Dallie gimió, y empezó a manipular el dial de la radio. No era un hombre de piedra, y por el bien de Skeet, trató de sintonizar una emisora de la zona oeste del pais ahora que todavía podía. Con seguridad lo mejor que saldría sería Kris Kristofferson, que también se había vendido a Hollywood, así que mejor ponía las noticias.
"… El lider radical de los sesenta, Gerry Jaffe, ha sido absuelto hoy de todos los cargos tras ser implicado en los sucesos acaecidos en la Base de las Fuerzas Aéreas de Nevada Nellis. Según las autoridades federales, Jaffe, que ganó notoriedad durante los disturbios en la Convención Demócrata de 1968 en Chicago, ha girado recientemente su atención a las actividades anti-nucleares. Un integrante de este reducido grupo de radicales de los sesenta está todavía implicado…".
Dallie no tenía interés en hyppis carrozas, y apagó la radio con repugnancia. De nuevo bostezó otra vez.
– ¿Crees que podrías, si no te molesta, leerme un poco de ese libro que he dejado bajo el asiento?
Skeet alcanzó la bolsa, y sacó un libro en rústica de Catch-22 de Joseph Heller, y lo dejó a un lado.
– Leí un par de páginas mientras tú estabas con esa preciosa morena, la que te llamaba Mister Beaudine. El maldito libro es un sinsentido.
Skeet cerró el Enquirer y lo echó hacía atrás.
– Sólo por curiosidad. ¿Te seguía llamando Mister Beaudine cuando llegasteís al motel?
Dallie hizo un globo con el chicle y lo explotó.
– Tan pronto como le quité su vestido, se calló en su mayor parte.
Skeet rió entre dientes, pero el cambio en su expresión no hizo mucho en mejorar su apariencia. Dependiendo de su punto de vista, Clarence "Skeet" Cooper había sido bendecido o maldecido con una cara que lo hacía perfecto para ser doble de Jack Palance.
El mismo rictus amenazante, las características feo-guapas, la misma nariz pequeña, chata y los ojos entrecerrados. El pelo oscuro, prematuramente enhebrado con gris, lo llevaba tan largo que lo tenía que sujetar en una cola de caballo cuando hacia de caddie para Dallie. Otras veces dejaba que le colgara hasta los hombros, manteniéndolo lejos de la cara con una cinta de pañuelo roja como su verdadero ídolo, que no era Palance, sino Willie Agarre, el proscrito más grande de Austin,Texas.
Con treinta y cinco años, Skeet era diez años más viejo que Dallie. Era un ex-convicto que cumplió condena por robo a mano armada, y salió de la experiencia determinado a no repetirla. Tranquilo alrededor de la gente que conocía, cauteloso con los que vestían trajes de negocios, era inmensamente leal a las personas que quería, y la persona a quién más quería era a Dallas Beaudine.
Skeet conoció a Dallie cuando estaba tirado en el suelo de los urinarios de una gasolinera de Texaco, en Caddo, Texas. Dallie tenía quince años entonces, un muchacho desgarbado de 1,80, vestido con una camiseta rota y unos vaqueros sucios que mostraban demasiado los tobillos.
Tenía también un ojo morado, los nudillos pelados, y una mandíbula aumentada dos veces su tamaño normal, producto de un altercado brutal que sería el final de la relación con su padre, Jaycee Beaudine.
Skeet todavía recordaba como se quedó mirando detenidamente a Dallie sentado en el sucio suelo y trató con fuerza de concentrarse. A pesar de su cara magullada, el muchacho que había entrado por la puerta del cuarto de baño era sin duda el muchacho más guapo que había visto en su vida. Tenía el cabello rubio claro, como desteñido, los ojos de un azul brillante rodeados de espesas pestañas, y una boca que podría haber pertenecido a una prostituta de 200 dólares.
Cuando la cabeza de Skeet se despejó, también notó los surcos de las lágrimas grabadas en la suciedad de sus jovenes mejillas de adolescente, así como su expresión hosca, beligerante que le desafiaba si intentaba pegarle.
Levantándose a duras penas, Skeet se echó agua en su propia cara.
– Este baño ya está ocupado, Hijito.
El chaval metió un pulgar en el bolsillo harapiento de sus vaqueros y echó hacía fuera la mandíbula hinchada.
