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– ¿No quieres decírmelo?

Joey tomó aliento. Luego emitió un sonido parecido a «¡Oooeey!».

– ¿Joey? ¡Qué bien! Yo me llamo Gina -como el niño frunció el ceño, ella lo repitió.

Joey intentó repetirlo, con poco éxito.

– Mira -dijo ella, alzando la mano.

Lentamente hizo la seña de la G, luego la I. Se preguntó si Joey conocería el alfabeto de los sordos. Pero el niño se puso contento, y entonces Gina terminó de decir la palabra.

– Gina -repitió ella.

Joey intentó repetirlo. No lo hizo muy bien. Pero ella le sonrió para darle ánimos. Y volvió a deletrearlo con los dedos. Joey la miró con atención. Luego repitió las señas con los dedos.

– Muy bien -dijo ella-. Come algo, e intentaremos seguir más tarde.

Ahora que el niño se había calmado, podía observarlo mejor. Y vio tristeza en él, como si el peso del mundo lo estuviese aplastando.

– ¿Te gustan las galletas? -se aventuró Gina, con una frase más larga.

Él asintió, intentó decir algo y recogió una miga. Ella le palmeó la espalda, y se rieron juntos.

Entonces Joey intentó hablar. Dijo algunas palabras que Gina entendió prácticamente. Y también lo dijo por señas. «Debes comer galletas tú también», quería decir.

Después de eso, la conversación fue rápida y frenética. Al niño se le había iluminado la cara. Se comunicaba como si no lo hubiera hecho nunca antes.

– Yo también soy sorda -le dijo-. Ahora puedo oír, pero sé lo que se siente. Nadie lo comprende.

El niño asintió, y repitió con señas las últimas palabras de Gina.

– Eres muy listo -le dijo Gina con señas.

Joey la miró y preguntó:

– ¿Yii?

Gina comprendió lo que quería decir y contestó:

– Sí, tú, cariño. Eres muy listo, de verdad.

El niño agitó la cabeza. A Gina se le partió el corazón. Le rodeó los hombros y lo abrazó. El niño también la abrazó.

«Soy una extraña. Sin embargo, el pobrecito se ha aferrado a mí», pensó Gina.

Gina cerró los ojos y abrazó al niño. Cuando los abrió se encontró con Carson Page en la puerta, observándolos.

– Es hora de marcharnos -dijo.

Gina intentó soltar al niño, pero Joey se aferró más a ella y gimió.

– Está bien -dijo ella. Lo hizo mirarla y le aseguró-: No te preocupes, estoy aquí.

No sabía qué le había hecho decir aquello en presencia de su padre, pero en aquel momento, habría hecho cualquier cosa por el niño.

– Me lo voy a llevar a casa -dijo Carson.

– A casa -le dijo Gina mirando a Joey.

El niño agitó la cabeza furiosamente. Y cuando su padre fue a agarrarlo, se resistió.

– Ven -le dijo Carson firmemente, sujetándolo más fuertemente.

– ¡Suéltelo!-Gina se puso de pie y lo enfrentó.

– ¿Qué ha dicho?

– He dicho que lo suelte. No tiene derecho a tratarlo así.

– ¿Se ha vuelto loca?

– Solo le estoy pidiendo que sea amable con él…

– Hago grandes esfuerzos por lograrlo, pero no pienso aguantar rabietas.

Cuando oyó la palabra «rabieta», Gina hubiera querido matarlo.

– No es una rabieta. Se siente solo y asustado. ¿Es tan monstruo como para no ver la diferencia?

Carson la miró, impresionado por la fuerza de su ataque. Ella también se sorprendió. Normalmente era una persona apacible, pero el sufrimiento de Joey le había hecho salir a la superficie viejos temores y tristezas, haciéndole perder el control. Se volvió a sentir una niña otra vez, en un mundo cruel, que no comprendía a los seres diferentes.

Entonces vio a Philip Hale en la puerta y el alma se le fue a los pies.

– Recoja sus cosas, señorita Tennison, y váyase inmediatamente -dijo el señor Hale, en un tono que contenía cierto sentimiento de triunfo.

