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Sus dedos se movían por su pelo, peinándolo atrás de sus sienes para coger la cara en sus manos. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y, de puntillas, separó los labios para dar la bienvenida a su lengua.

El beso los sacudió. Se parecía a un gran tifón que arrastraba todas sus diferencias con su fuerza. Una de sus manos bajó a sus caderas, levantándola del suelo. Sus labios se movían de la boca al cuello y de nuevo a su boca.

Su mano encontró la piel desnuda donde su chaqueta y suéter se habían elevado encima de sus pantalones, y la acarició hacia arriba a lo largo de su columna. En pocos segundos, estaban acalorados y sudorosos, maduros, listos para comerse el uno al otro por completo.

Un coche pasó a su lado, tocando el claxon, y silbando por la ventana. Francesca quitó los brazos de su cuello.

– Para -gimió-. No podemos… Ah, Dios…

Él la bajó despacio al suelo. La piel le ardía.

Despacio, Dallie retiró su mano de debajo de su suéter y la dejó ir.

– La cosa es -dijo él, su voz ligeramente sin aliento-. Cuando este tipo de cosas pasa entre la gente, esta clase de química sexual, pierden el sentido común.

– ¿Este tipo de cosas te pasa a menudo? -dijo ella, de repente tan nerviosa como un pavo viéndo panderetas.

– La última vez fue cuando tenía diecisiete años, y me prometí que aprendería una lección de ello. Maldita sea, Francie, tengo treinta y siete años, y tú cuantos, ¿treinta?

– Treinta y uno.

– Somos bastante mayores para esto, pero aquí estamos, actuando como un par de adolescentes calientes -sacudió su cabeza rubia con repugnancia-. Será un milagro si no terminas con un estúpido chupetón en el cuello.

– No me culpes a mí -replicó ella-. Llevo tanto tiempo sin catarlo que hasta tú ahora me pareces bueno.

– Pensé que tú y el Príncipe Stefan…

– Lo haremos. Sólo que aún no ha llegado el momento.

– Estando así seguramente no puedas postergarlo más.

Comenzaron a andar otra vez. Poco después, Dallie tomó su mano y le dio un apretón apacible. Su gesto debería haber sido amistoso y consolador, pero esto envió hilos de calor viajando por el brazo de Francesca. Decidió que el mejor modo de disipar la electricidad entre ellos era usar la voz fría de la lógica.

– Todo ya es tan complicado para nosotros. Esta atracción sexual va a hacerlo todavía más imposible.

– Hace diez años podías besar de primera, cariño, pero desde entonces te has movido en las grandes ligas.

– No hago esto con todos -contestó ella con irritación.

– No te ofendas, Francie, pero recuerdo que cuando hace diez años comenzamos a acostarnos, tú tenias muchas carencías…y eso que aprendías realmente rápido. ¿Me dices por qué tengo la sensación que has practicado mucho desde entonces?

– ¡No es cierto! Soy terrible con el sexo. Esto… estropea mi pelo.

Él rió entre dientes.

– No me parece que te preocupes demasiado por tu peinado ahora, aunque lo llevas precioso, ni de tu maquillaje, también, a propósito.

– Ah, Dios – gimió-. Tal vez deberíamos fingir que nada de esto ha pasado, y dejar las cosas como estaban.

Él metió su mano, con la suya, en el bolsillo de su anorak.

– Cariño, tú y yo hemos estado rondándonos desde que nos hemos vuelto a encontrar, oliéndonos y gruñendo como un par de perros en celo. Si no dejamos a las cosas que tomen su curso natural pronto, vamos a terminar totalmente chiflados -hizo una pausa un momento-. O ciegos.

En vez de discrepar con él, como debería hacer, Francesca se encontró diciendo:

– Suponiendo que decidamos seguir adelante con esto, ¿cúanto tiempo crees que nos llevará terminar con ello?

– No lo sé. Somos completamente diferentes. Mi opinión es que si lo hacemos dos o tres veces, el misterio se irá, y pondremos punto y final.

