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Temblando por la rabia, encontró a Steiner sentado en una mesa de metal bajo los árboles cerca del camión de la comida. Su ruedo se inclinó hacia arriba en la espalda cuando se paró de repente, golpeando contra la pata de la mesa.

– ¡Acepté este trabajo porque oí que el Sr. Byron tenía una reputación como director de calidad! -le dijo de sopetón, dando un puñetazo el aire con un gesto duro dirigido hacia la casa de la plantación.

El miró por encima de un bocadillo de jamón con pan de centeno.

– ¿Quién te dijo eso?

Una imagen de la cara de Miranda Gwynwyck, pagada de sí misma y satisfecha de sí misma, se presentó ante sus ojos, y todo llegó a estar cegadoramente claro.

Miranda, que se suponía era una feminista, había saboteado a otra mujer en una tentativa equivocada para proteger a su hermano.

– ¡Él me dijo que hacía peliculas con temática espiritual! -exclamó-. ¡Esto que hace no tiene nada que ver con temas espirituales… ni con la fuerza de la vida ni con Fellini, por amor de Dios!

Steiner sonrió burlonamente.

– ¿Por qué piensas que le llamamos Lord Byron? El hace del sonido de la basura poesía. Por supuesto, sigue siendo basura cuando lo ha terminado, pero no se lo decimos. Es barato y trabaja rápido.

El alma optimista de Francesca intentaba agarrarse a cualquier cosa, alguna equivocación, lo que fuese.

– ¿Qué tal la Palma Dorada?

– ¿La qué Dorada?

– Palma -se sentía como una tonta-. El Festival Cinematográfico de Cannes.

Lew Steiner la miró fijamente por un momento antes de soltar una carcajada, escupiendo un trocito de jamón.

– Cariño, lo único que Lord Byron haría en ese sitio sería limpiar los asientos. La última pelicula que él hizo para mí fue Masacre Mixta, y antes de esa, La Prisión de Mujeres de Arizona. Se vendió realmente bien en los autocines.

A Francesca apenas le salían las palabras de la boca.

– ¿Y él realmente espera que yo aparezca en una pelicula de vampiros?

– ¿Estás aquí, no es cierto?

Ella se puso a pensar.

– ¡No por mucho tiempo! Mi maleta y yo nos marcharemos exactamente en diez minutos, y espero que tengas un cheque para cubrir mis gastos así como un conductor para llevarme al aeropuerto. Y si utilizas un solo plano de lo que me habeis filmado hoy, te empaparé en sangrientas demandas que darán color a tu vida inútil.

– Firmaste un contrato, así que no tendrás mucha suerte.

– Firmé un contrato con engaños.

– Sandeces. Nadie te mintió. Y puedes ir olvidándote de cualquier dinero mientras no termines tus tomas.

– ¡Te demandaré por no pagarme lo que me debes! -se sentía como una espantosa pescadera negociando en una esquina-. Me tienes que abonar el viaje. ¡Tenemos un acuerdo!

– No verás un centavo hasta mañana, cuando hayas filmado la última escena -él rastrilló sus ojos sobre ella desagradablemente-. Y eso será después de rodar el desnudo que necesita Lloyd. Desflorando la inocencia, lo llama.

– ¡Lloyd me verá desnuda el mismo día que gane la Palma Dorada!

Girando los tacones, comenzó a alejarse sólo para ver como la odiosa falda se había quedado enganchada en un rincón de la mesa metálica. Dió un tirón para liberarla, rompiéndola en el proceso.

Steiner se levantó de un salto.

– ¡Oye, ten cuidado con ese vestido! ¡Esas cosas me cuestan dinero!

Ella cogió la botella de mostaza de la mesa y apretó una gran chorro abajo en la falda.

– Que espanto. ¡Parece que necesita que la laven!

– ¡Tú, zorra! -chilló después de ver que ya se alejaba-. ¡Nunca trabajarás otra vez! Me aseguraré que nadie te contrate ni para tirar la basura.

– ¡Super! -se volvió ella-. ¡Porque he tenido toda la basura que puedo soportar!

Con los puños agarró la voluminosa falda y se la subió hasta las rodillas, y atravesando el cesped se dirigió al gallinero de pollos. Nunca, absolutamente nunca en su vida entera había sido tratada tan andrajosamente.