– No -dijo Carson-. Yo estoy en deuda con la señorita Tennison, y no puedo permitir que pierda su trabajo.

En la cara de Hale se reflejaron sentimientos contradictorios. El deseo de no ofender a un cliente y la indignación por el modo en que Carson había declarado lo que permitiría y lo que no en su despacho. Debatiéndose entre esos dos impulsos, oyó decir a Carson:

– Señorita Tennison. Le agradezco que haya salvado a mi hijo, y… y por la comprensión que ha demostrado hacia él. Es una persona digna de crédito para sus jefes, y escribiré a los socios más antiguos para decírselo.

Philip Hale achicó los ojos.

Gina dejó escapar la respiración. Estaba confusa. Era un hombre arrogante, brusco y duro, pero también era justo.

Carson tocó a Joey. Su rebeldía parecía haber terminado y tomó la mano de su padre sin protestar. Pero estaba sollozando con resignada desesperación. Y eso rompió el corazón de Gina.

Los observó marcharse hacia la entrada. Cuando estaban a mitad de camino, Carson se detuvo y miró al niño, que en aquel momento se estaba secando las lágrimas. Carson tomó la barbilla del niño y lo miró a los ojos. Luego sacó un pañuelo y le secó las lágrimas amablemente. Entonces miró a Gina, con gesto inseguro.

– Será mejor que venga con nosotros -dijo Carson-. Quiero decir… si tiene tiempo.

Gina iba a decir que por supuesto que tenía tiempo, pero entonces sintió un peso que se lo impidió.

– Yo… yo -balbuceó.

– Vaya con él y haga algo útil -le dijo Hale entre dientes-. Más tarde le diré algunas cosas.

Gina recogió su bolso y se dio prisa para alcanzarlos. Joey la miró y sonrió. Luego dijo por señas: «Ven también».

– Entonces, vamos -dijo Carson.

Capítulo 3

Nadie habló durante el viaje. Gina se sentó detrás, con Joey. El niño parecía contento simplemente, y ella estaba intentando calmarse, y ahuyentar traumas que había creído superados.

Por un momento, se había vuelto a sentir en la terrible pesadilla de su infancia, en una prisión cercada por el silencio y la incomprensión. Había creído que se había escapado de allí, pero de pronto había vuelto a sentir que la rodeaban sus muros. Ahora se sentía luchando consigo, porque no quería volver a esa prisión. Pero la necesidad de Joey era tan grande…

Pero… ¿qué estaba pensando? Aquella era una visita breve, y luego no volvería a ver a Joey ni a su padre.

Se sentía desilusionada por Carson. Era un hombre prejuicioso frente a la sordera, y estaba furioso con la suerte que le había tocado de tener un niño sordo.

Vio que el niño estaba intentando atraer su atención, diciendo algo. Ella contestó por señas, y conversaron en silencio el resto del viaje.

Se fijó que el coche se estaba dirigiendo a una zona rica de Londres. Sabía que las casas valían millones allí.

Pararon frente a la mansión más grande de la calle y Carson se metió por un camino que conducía a la casa, pasando por una hilera de árboles que la ocultaban de la mirada de extraños.

– Normalmente está aquí la señora Saunders -le explicó Carson mientras abría la puerta de la casa-. Ella se ocupa de todo lo doméstico y cuida a Joey, cuando no está en el colegio, pero necesitaba un día libre, y por eso he tenido que llevar al niño conmigo.

– Sí, me he dado cuenta de que no tiene demasiada experiencia en cuidarlo -dijo Gina.

Habían entrado en un gran vestíbulo con suelos de madera lustrados y una gran escalera. La casa era agradable, con ventanas altas y, por lo que había podido apreciar a través de las puertas abiertas de las habitaciones, tenía mucha luz. Podría haber sido un sitio ideal para vivir, pero tenía algo poco acogedor. No era un hogar para las dos personas que vivían allí, que estaban atrapadas cada una en su aislamiento.

A Gina empezaba a preocuparle la forma en que Joey le tomaba la mano, como si ella fuera esencial para él. No debía ser esencial para él. Ella solo podía estar un rato con él y pasar de largo por su vida.