¿Él tenía razón? Ella se preguntó. Desde luego él tenía razón. Esta clase de química sexual era como una llamarada… era poderosa y rápida, pero no duraba demasiado.

Una vez más hacía un problema demasiado grande del sexo. Dallie actuaba con completa normalidad y ella lo haría también. Era una oportunidad perfecta de sacarlo de su sangre sin perder la dignidad.

Caminaron el resto del camino hacía la finca en silencio. Cuando entraron, él realizó todos los rituales del perfecto anfitrión colgando sus chaquetas, ajustando el termostato para que la casa fuera cómoda, llenando unos vasos de vino de una botella que había traído de la cocina. El silencio entre ellos había comenzado a ser opresivo, y ella se refugió en el sarcasmo.

– Si esa botella tiene tapón de rosca, no creo que me guste.

– He sacado el corcho con mis propios dientes.

Ella reprimió una sonrisa y se sentó sobre el canapé, sólo para descubrir que estaba demasiado nerviosa para quedarse quieta. Se levantó.

– Voy a usar el cuarto de baño. Y, Dallie… no he… no he traido ninguna protección. Se que es mi cuerpo, y me siento responsable de el, pero no he planeado acabar en tu cama, todavía no he decidido si lo haré, pero si lo hago, si lo hacemos…si tú no has traído nada tampoco, será mejor que me lo digas ahora mismo.

El sonrió.

– Tomaré precauciones.

– Será lo mejor -le miró poniendo su ceño más feroz, porque todo se movía demasiado rápido para ella. Sabía que se preparaba a hacer algo que luego lamentaría, pero no parecía tener la voluntad para pararse. Era porque había estado célibe durante un año, razonó. Esta era la única explicación.

Cuando volvió del cuarto de baño, él estaba sentado en el sofá, con una bota atravesando su rodilla, bebiendo un vaso de jugo de tomate. Ella se sentó en el lado opuesto del canapé, no apoyada contra el brazo, precisamente, pero tampoco demasiado cerca de él.

Él la observó con interés.

– Santo Dios, Francie, relájate un poquito. Comienzas a ponerme nervioso.

– No te creo -replicó-. Están tan inquieto como yo. Sólo que tú lo ocultas mejor.

Él no lo negó.

– ¿Quieres que tomemos una ducha juntos para calentarnos?

Negó con la cabeza.

– No quiero quitarme la ropa.

– Eso va a ser bastante dificil.

– Creo que no. Únicamente me quitaré la ropa, si es que decido desnudarme, cuando considere que estoy tan caliente que ya no lo soporte.

Dallie sonrió abiertamente.

– ¿Sabes una cosa, Francie? Me estoy divirtiendo mucho estando aquí sentado hablando contigo. Casi lamento comenzar a besarte.

Entonces ella comenzó a besarlo a él, porque simplemente ya no podía aguantarse más.

Ese beso era aún mejor que el de la carretera. Su esgrima verbal les había puesto a ambos al límite y había una brusquedad en sus caricias que parecieron exactamente apropiadas para un encuentro que ambos sabían que era una insensatez.

Cuando sus bocas se juntaron y sus lenguas se tocaron, Francesca otra vez tuvo la sensación que el resto del mundo había ido a la deriva.

Ella metió las manos bajo su camisa. En cuestión de segundos, su suéter era sacado y los botones de su blusa de seda abierta. Su ropa interior era hermosa… dos copas de seda color marfil cubrían sus senos.

Él retiró con reverencia una de ellas para encontrar el pezón y chuparlo.

Cuando no pudo soportarlo más, ella tiró de su cabeza y comenzó un ataque implacable sobre su labio inferior, perfilando la curva con su lengua, con cuidado mordiéndole con sus dientes. Finalmente ella resbaló sus dedos a lo largo de su espina dorsal y los metió dentro de la cinturilla de sus vaqueros.

Él gimió y la dejó de pie, quitandóle la ropa apresuradamente, primero los pantalones y luego los zapatos y los calcetines.

– Quiero verte -dijo él con voz ronca, liberando la blusa de seda de sus hombros. La tela parecía una caricia cuando se deslizó hacia abajo sobre sus brazos.