– Sí, veo que está ocupado. Por un tio que huele a mierda de perro.
Skeet, con los ojos y la cara con el rictus de Jack Palance, no quería tener ningún problema, y mucho menos con un muchacho que aún no había empezado a afeitarse.
– ¿Buscas problemas, eh chico?
– Ya tengo problemas, así que unos pocos más no son demasiado para mi.
Skeet se aclaró la boca y escupió en la palangana.
– Eres el chaval más estúpido que he conocido en mi vida.
– Sí, en cualquier forma no pareces ser demasiado listo, Mierda de Perro.
Skeet no perdía la paciencia fácilmente, pero había estado en una juerga que había durado casi dos semanas, y no estaban con el mejor humor. Enderezándose, echó para atrás el puño y dió dos pasos inestables hacia adelante, dispuesto a añadir unos golpes a los propinados por Jaycee Beaudine.
El niño se cuadró, pero antes de que Skeet pudiera golpearle, el whisky de rotgut que había estado bebiendo sin descanso le venció y vió como el suelo se hundía bajo sus tambaleantes piernas.
Cuándo se despertó, se encontraba en el asiento de atrás de un Studebaker del 56 con un ruidoso tubo de escape. El chico estaba al volante, dirígiendose al oeste de EE.UU. A 100 km. por hora, conduciendo con una mano en el volante y la otra por fuera de la ventana, golpeando al ritmo de "Surf City" en el lado del coche con la palma.
– ¿Me has secuestrado, chico? -gruñó, apoyándose hacía atrás en el asiento.
– El tipo que echa gasolina en la Texaco estaba por llamar a la policia para que fuera a por tí. Ya que no parecía que pudieras tener medio de transporte, no podía hacer otra cosa más que traerte conmigo.
Skeet pensó acerca de eso durante unos pocos minutos y dijo:
– Mi nombre es Cooper, Skeet Cooper.
– Dallas Beaudine. La gente me llaman Dallie.
– ¿Eres suficientemente mayor para conducir este coche de forma legal?
Dallie se encogió de hombros.
– Le robé el coche a mi viejo y tengo quince. ¿Quieres que te deje bajar?
Skeet pensó en su oficial de la libertad condicional, que desaprobaba exactamente ese tipo de cosas, y entonces miró al animado chico que conducía bajo el horrendo sol de Texas como si fuera el dueño de todo lo que había alrededor.
Decidiendo, Skeet se recostó de nuevo contra el asiento y cerró los ojos.
– Dejaré de estar a tu alrededor dentro de unos pocos kilómetros.
Diez años más tarde, seguía estando a su alrededor.
Skeet miró a Dallie detrás del volante del Buick del 73 viendo como conducía y se preguntó como demonios habían pasado esos diez años tan deprisa.
Habían jugado juntos muchos partidos de golf desde aquel dia que se encontraron en la gasolinera de Texaco. Rió entre dientes suavemente para sí mismo cuando recordó el primer campo de golf.
No llevaban viajando más que unas horas el primer dia, cuando llegó la evidencia que no tenían nada más que el depósito lleno de gasolina. Sin embargo, huir de la ira de Jaycee Beaudine no había hecho olvidar a Dallie mirar mapas antes de dejar Houston, así que siguió buscando alrededor para ver alguna señal que indicara el club de campo.
Cuando vió como conducía por zonas residenciales, Skeet le echó otro vistazo.
– ¿No crees que no tienes la pinta apropiada para aparecer en un club de campo, con este Studebaker robado y tu cara magullada?
Dallie le lanzó una mueca engreída, torciendo la boca.
– Esa clase de porquería no sirve de nada, si puedes golpear la bola con un hierro-cinco y un viento de doscientas kilómetros por hora y dejar la bola en el hoyo.
Hizo que Skeet vacíara sus bolsillos, y contó doce dólares y sesenta y cuatro centavos, se dirigió a tres socios fundadores, y sugirió que jugaran un pequeño partido, a diez dólares el hoyo.
Dallie les dijo a los socios que ellos podían utilizar sus carritos eléctricos y su material, compuesto por unas bolsas enormes de cuero repletas de hierros Wilson y maderas McGregor. Él sólo utilizaría su hierro-cinco y su segunda mejor bola, una Titleist.