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Gina encontró a su secretaria enfrascada en el trabajo. Dulcie era una mujer de mediana edad. Llevaba trabajando para la empresa unos veinte años y tenía una visión muy cínica de sus jefes. Pero Gina le caía bien.

De pronto le preguntó:

– ¿Te he visto almorzando con Carson Page en el café de Bob o me ha parecido?

– ¡Oh, cielos! No se lo has dicho a nadie, ¿verdad?

– A nadie. Si Philip Hale piensa que estás intentando birlarle su nueva adquisición, lo vas a pagar caro.

– Lo sé. Mira, Dulcie, esto te lo digo a ti solamente…

– Seré una tumba.

Gina le contó brevemente lo que había pasado, y Dulcie soltó una risotada.

– ¿Golpeaste el coche de Carson Page y no te mató? -preguntó-. ¿Y te va a pagar la factura del taller? ¿Cuál es tu secreto?

– Ninguno. Simplemente es un hombre agradable y razonable.

– No lo es. Conozco a un amigo que trabaja para el último bufete de abogados que llevó sus asuntos, y es un cliente terrorífico. Es el dueño de Ingenieros Page, y supongo que si no fuese agresivo, no habría podido convertir la empresa en lo que es hoy.

– ¡Dios santo!-exclamó Gina-. ¿Es ese Carson Page? No se me ocurrió… Quiero decir, he oído hablar de él.

Carson Page había creado Ingenieros Page de la nada, luchando duramente con la competencia, comprando empresas más pequeñas, y acaparando una buena parte del mercado. Todo lo que tocaba se transformaba en oro, o, por lo menos, eso era lo que decían los periódicos de economía.

También era un mal enemigo, que solía ganarle a sus oponentes. Y ella le había chocado su Rolls.

– Es un hombre difícil y exigente. Pero no contigo, ¿eh?

– ¡Oh! ¡Basta!-exclamó Gina, poniéndose levemente colorada-. Solo fue… No lo sé. Fue un cascarrabias, pero un cascarrabias simpático. Al menos intentó ser agradable, pero se sintió torpe. Como si estuviera usando músculos que estaban un poco rígidos.

– Eso está bien. No se lo conoce por su simpatía y encanto con la gente. Evidentemente, le has causado buena impresión. Juega bien las cartas, y terminarás viajando tú en ese Rolls.

– Tonterías. No lo volveré a ver. De todos modos, tengo a mi solitario Dan.

– No se me ocurriría usar ese término para tu Dan -dijo Dulcie-. Es aburrido, limitado. Solo sales con él porque lo conoces desde siempre, y te ve segura.

– Bueno, yo también lo doy por seguro. Es cómodo.

– ¡Dame paciencia, Dios mío, para no contestarle!-murmuró Dulcie, y volvió a su trabajo, después de que una vez más Gina le hiciera prometer que no abriría la boca.

Era cierto que conocía a Dan desde la infancia, y que se sentía cómoda con él, pero, ¿qué tenía de malo eso?, pensó ella a la defensiva. Los largos años de minusvalía la habían dejado deseosa de valorar lo que tenía.

Esa noche lo iba a encontrar en un pequeño restaurante a unos pocos kilómetros. Pidió un taxi, y luego, en un impulso, llamó al taller y preguntó por su coche.

– Tiene suerte -le dijo el jefe de los mecánicos-. No es fácil encontrar un nuevo motor que valga. Pero por el señor Page, hacemos lo imposible.

– Perdone… ¿Ha dicho un nuevo motor?

– No había otra posibilidad. También le hemos cambiado la dirección.

– Pero eso costará una fortuna.

– Bueno, la factura es para él, así que, ¿para qué se preocupa?

– ¡Oh, no! No quiero esto…

– Es tarde. El coche está desarmado ahora.

Abrumada, Gina colgó. Necesitaba el motor nuevo. ¡Pero deberle tanto a un extraño!

Sin embargo, Carson Page era un hombre rico que seguramente resolvía con dinero todos los problemas. Así que no volvería a pensar en aquello.

Capítulo 2

Gina fue a cambiarse para salir. Se quitó el traje que usaba para trabajar y se puso un vestido verde. No tenía mangas, pero el cuello era cerrado y lo adornaba un colgante.

