le gustaba sobresalir. Tenía un trabajo que la hacía valorarse, más un novio que era como unas zapatillas viejas. Y se sentía satisfecha.

Sonó el móvil de Page y lo atendió. Era Harry, que estaba en el taller.

– Dicen que necesitará un motor nuevo ese montón de chatarra para poder salir a la carretera. Y que eso costará bastante -dijo Harry.

– Diles que hagan lo que sea necesario -dijo Carson sin dudarlo.

– Mire, jefe, no hace falta que le compre un motor nuevo a esa mujer…

– Hazlo -dijo Carson Page bruscamente, y colgó-. Están trabajando en su coche -le dijo a Gina.

– ¿Está muy mal?

– No tiene nada que no se pueda arreglar.

– ¿Va a costarle mucho?

– Eso ya es otra historia. Olvídelo.

– Pero…

– He dicho que lo olvide. Tendrá su coche funcionando, pero yo pensaría que podría permitirse tener uno mejor, si es abogada.

– No hace mucho que estoy en la profesión. Pero supongo que ahora podría pensármelo.

– Debería hacerlo. Por el bien de todos -dijo él gravemente, pero la miró con amabilidad.

– Pensará que soy una loca, pero me va a dar pena decirle adiós a mi «cacahuete». Ha sido un buen amigo y es triste pensar que yo iré para arriba y para abajo, y que el pobre estará esperando que lo destripen en un desguace.

– Todavía no. Cuando se lo entregue el taller, podría vendérselo a otro loco.

– Eso es cierto -dijo ella, más animada-. Y quizás lo amen como yo -ella pinchó la ensalada, que había llegado mientras estaban hablando.

Carson la miró fascinado mientras comía su sándwich. Luego reflexionó que, aunque no se consideraba un sentimental, había aceptado pagar por algo que era culpa suya solo en parte.

¿Y por qué? Porque le gustaba verla sonreír. No se le ocurría otra explicación.

Después se sintió idiota por perder el tiempo en aquel lugar con aquella chica. Tenía mejores cosas que hacer que escuchar sus tonterías. ¿O no?

De pronto él contrajo sus cejas y se restregó los ojos.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó ella-. ¿Tiene dolor de cabeza?

– No -contestó él rápidamente.

Era cierto que le dolía la cabeza, pero le pasaba tan a menudo, que él no le dio importancia.

– A mí me parece que sí.

– Quizás un poco.

Ella tenía una cara amable, y, por un momento, él estuvo tentado de contarle acerca de los desastres que lo amenazaban. Tal vez le fuera fácil contarle a aquella extraña acerca de la soledad de su vida después de que la mujer a la que había amado se hubiera transformado en una egoísta y en una calculadora.

Hasta podría contarle acerca del dolor por su hijo, el pequeño del que una vez había estado tan orgulloso, pero que se había transformado en un ser desventajado y digno de lástima. Podía sentir compasión por el niño, y amor desgarrador, pero no orgullo.

Pero, ¿en qué estaba pensando? No era su estilo demostrar debilidad, aunque fuera con extraños.

Además, no quería estropear aquel momento. Ella era descarada, dulce, y divertida.

Se había olvidado de lo que quería decir eso. Hacía tiempo que no se divertía. Pero debía de tener relación con aquella deliciosa mujer y su cara radiante, que se reía de su coche, que contaba modestamente sus logros. Se alegraba de pasar un rato con ella. Le hacía bien recordar que había gente que podía enfrentar el mundo con una sonrisa.

Miró el reloj y se sorprendió de ver que había pasado una hora.

– Es hora de entrevistarme con Philip Hale. ¿Ha terminado?

– ¡Dios santo!-ella se terminó el café deprisa-. ¿Puedo marcharme yo primero? Si llegamos juntos, la gente se preguntará por qué, y una pregunta llevará a otra…

– Y su secreto quedará al descubierto. De acuerdo. Le daré cinco minutos. Aquí está mi tarjeta. He escrito la dirección del taller por la parte de atrás. Llámelos mañana.

– Gracias. Y gracias por el almuerzo.

– No es nada. Que tenga un buen día.

Él le dio la mano brevemente. Tenía dedos largos y una sensación de poder entre ellos. Luego, la soltó y le dijo adiós con la cabeza.

Ella se dio prisa en llegar a la oficina, un poco turbada. Jamás había conocido a un hombre que le enviara señales tan confusas. Era atractivo, tenía los ojos negros y vivaces, y si hubiera sido capaz de relajarse podría haber tenido una mirada encantadora. Pero eso era evidentemente lo que no podía hacer. Su faceta de hombre de negocios había estado pendiente del reloj, recordándole que estaba perdiendo el tiempo. Debía de haberse alegrado de deshacerse de ella.

Carson Page miró a Gina hasta que esta desapareció. Tuvo una sensación muy extraña, como si el sol acabase de marcharse. Se restregó los ojos nuevamente, preguntándose por qué le habría dado por perder tiempo en algo que podría haber solucionado en cinco minutos.

Pero había sido un encantador intervalo, algo así como unas vacaciones que le hacían falta. Ahora tenía que volver al mundo real, y sería mejor no volver a verla.