– Lo siento, gente -dijo Dallie-. Pero vais a tener que esperar su vuelta-
Y luego, antes de que nadie reaccionara, la llevó a la puerta.
– ¡Mamá! -chilló Teddy.
Skeet agarró a Teddy antes que pudiera correr detrás de Francesca.
– Ahora no, chico. Esta es la manera que tu mamá y Dallie actúan siempre que estan juntos. Ya puedes ir acostumbrándote.
Francesca cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la ventana del coche de Dallie. Sentía el cristal frio contra su sien. Sabía que debería sentirse honradamente ultrajada, castigar a Dallie por su teatral y arbitraría escena de machito, pero estaba demasiado contenta por alejarse de las exigencias y las voces severas.
Abandonar a Teddy la trastornaba, pero sabía que Holly Grace lo calmaría.
Una melodía de Barry Manilow comenzaba a sonar suavemente en la radio. Dallie se inclinó para cambiar el dial, y luego, mirándola, la apagó. Pasaron varios kilómetros, y ella comenzó a sentirse más tranquila.
Dallie no dijo nada, considerando sus últimas conversaciones, el silencio era relativamente tranquilo. Había olvidado lo tranquilo que podía ser Dallie cuando no hablaba.
Cerró los ojos y se permitió descansar hasta que el coche entró en una senda estrecha que terminaba delante de una casa de piedra de dos pisos. La pequeña casa rústica estaba entre una arboleda de árboles chinaberry con una línea de cedros viejos formando un cortavientos por un lado y una fila de bajas colinas azules a lo lejos. Miró a Dallie cuando aparcó en el patio delantero.
– ¿Dónde estamos?
Él apagó el motor y salió sin contestarla. Ella miró con cautela cuando dió la vuelta al coche y abrió su puerta. Descansando una mano en el techo del coche y la otra en la cima del marco de la puerta, él se inclinó hacia ella.
Cuando miró fijamente a esos refrescantes ojos azules, algo extraño sucedió dentro de ella. Se sentía de repente como una mujer hambrienta que acababa de ver un postre tentador.
Su momento de debilidad sensorial la avergonzó, y frunció el ceño.
– Maldita sea, eres hermosa -dijo Dallie suavemente.
– Ni la mitad de guapa que tú -dijo brusca, determinada a aplastar cualquier tipo de química que pudiera haber entre ellos. -¿Dónde estámos? ¿De quién es esta casa?
– Es mía.
– ¿Tuya? No podemos estar a más de veinte millas de Wynette. ¿Por qué tienes dos casas tan cerca?
– Después de lo que acaba de pasar, estoy sorprendido que puedas hacerme esa pregunta -se echó a un lado para dejarla salir.
Ella salió del coche y miró pensativamente hacía la puerta delantera.
– ¿Esto es un escondrijo, verdad?
– Supongo que podrías llamarlo así. Y apreciaría si no le dices a nadie que te he traído aquí. Todos conocen este lugar, pero hasta ahora han mantenido la distancia. Si averiguan que has estado aquí, aunque esto no sea un destino turístico, se alinearán con sacos de dormir, agujas de hacer punto y neveras llenas de Dr.Pepper.
Ella caminó hacia la puerta, curiosa por ver el interior, pero antes de que pudiera entrar él tocó su brazo.
– ¿Francie? Lo cierto es que, esta es mi casa, y no podemos pelearnos en ella.
Su expresión era tan seria como nunca antes la había visto.
– ¿Qué te hace pensar que quiero pelear?
– Adivino que está en tu naturaleza.
– ¡Mi naturaleza! ¡Primero secuestras a mi hijo, y ahora me secuestras a mí, y encima tienes la cara de decir que yo quiero pelear!
– Llámame pesimista -y se sentó en el escalón superior.
Francesca se abrazó, incómodamente consciente que él lo decía absolutamente en serio. Y luego tembló. Él la había sacado de la casa sin su chaqueta, y no podían estar a más de diez grados.
– ¿Qué haces? ¿Por qué te sientas?
