Se rizó el pelo, se perforó las orejas, y tenía una habilidad asombrosa para ampliar sus ojos hasta que parecían llenar su cara. Su altura apenas le llegaba a las cejas a su madre, cuando, para su desilusión dejó de crecer.
Pero a diferencia de Chloe, que tenía todavía los restos de un niña gordita profundamente dentro de ella, Francesca nunca tuvo ninguna razón para dudar de su propia belleza.
Simplemente existía, eso era todo… era como el aire, la luz y el agua. ¡De igual manera que María Quant, por amor de Dios! Cuando cumplió diecisiete, la hija de Jack Day "Negro" había llegado a ser una leyenda.
Evan Varian entró de nuevo en su vida en el club Annabel. Ella y su acompañante salían para ir a la Torre Blanca para el baklava, y acaban de andar por el cristal que delimitaba la discoteca del restaurante del Annabel.
Incluso en la atmósfera resueltamente de moda de Londres y del club más fashion, el traje escarlata de terciopelo, con anchas hombreras llamaba inevitablemente la atención, especialmente porque había desechado llevar blusa debajo y la V profunda y abierta de la chaqueta, y la insinuación de sus pechos de diecisiete años se curvaban atractivamente en el punto en que las solapas se unían.
El efecto se hacía aún más impactante debido a su peinado corto a lo Twiggy, que le hacía parecer la colegiala más erótica de Londres.
– Bien, pero si es mi pequeña princesa.
La sonora voz de tonos perfectos llegó a su oido desde la distancia casi del Teatro Nacional.
– Parece que finalmente has crecido, y estas preparada para comerte el mundo.
Menos cuando le veía en las películas de espías de Bullett, no había vuelto a ver a Evan Varian en años. Ahora, cuando se dió la vuelta para mirarlo, sentía como si se enfrentara a su presencia en la pantalla.
Él llevaba la misma clase de traje inmaculado de Savile Row, el mismo estilo de camisa azul pálido de seda y zapatos italianos hechos a mano. Unas hebras de plata se veían en sus sienes que no estaban en su último encuentro en el Christina, pero ahora su corte de pelo era mucho más conservador, hecho por un experto a navaja.
Su acompañante de esa tarde, un baronet en casa por las vacaciones de Eton, de repente le parecía tan joven como un ternero lechal.
– Hola, Evan -dijo, lanzándole a Varian una sonrisa que logró ser al mismo tiempo altanera y hechicera.
El ignoró la impaciencia obvia de la rubia modelo que le agarraba del brazo cuando inspeccionó el traje pantalón escarlata de terciopelo de Francesca.
– Francesca pequeña. La última vez que nos vimos, no llevabas tanta ropa. Según recuerdo, sólo llevabas un camisón.
Otras chicas se podrían haber ruborizado, pero otras chicas no tenían la insondable confianza en sí misma de Francesca.
– ¿De verdad? Lo he olvidado. Gracias por recordarlo.
Y entonces, porque había decidido llamar la atención adulta del sofisticado Evan Varian, pidió a su escolta que la acompañara lejos de allí.
Varian la llamó al día siguiente y la invitó a cenar con él.
– Ciertamente no -gritó Chloe, levantándose de un salto desde su posición de loto en el centro de la alfombra del salón donde se dedicaba a la meditación dos veces al día, menos en lunes alternos cuando iba a depilarse las piernas con cera-. Evan es más de veinte años mayor que tú, y es un notorio playboy. ¡Mi Dios, él ya ha tenido cuatro esposas! Absolutamente no te veré relacionada con él.
Francesca suspiró y se estiró.
– Lo siento, madre, pero es más bien un hecho consumado. Lo siento.
– Sé razonable, querida. El es suficientemente viejo para ser tu padre.
– ¿Fue alguna vez tu amante?
– Por supuesto que no. Sabes que nosotros nunca nos llevamos bien.
– Entonces no veo qué objeción puedes tener.
Chloe suplicó e imploró, pero Francesca no se echó atrás. Se había cansado de que la trataran como a una niña. Estaba lista para la aventura adulta… la aventura sexual.
