– ¿Si consigo convencer a Dallie, que tendrías tú que decir?
La idea incomodaba a Francesca más de lo que le gustaría admitir.
– Holly Grace, sólo porque Dallie y yo sucumbimos a una noche de demencia transitoria no significa que yo tenga ninguna decisión en esto. Independientemente de lo que pase entre vosotros.
Holly Grace miró la ropa interior de Francesca esparcida sobre el suelo.
– Hablando hipoteticamente, ¿que sentirías en esta situación si estuvieras enamorada de Dallie?
Había tal necesidad sin artificio en la cara de Holly Grace que Francesca decidió que tenía que contestar francamente. Pensó durante unos momentos.
– Sabes que te quiero, Holly Grace, y me conmueve tu deseo de tener un hijo, pero si realmente amara a Dallie…no te dejaría tocarlo.
Holly Grace no contestó en un momento, y luego sonrió tristemente.
– Eso es exactamente lo que yo haría, también. A pesar de todas tus frivolidades, Francie, en momentos como este es lo que me hace recordar porque eres mi mejor amiga.
Holly Grace apretó su mano, y Francesca estuvo contenta de ver que finalmente había sido perdonada por mentirle hacerla de Teddy. Pero cuando miró a la cara de su amiga, frunció el ceño.
– Holly Grace, aquí hay algo que no me parece bien. Sabes que Dallie no va a estar de acuerdo. No estoy convencida de que él quiera…
– Podría hacerlo -dijo Holly Grace defensivamente-.Dallie está lleno de sorpresas.
Pero no esta clase de sorpresa. Francesca no creía ni por un minuto que él estaría de acuerdo con la idea de Holly Grace, y dudaba que Holly Grace lo creyera tampoco.
– ¿Sabes a lo que me recuerdas? -dijo Francesca pensativamente-. Me recuerdas a alguien con un terrible dolor de muelas que se golpea en la cabeza con un martillo para distraer el dolor de su boca.
– Eso es ridículo -dijo Holly Grace, su respuesta fue tan rápida que Francesca supo que había tocado una fibra sensible. Esto ocurría por que Holly Grace estaba asustada. Estaba intentando agarrarse a cualquier cosa intentando aliviar el dolor de su corazón por perder a Gerry. No había nada que Francesca pudiera hacer para ayudar a su amiga excepto darle un abrazo comprensivo.
– Bueno, esta no es una imagen para calentar el corazón de un hombre -dijo Dallie arrastrando las palabras mientras salía del cuarto de baño abotonándose la camisa. Parecía un hombre que había estado cociéndose en su propia ira en los últimos minutos. Y era evidente que su cólera había dado paso a una indignación de gran calibre-. ¿Ya habéis decidido que vaís a hacer conmigo?
– Francie dice que no puedo tenerte -contestó Holly Grace.
Alarmada, Francesca chilló.
– Holly Grace, eso no es lo que yo…
– Ah, ¿sí? -Dallie metió su camiseta por dentro de sus vaqueros-. Maldita sea, odio a las mujeres.
Señaló con el dedo a Francesca con ira.
– Simplemente porque producimos fuegos artificiales anoche no significa que puedas tomar decisiones personales por mí.
Francesca se sentía ultrajada.
– No he hecho nada de eso…
Fulminó con la mirada a Holly Grace.
– Y si tú quieres tener un bebé, más vale que mires dentro de otros pantalones, porque maldita sea, yo no soy un banco de semen.
Francesca sintió una cólera hacia él porque no entendía la situación. ¿Pero no podía ver que Holly Grace estaba sufriendo de verdad y que no pensaba claramente?
– ¿No crees que estás siendo un poco insensible? -preguntó.
– ¿Insensible? -Su cara se puso pálida por la cólera. Las manos apretadas en puños, con aspecto de querer destruir algo.
Cuando él caminó hacia ellas, Francesca se encogió instintivamente dentro de las sábanas, y hasta Holly Grace pareció retroceder.