– Si vamos a discutir, vamos a hacerlo directamente aquí, porque una vez que entremos dentro de esta casa, vamos a comportarnos de forma cortés el uno con el otro. Piensa esto, Francie, esta casa es mi retirada, y no voy a estropearla con gritos de uno contra el otro.
– Eso es ridículo -sus dientes comenzaron a chocar-. Tenemos cosas importantes de que hablar, y no vamos a ser capaces de hacerlo sin pelear.
Él acarició el escalón a su lado.
– Me congelo -dijo ella, tiritando a su lado, pero a pesar de su queja, se encontró secretamente contenta por la idea de una casa donde no se permitian disputas. ¿Que pasaría en las relaciones humanas si hubiera más casas como ésta? Sólo Dallie podría haber pensado algo tan interesante. A escondidas, se acercó a su calor. Había olvidado que bien olía siempre… a jabón y ropa limpia. -¿Por qué no nos sentamos en el coche? – sugirió-. Sólo llevas una camisa de franela.Tienes que sentir frio.
– Si nos quedamos aquí, hablaremos antes -se aclaró la garganta. -Ante todo, pido perdón por hacer aquella observación zalamera sobre que tu carrera es más importante para tí que Teddy. Nunca dije que yo fuera perfecto, pero de todos modos, fue un golpe bajo y me avergüenzo de ello.
Ella puso sus rodillas más cerca a su pecho y se inclinó hacia adelante.
– Tú tienes acaso idea de lo que supone para una madre trabajadora oír algo así
– Yo no pensaba -masculló. Entonces dijo defensivamente-. Pero maldita sea, Francie, desearía que no hicieras una montaña de un grano de arena. Eres demasiado emocional.
Ella clavó sus dedos en sus brazos con frustración. ¿Por qué los hombres siempre hacían esto? ¿Qué los hacía pensar que podrían decir cualquier cosa dolorosa a una mujer, y luego esperar que ella mantuviese la calma? Pensó en un buen número de comentarios punzantes, pero se mordió la lengua por entrar en la casa.
– Teddy es el mismo en la vida -dijo firmemente. -No se parece a mí y tampoco a tí. Es simplemente él.
– Puedo ver eso -separó las rodillas. Apoyó los antebrazos sobre ellas y apartó la vista del escalón durante unos momentos-. Es solamente que no se parece a un niño normal.
Todas sus inseguridades maternales tintinearon como música mala. PorqueTeddy no era atlético, Dallie no lo aprobaba.
– ¿Cómo quieres que se comporte? -contestó con ira-.¿Que vaya por ahí golperando mujeres?
Él se puso rígido a su lado, y ella se maldijo por no haber sabido tener la boca cerrada.
– ¿Cómo vamos a resolver esto? -preguntó en un susurro-. Luchamos como gatos y no pasa ni un minuto sin que queramos despedazarnos el uno al otro.Tal vez sería mejor si dejamos esto a las sanguijuelas.
– ¿Es eso realmente lo qué quieres hacer?
– Todo lo que sé es que estoy cansado de pelear contigo, y eso que no hemos estado juntos ni un dia entero.
Sus dientes habían comenzado a castañear en serio.
– A Teddy no le gustas, Dallie. No voy a obligarle a pasar tiempo contigo.
– Teddy y yo solamente hemos empezado con mal pie, eso es todo. Tendremos que resolverlo.
– No será fácil.
– Muchas cosas no son fáciles.
Ella miró con esperanza hacia la puerta de calle.
– Vamos a dejar de hablar de Teddy e ir dentro durante unos minutos. Después de que nos calentemos un poco, salimos y terminamos la conversación.
Dallie asintió con la cabeza, se levantó y ofreció su mano. Ella la aceptó, pero la sensación era tan buena, así que la soltó tan rápidamebte como pudo, determinada a mantener el contacto físico entre ellos al mínimo. Él la miró un instante como si le hubiera leído el pensamiento, y se dio la vuelta para abrir la puerta.
– Has contraído un auténtico desafío con Doralle -comentó él. Se apartó, invitándola con un gesto a entrar al vestíbulo de terracota por una puerta arqueada-. ¿Cuántos calculas que has recogido en estos diez años?