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¡Ciao, mi nueva y hermosa estrella!

Francesca metió las direcciones en su bolso junto con la nota de Byron. Recordó a Marisa Berenson lo exquisitamente perfecta que había estado en Cabaret y en Barry Lyndon y lo celosa que había estado ella cuando la veía en esas películas. Qué manera perfectamente maravillosa de hacer dinero.

Y entonces frunció el entrecejo cuando recordó el comentario de Byron acerca de reembolsarle los gastos del viaje. Si hubiera llegado antes él podría haberle pagado el billete. Ahora tendría que pagárselo ella misma, y estaba casi segura que no había suficiente dinero en su cuenta para pagar el billete de avión.

Esas tonterías ridículas acerca de sus tarjetas de crédito habían cerrado temporalmente ese grifo, y después de lo de anoche se negaba absolutamente a hablar con Nicky. ¿Así que dónde podía conseguir el dinero para un billete de avión? Miró en el reloj detrás del escritorio y vio que era tarde para su cita con su peluquero. Con un suspiro, se puso el bolso bajo el brazo. Tendría que llegar apenas sin ayuda.

* * *

– Perdone, Sr. Beaudine -la auxiliar de vuelo entrada en carnes de Delta se paró junto al asiento del Dallie-. ¿Le importaría firmarme un autógrafo para mi sobrino? El juega en su equipo del golf del colegio. Su nombre es Matthew, y es un gran aficionado suyo.

Dallie miró el escote con una sonrisa apreciativa y levantó la mirada a su cara, que no era exactamente tan buena como el resto de ella, pero aún tenía cierto encanto.

– Estaré encantado -dijo, tomando el bloc y el boli que ella le ofrecía-. Espero que él juegue mejor de lo que lo he estado haciendo yo últimamente.

– El copiloto me ha comentado que tuviste ciertos problemas en Firestone hace unas semanas.

– Cielo, yo inventé los problema en Firestone.

Ella se rió apreciativamente y luego bajó la voz de modo que sólo él pudiera oírla.

– Apuesto que has inventado problemas en muchos sitios además de los campos de golf.

– Hago todo lo posible -le dedicó una sonrisa lenta…

– Podías llamarme y vernos la próxima vez que estés en Los Angeles, ¿de acuerdo? -ella garabateó algo en el bloc que él le había devuelto, arrancó la hoja, y se la dió con otra sonrisa.

Cuando se marchó, él metió el papel en el bolsillo de sus vaqueros donde lo empujó contra otra notita que la chica del mostrador de Avis había metido ella misma cuando dejaba el coche de alquiler en L.A.

Skeet gruñó en él asiento junto a la ventana.

– Te apuesto lo que quieras que ni siquiera tiene un sobrino, y si lo tiene, seguro que no sabe ni quién eres.

Dallie abrió el libro Breakfast in Champions de Vonnegut y comenzó a leer. Odiaba hablar con Skeet en los aviones casi más que cualquier cosa. A Skeet no le gustaba viajar a menos que lo hiciera en coche, a ser posible con ruedas Goodyear y por carreteras interestatales.

Pocas veces tenían que dejar su nuevo Riviera para volar por el pais para jugar un torneo, como este viaje de Atlanta a L.A. y vuelta. La disposición normalmente espinosa de Skeet, en este momento estaba completamente amargada.

De nuevo miró ceñudo a Dallie.

– ¿Cuánto tardaremos en llegar a Mobile? Odio estos condenados aviones, y espero que no me sueltes otra vez el rollo de las leyes de la física. Sabes que no hay nada más que aire entre nosotros y el suelo, y el aire no creo que pueda sostener un aparato tan grande aquí arriba.

Dallie cerró ojos y dijo ligeramente:

– Cállate, Skeet.

– Espero que no te duermas. ¡Maldita sea, Dallie, te lo advierto! Sabes cuánto odio volar. Lo menos que podías hacer es mantenerte despierto y hacerme compañía.

– Estoy cansado. No dormí suficiente anoche.

