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Pero también recordaba cuánta gente había pasado por su vida durante su infancia, el sentimiento de que por fin había encontrado alguien que la comprendía, y luego la decepción de que desapareciera.

Joey estaba tirando de su mano, llevándola al jardín. Gina lo siguió, con Carson detrás. Era un jardín grande, hermoso, con magníficas zonas de hierba y flores.

Pero Joey no tenía tiempo para deleitarse en aquella belleza. La arrastró hasta un gran estanque donde había peces. Los señaló y habló sobre ellos con señas.

– Está muy interesado en los peces -dijo Carson cuando los alcanzó.

Joey los dejó un momento y se fue al otro lado del estanque y se quedó mirando el agua. Estaba concentrado y con el ceño fruncido. Parecía un pequeño profesor.

– ¿Por qué usted no le gusta a Philip Hale? -le preguntó Carson de repente-. Hay algo más de lo que me ha contado ayer, ¿no es verdad?

– Sí. Me considera «minusválida», y no sabe cómo manejar eso. Alguna gente no sabe cómo tratar a la gente que se sale de lo común -ella lo miró.

– ¿Lo dice por mí?

– ¿No es así?

– Evidentemente es lo que usted piensa. No le gusta la gente que juzga a la ligera, ¿no? Pero hoy me ha juzgado muy rápidamente. Sin atenuantes por las circunstancias. Sin tener en cuenta todos los datos. Simplemente se dijo «Cortadle la cabeza».

Era cierto. Ella se sintió incómoda.

– Carson, por favor, no piense que no le estoy agradecida por salvar mi trabajo. Ha sido muy amable por su parte, después de las cosas que le he dicho.

– Ha sido una cuestión de justicia. Además, usted me puede resultar útil.

– Sí, pensé que diría algo así.

– Usted no toma prisioneros, ¿verdad? -dijo él secamente.

– Bueno, si hay una batalla, estaré del lado de Joey. No se deje engañar por mi apariencia. Es posible que tenga aspecto de ratoncito marrón, pero soy muy dura realmente.

– ¿Ratoncito marrón? ¿Con ese pelo rojizo encendido?

Ella se sorprendió. Nunca había pensado en su pelo con aquel atractivo.

Volvieron a la casa en tensión. Joey los miraba. Cuando estuvieron dentro, el niño tiró de ella hacia las escaleras.

– Por favor, vaya con él -le dijo Carson.

Las paredes de la habitación de Joey no tenían un solo póster de un futbolista. Estaban cubiertas con láminas de delfines, ballenas, pingüinos, tiburones, leones marinos, peces, corales, y caracolas. Los estantes estaban adornados con los mismos motivos.

– Debes saber mucho de esto -le dijo Gina.

El niño asintió.

– ¿Te ha interesado siempre el mundo marino?

Joey asintió nuevamente. Y luego le mostró su habitación.

Tenía todo lo que se puede comprar con dinero, incluido un ordenador desde donde tenía acceso a su tema favorito por Internet. Incluso tenía una tarjeta de crédito para comprar lo que quisiera por este sistema.

En realidad la habitación tenía de todo, menos la calidez y el cuidado de un adulto. Por los libros que tenía, era evidente que era muy inteligente, pero no tenía con quién compartir sus intereses.

Hubo algo que llamó su atención. En la cabecera de la cama había una foto de una mujer de veintitantos años. Tenía mucho maquillaje. Pero aun sin él, habría sido hermosa. Su pelo rubio le caía sobre los hombros y su boca se curvaba provocativamente para la cámara. Gina la reconoció. Era una joven actriz llamada Angelica Duvaine, que se estaba haciendo famosa por sus películas. La había visto hacía poco en un papel secundario. Su talento era limitado, pero su belleza y atractivo eran deslumbrantes. Era extraño encontrar su foto en la habitación de un niño.

Joey la vio observar la foto y se puso orgulloso.

«Mi madre», deletreó con señas.

– Pero… -se interrumpió. Luego siguió-: Es muy guapa.

Joey asintió y señaló la foto.

– Yiii… diii mee…

«Me la dio», entendió Gina.

Era una foto enviada por correo, y el niño se sentía favorecido con aquel envío especial.