Su mano se metió dentro de la cama. Francesca soltó un pequeño silbido de alarma sólo para ver que él había agarrado el bolso de Holly Grace del lugar dónde ella lo había tirado. Lo abrió, vertió el contenido y cogió rápidamente las llaves del coche.
Su voz sonó triste.
– Por lo que a mí respecta, las dos podéis iros al infierno.
Y diciendo esto salió del cuarto.
Mientras Francesca oía el sonido distante del coche alejándose, sentía una puñalada de pena por la pérdida de una casa dónde nunca se habían dicho palabras enfadadas.
Capítulo 30
Seis semanas más tarde, Teddy salía del ascensor y caminaba por el pasillo hasta el apartamento, arrastrando su mochila todo el camino. Odiaba la escuela. Toda su vida le había gustado, pero ahora la odiaba.
Hoy la señorita Pearson había dicho en clase que tendrían que hacer un trabajo de ciencias sociales para finales de curso, y Teddy sabía que él probablemente lo suspendería. La señorita Pearson le tenía manía. Le había amenazado con echarle de la clase si su actitud no mejoraba.
Justamente eso… pero es que después de volver de Wynette, nada parecía divertirle. Se sentía confuso todo el tiempo, como si hubiera un monstruo oculto en su armario listo para saltar sobre él. Y ahora también podían expulsarle de su clase.
Teddy sabía que de alguna manera tenía que idear realmente un gran trabajo de ciencias sociales, sobre todo después del desastre del trabajo de los bichos para ciencias naturales que había presentado.
Tenía que ser mucho mejor que el del tonto de Milton Grossman que iba a escribir al alcalde Ed Koch para preguntarle si podría pasar parte de una tarde con él. A la señorita Pearson le había encantado la idea. Dijo que la iniciativa de Milton debería ser una inspiración para toda la clase. Teddy no veía como alguien que había escogido su nariz y olía como bolas de naftalina podía ser una inspiración.
Cuando entró por la puerta, Consuelo salía de la cocina.
– Ha venido un paquete para tí hoy. Está en tu habitación.
– ¿Un paquete? -Teddy se fue quitando la chaqueta mientras iba por el pasillo.
La Navidad ya había pasado, su cumpleaños no era hasta julio, y para el Día de San Valentín quedaban todavía dos semanas. ¿Quién le había mandado un paquete?
Cuando entró en su dormitorio, descubrió una enorme caja de cartón con el remite de Wynette, Texas, en el centro de la habitación. Dejó caer su chaqueta, empujó sus gafas sobre el puente de su nariz, y se mordió la uña del pulgar.
Una parte de él quería que la caja fuera de Dallie, pero la otra parte de él hasta odiaba pensar en Dallie. Siempre que lo hacía, parecía que el monstruo del armario estaba de pie directamente detrás de él.
Cortando la cinta de embalar con sus tijeras de punta redonda, abrió las tapas de la caja y miró alrededor buscando una nota. Todo lo que vio fue un montón de cajas más pequeñas, y una por una, comenzó a abrirlas.
Cuando terminó, se sentía aturdido, mirando la generosidad que le rodeaba, una serie de regalos tan increibles para un chico de nueve años que era como si alguien hubiera leído su mente.
Sobre un lado descansaba un pequeño montón de cosas maravillosas, como un estupendo cojín, chicle de pimienta picante, y un falso cubito de hielo de plástico con una mosca muerta en el centro.
Algunos regalos apelaban a su intelecto… una calculadora programable y la serie completa de las Crónicas de Narnia. Otra caja tenía objetos que representaban un mundo entero de masculinidad: una navaja verdadera del ejército suizo, una linterna con el mango de goma negra, un juego completo de destornilladores de adulto Decker. Pero su regalo favorito estaba en el fondo de la caja.
Desempaquetando el papel de seda, soltó un grito de placer cuando la vio mejor, desdoblándo la sudadera más imponente que alguna vez había visto.
Azul marino, tenía una tira de historietas de un motorista barbudo, con los globos oculares reventados y la boca chorreando babas.
Bajo el motorista estaba el nombre de Teddy en letras naranjas fosforescentes y con la leyenda: "Nacido para sobrepasar el Infierno".