Hacía unos pocos meses que había conseguido que Chloe la llevara al médico para recetarle las pastillas anticonceptivas.
Al principio Chloe había protestado, pero había cambiado de opinión rápidamente cuando la había visto abrazarse torridamente con un joven que metía la mano por debajo de su falda.
Desde entonces, una de esas píldoras aparecian en la bandeja del desayuno de Francesca cada mañana para ser tomada con gran ceremonia.
Francesca no le había dicho a nadie que por ahora esas pildoras eran innecesarias, ni loca le diría a nadie que seguía siendo virgen. Todos sus amigos hablaban con tan poca sinceridad acerca de sus experiencias sexuales que ella se aterrorizó de que se enteraran que mentía cuando contaba las suyas. Si descubrían que seguía siendo una niña, estaba segurísima que perdería su posición como el miembro más de moda del círculo más joven a la moda de Londres.
Con su terca determinación, redujo su sexualidad juvenil a un asunto sencillo de posición social. Era más fácil para ella de esa manera, pues la posición social era algo que ella entendía, mientras la soledad producida por su niñez anormal, la necesidad del dolor para alguna conexión profunda con otro ser humano, sólo la desorientaba.
Sin embargo, a pesar de su determinación para perder su virginidad, había encontrado un tropiezo inesperado. Como toda su vida había estado rodeada de adultos, no se sentía exactamente comoda con esos chicos que estaban a su alrededor y la seguían como perrillos falderos.
Ella consideraba que para practicar el sexo, debía existir una especie de confianza, y no se veía confiando en esos chicos jóvenes e inexpertos. Vió una respuesta a su problema, cuando sus ojos se fijaron en Evan Varian en el Annabel. ¿Quién mejor que un hombre de mundo, experimentado para llevarla en esa iniciación de la sexualidad? No vio ningúna conexión entre su elección de Evan para ser su primer amante y su elección de él, años atrás, para ser su padre.
Ignoró las protestas de Chloe, y Francesca aceptó la invitación de Evan para cenar en Mirabelle el fin de semana siguiente. Se sentaron en una mesa cerca de uno de los invernaderos pequeños donde crecían las flores frescas del restaurante y cenaron cordero relleno de trufas. El le tocaba los dedos, la escuchaba atentamente siempre que ella hablaba, y dijo que era la mujer más hermosa de la estancia.
Francesca consideró privadamente eso era bastante normal, pero el cumplido la complació sin embargo, especialmente cuando vio a la exótica Bianca Mellador picotear en un souffle de langosta delante de una de las paredes de tapestried en el lado opuesto del restaurante. Después que la cena, fueron al Leith para tomar una mousse de limón de tangy y fresas confitadas, y luego a casa de Varian en Kensington donde él tocó una mazurca de Chopin para ella en el piano de cola del salón y le dio un beso memorable. Más cuando él trató de dirigirla arriba a su dormitorio, ella se negó.
– Otro dia, quizás -dijo ella airosamente-. Hoy no estoy de humor.
Quería decirle que se conformaba sólo con que la acariciara y la abrazara, pero sabía que Varian no se conformaría con eso. A Varian no le gustó su rechazo, pero restauró su buen humor con una sonrisa descarada que prometía futuros placeres.
Dos semanas más tarde, se forzó en subir la larga escalera hasta su dormitorio, pasando por el pasillo hasta la puerta en forma de arco, a una habitación lujosamente decorada estilo Louis XIV.
– Eres hermosa -dijo él, saliendo de su camerino con una bata de seda marrón y con un J.B. elaborado, bordado en el bolsillo, obviamente se lo había quedado de su última película. El se acercó, extendiendo la mano para acariciarle el pecho por encima de la toalla que ella se había envuelto despues de desvestirse en el cuarto de baño.
– Un pecho tan bello como una paloma… suave y dulce como leche materna -citó él.
– Es de Shakespeare? -preguntó nerviosamente. Ella deseaba que él no llevara esa colonia tan pesada.