– ¿Te la dio ella? ¡Qué bien!

Joey le dijo con esfuerzo que su madre lo quería.

– Sí. Por supuesto -dijo Gina.

Carson asomó la cabeza y dijo:

– Hay algo de comer abajo.

La cena estaba puesta en un elegante comedor con cuadros caros en las paredes. Gina pensó que se hubiera sentido mal en un lugar así de haber sido una niña. Y Joey debía sentir lo mismo, porque estaba apagado.

La comida era excelente y se la elogió a Carson.

– No ha sido mérito mío. La señora Saunders dejó todo listo y yo solo la calenté en el microondas -miró a su hijo, que observaba el plato sin entusiasmo-. ¿Qué pasa? -le tocó el hombro para que lo mirase-. ¿Qué ocurre con la comida? -preguntó Carson en voz más alta.

– ¿Oye algo Joey? -preguntó Gina.

– No, nada.

– Entonces, ¿por qué grita? Lo que necesita es hablarle muy claramente, para que pueda seguir el movimiento de los labios. De todos modos, no pasa nada con la comida. Pero si Joey es como era yo a su edad, seguramente preferiría una hamburguesa.

– Es comida mala. Esto es mejor para él.

Joey los miró a ambos, con la mirada desesperada de quien está excluido. Ella le tomó la mano, e inmediatamente su expresión de desasosiego se desvaneció.

– Pero, ¿quién quiere tomar lo que es mejor siempre? La comida rápida es más divertida. ¿Le ha preguntado alguna vez qué prefiere?

– Eso no es fácil.

– Sí, lo es. Lo mira a la cara para que él pueda leerle los labios.

– ¿Cree que no he intentado eso? No me comprende. O no quiere hacerlo, por razones que solo él conoce.

Gina iba a discutirle esto, pero un recuerdo de infancia hizo que se abstuviera.

– Eso depende de cómo le hable -murmuró Gina-. Si le demuestra que está impaciente, se sentirá molesto.

– Yo no… Bueno, intento no… ¿Quiere decir que lo hace deliberadamente?

– No lo sé. Pero a mí solía pasarme. Si estás con un adulto que no te comprende, y que solo está cumpliendo con su deber, pero que desearía estar en cualquier otro sitio menos contigo… Tú… No intentas hacérselo fácil.

– Y yo soy el adulto poco comprensivo, ¿verdad?

– ¿Lo es?

Él dejó escapar una lenta exhalación.

– Hago todo lo que puedo.

– ¿Y cuánto es eso?

– Es poco. ¿De acuerdo? Eso es lo que usted piensa, ¿verdad? Y es la verdad. Soy un padre desastroso. No sé lo que estoy haciendo y estoy sufriendo por ello.

– Al menos es sincero.

– Pero, ¿dónde nos lleva la sinceridad? ¿Tiene la respuesta? -preguntó él angustiado.

Él también estaba sufriendo, y estaba más perdido que el niño. Ella se abstuvo de censurarlo.

El día anterior la palabra «muda» había ocasionado un cambio en él que ella había juzgado mal. Ahora se daba cuenta de que lo que verdaderamente le ocurría era que no podía manejar aquella situación, y que lo enfrentaba a su fracaso.

– ¿Qué debería hacer? ¡Por el amor de Dios, dígame, si lo sabe!

– Le diré cómo es la situación para Joey. Si lo comprende, será capaz de hacer las cosas más fáciles para ambos -dijo ella. Vio que Joey los estaba mirando, y dirigiéndose a Carson agregó-: Ahora, no.

El resto de la comida, Gina se concentró en el niño haciéndolo sentir incluido. Carson comió muy poco, pero los observó comunicarse, moviendo los ojos de un lado a otro, como si no quisiera perderse detalle.

– ¿Puedo usar su teléfono? -preguntó Gina después de un rato.

Recordó que Dan iba a llamarla.

– Hay un teléfono allí, en aquella habitación.

Gina llamó al móvil de Dan y lo encontró un poco molesto.

– No me habías dicho que estarías fuera esta noche -se quejó Dan.

– No lo sabía. Surgió algo imprevisible.

– Mi jefe me ha invitado a su casa y me ha dicho que te lleve. No quedó nada bien que apareciera sin ti.