– No es de extrañar. Andas de parranda hasta las dos de la mañana y llegas cargando a ese saco de huesos sarnoso de perro contigo.

Dallie abrió los ojos y miró a Skeet.

– No creo que Astrid merezca que la llames perro sarnoso.

– ¡Ella no! ¡El perro, no trates de engañarme! Maldita sea, Dallie, podía oír ese perro callejero gimoteando a través de la pared del motel.

– ¿Qué querías que hiciera? -contestó Dallie, girando para mirar a un ceñudo Skeet-. ¿ Dejarle muriéndose de hambre en la autopista?

– ¿Cuánto dinero has pagado esta mañana en el mostrador de recepción cuando dejábamos el motel?

Dallie murmuró algo que Skeet no pudo oír exactamente.

– ¿Que carajo has dicho? -dijo Skeet agresivamente.

– ¡He dicho cien! Cien hoy y otros cien el próximo año cuando vuelva y encuentro el perro en buen estado.

– Maldito tonto -murmuró Skeet-. Tú y tus buenas obras. Has dejado perros callejeros a cargo de directores de moteles en más de treinta estados. No entiendo ni como pagas la mitad de las manutenciones. Perros callejeros. Y niños abandonados…

– Niño. Sólo fue uno, y lo monté en un autobús en Trailways el mismo día.

– Tú y tus malditas buenas obras.

La mirada de Dallie barrió lentamente a Skeet de los pies a la cabeza.

– Sí -dijo-. Yo y mis malditas buenas obras.

Eso cerró la boca de Skeet un rato, que era exactamente lo qué Dallie había pensado. Abrió el libro por segunda vez, y tres hojas azules dobladas por la mitad cayeron en su regazo. Los desplegó mirando los dibujos de Snoopy al principio y la fila de X al final, y empezó a leer.

Estimado Dallie,

Me encuentro al lado de la piscina de Rocky Halley con un diminuto bikini púrpura que deja poco a la imaginación. ¿Recuerdas a Sue Louise Jefferson, la chica que trabajaba en la Dairy Queen (Reina Lechera, N.deT)y traicionó a sus padres para ir al norte a la Universidad de Purdue en lugar de a la Baptista East Texas porque quería ser Animadora de los Boilermakers, pero entonces se arrepintió tras el partido del Estado de Ohio y se marchó con un linebacker de Buckeye en su lugar? (Purdue perdió 21-13.).

Te lo cuento porque he estado pensando en un día hace años cuando Sue Louise estaba todavía en Wynette y estaba en lo más alto y su novio tenía que correr los cien metros para ponerse a su altura. Sue Louise me miró (yo había pedido una taza de chocolate espolvoreado con vainilla) y me dijo "Estoy pensando en mi vida trabajando en Dairy Queen, Holly Grace. Está todo tan delicioso. El helado sabe tan bueno que te da escalofrios y acaba escurriéndose por todas partes en tu mano".

Mi vida se me escurre así, Dallie.

Después de conseguir el cincuenta por ciento sobre la cuota para las sanguijuelas del Equipo Deportivo Internacional, me echaron de la oficina la semana pasada por el nuevo V.P.y me dijo que necesitan otra persona como director regional de ventas del sudoeste. Después de eso me dijo el nombre del nuevo director, un hombre por supuesto, y puse el grito en el cielo y le dije que iba derecha a poner una demanda por trato discriminatorio. Él me dijo, "Un momento, un momento, cariño. Vosotras las mujeres sois demasiado sensibles sobre este tipo de cosas. Quiero que confies en mi".Le contesté que no confiaba en él porque el me daría una jubilación anticipada para ser ama de casa. Siguieron palabras más fuertes, y por eso me encuentro en este momento tumbada al lado de la piscina del número 22, en lugar de estar de aeropuerto en aeropuerto.

Viéndolo por el lado bueno… mi corte de pelo a lo Farrah Fawcett está resultando un éxito espectacular y el Firebird corre fenomenal. (Era el carburador, como me habías dicho).

No pases por ningún puente (fallar un golpe) y sigue haciendo birdies.