Haría pagar a Miranda Gwynwyck por esta humillación aunque fuera la última cosa que hiciera. ¡Cuando volviera a casa se casaría con Nicholas Gwynwyck con un vestido ensangrentado!

Cuándo alcanzó su cuarto, estaba pálida por la rabia, y el ver la cama deshecha abasteció de combustible su furia. Agarrando una fea lámpara verde del tocador, la lanzó a través del cuarto, donde se rompió contra la pared. La destrucción no la ayudó; se sentía todavía como si alguien la hubiera golpeado en el estómago.

Arrastrando su maleta hasta la cama, metió las pocas ropas que se había molestado desembalar la noche antes, sentándose encima para cerrarla bien. Mientras manipulaba las correas y la cremallera, sus rizos cuidadosamente arreglados se habían aflojado y tenía el pecho húmedo de sudor. Entonces recordó que llevaba todavía el atroz vestido rosa.

Casi gimió por la frustración cuando abrió la maleta otra vez. ¡Esto era todo por culpa de Nicky! ¡Cuándo volviera a Londres, se marcharía a la Costa del Sol, se tumbaría en una sangrienta playa a idear cientos de maneras de hacerle la vida miserable! Con los brazos hacía atrás, empezó a luchar con los ganchos que mantenían el corpiño unido, pero los habían puesto en una fila doble, y el material era tan fuerte que no podía tirar y aflojarlo.

Se retorció un poco más, soltando una maldición especialmente asquerosa, pero los ganchos no se movían. En el momento que pensó en pedir ayuda, recordó la expresión de odio en la cara grasienta de Lew Steiner cuando echó la mostaza sobre la falda del vestido. Casi rió en voz alta. Veamos con cuanto odio me mira cuando vea su precioso vestido desaparecer de su vista, pensó en un instante de alegría maliciosa.

No había nadie alrededor para ayudarla, así que tenía que llevar la maleta ella misma. Arrastrando su maleta de Vuitton en una mano y su bolso cosmético en la otra, luchó hacia abajo el sendero que llevaba a los vehículos, sólo para descubrir cuando llegó que allí absolutamente nadie la llevaría a Gulfport.

– Señorita Day lo siento, pero nos han dicho que necesitan todos los coches -murmuró uno de los hombres, sin mirarla a los ojos.

Ella no lo creyó ni por un momento. ¡Esto era obra de Lew Steiner, su último ataque insignificante contra ella!

Otro miembro del equipo fue más útil.

– Hay una gasolinera no demasiado lejos bajando por la carretera -le indicó la dirección moviendo la cabeza-. Allí podrás hacer una llamada telefónica y conseguir que alguien te recoja.

Pensó que andar hacia el camino de entrada intimidaba bastante, cuanto más tener que andar completamente sola hasta una gasolinera. En ese momento se dió cuenta que tenía que tragarse su orgullo y volver al gallinero para quitarse el vestido, Lew Steiner salía en ese momento de una de las caravanas con aire acondicionado y la miró, sonriéndole de forma desagradable.

Ella decidió que moriría antes de retirarse un centímetro. Dándole la espalda, agarró su maleta y su bolso y se dirigió a través del césped hacia el camino de entrada.

– ¡Oye! ¡Para ahora mismo ahí! -gritó Steiner, andando tras ella-. ¡No das otro paso más hasta que no te hayas quitado ese vestido!

Ella se encaró con él.

– ¡Como me pongas una mano encima, te denuncio por asalto!

– ¡Y yo te denunciaré a tí por robo! ¡Ese vestido me pertenece!

– Y estoy segura que estarías encantador con el puesto -ella deliberadamente le golpeó en las rodillas con su bolso cosmético cuando se dio la vuelta para marcharse. El aulló de dolor, y ella sonrió para sí misma, deseando haberle golpeado más fuerte.

Sería su último momento de satisfacción en muchísimo tiempo por venir.

* * *

– Te has equivocado -le decía Skeet a Dallie desde el asiento trasero del Buick Riviera-. Diríjete a la ruta noventa y ocho, te dije. De la noventa y ocho a la cincuenta y cinco, de la cincuenta y cinco a la doce, entonces directamente estás a las puertas de Baton Rouge.