Se cepilló el pelo y se puso algo más de maquillaje. Estaba lista.

Llegó unos minutos tarde al restaurante, pero Dan no estaba todavía. Pidió un jerez y lo esperó en la mesa, con la esperanza de que no tardase mucho.

– ¿Le importa si la acompaño?

Cuando Gina alzó la vista vio a Carson Page, de pie, mirándola gravemente.

– ¿Está esperando a alguien? -preguntó Carson Page.

– Sí. A Dan… mi novio. Se ha retrasado un poco.

– Entonces, solo me quedaré un momento -él se sentó-. Solo quería que supiera que su coche estará listo pasado mañana.

– Lo sé. He llamado al taller. Señor Page…

– Carson, llámame Carson.

– Carson, no sabía que iban a cambiar el motor. No hacía falta eso.

– Según el taller, sí hacía falta.

– Sabe a qué me refiero. Quiero pagarle… no inmediatamente, pero en cuotas…

– De acuerdo, págueme algún día. Y ahora, ¿podemos dejar ese tema?

Ella estuvo de acuerdo. Sospechó que lo estaba aburriendo.

– ¿Cómo supo que estaría aquí? -le preguntó ella.

– Iba a pasarme por su oficina, pero llegué justo cuando usted estaba tomando un taxi. Así que le dije a mi taxi que la siguiera.

Carson pidió algo de beber, y ella lo observó, tratando de relacionar a aquel hombre con el ogro que había descrito Dulcie.

«Difícil y exigente», pensó. Sí, aunque estaba actuando con amabilidad se notaba un aire de orgullo, y de voluntad firme. Un mal enemigo. Un hombre que esperaba que las cosas se hicieran a su manera. Un hombre turbador. Y excitante.

Era distinto a otros hombres, al igual que un león se diferenciaba de un gatito. Ella deseaba que Dan se diera prisa. Allí estaba pasando algo que era amenazador para su mundo tan cuidadosamente construido, y si se daba prisa, tal vez todavía estuviera a tiempo de evitarlo.

– ¿Y qué ha pasado con su coche? -le preguntó ella, intentando que no le temblase la voz.

– Mañana me lo tienen arreglado -él miró el reloj de la pared-. Son las siete y media. ¿A qué hora se supone que llegaba su novio?

– Alrededor de esta hora -contestó ella. Pero Dan debía de haber llegado a las siete-. Está muy ocupado.

– Yo también. Pero si tengo una cita con una dama, soy puntual.

– En realidad, he llegado temprano. No lo espero hasta las siete y media -dijo ella, desafiante.

– Si usted lo dice -sus ojos oscuros le advirtieron que no lo había engañado.

– ¿Qué ha pensado de Philip Hale? -preguntó ella, para cambiar de tema.

– Es como usted dijo. Brillante… no hay mejor hombre. También muy aburrido. Nunca dice las cosas una sola vez, sino diez.

Ella bebió un sorbo de vino y lo dejó en la mesa, moviendo los hombros.

– No se reprima la risa -le advirtió él-. Ríase en alto. Él no está aquí.

– Creo que nunca he oído hablar de él de este modo -sonrió ella.

– Tonterías. Cualquiera que lo conozca diría lo mismo.

Él deseó verla sonreír, porque era como ver salir el sol. Pero ella se controló, aunque sus ojos seguían riendo. Tendría que conformarse con eso.

– De todos modos, aburrido o no, he decidido que trabajaré con él. Mañana lo veré. Es un buen abogado, dentro de su especialidad. ¿Tiene usted alguna especialidad?

– Derecho comercial y de la propiedad.

– ¿Así que es posible que haga algo de mi trabajo?

– ¿Podría repetirlo? -había ruido de fondo y Gina no lo escuchó. Se inclinó hacia adelante.

– Que es posible que haga algo de mi trabajo. ¿Cuál será?

– Soy sorda -dijo ella.

– ¡Tonterías! No puede ser.

Gina sonrió de oreja a oreja.

– Gracias. Eso es lo más bonito que me han dicho desde que… me he vuelto sorda.

Él frunció el ceño.

– Pero parece haber estado escuchando normalmente. ¿Quiere decir que me ha estado leyendo los labios todo el tiempo?