Le gustaban las mujeres que no se movían a su alrededor con lágrimas y argumentos porque él pasaba todo su tiempo golpeando cien pelotas con su madera-tres en el campo de practicas en lugar de llevarla a un restaurante que sirviera caracoles. Le gustaban las mujeres, de hecho, que tuvieran gustos similares a los hombres. Sólo que hermosas. Porque, más que nada, Dailie amaba a las mujeres hermosas. Las modelos falsamente hermosas, con toda esa constitución y esos cuerpos huesudos de chicos, pero atractivamente hermosas.
Le gustaban los pechos y las caderas, los ojos chispeantes y los labios sonrientes. Le gustaban las mujeres que él podía adorar y dejarlas marchar. Así es como él era, y era raro que no consiguiera a la mujer por la que tenía interés. Pero Francesca Day sería la excepción. Ella hacía que la mirara simplemente porque estába allí.
– ¿Ves esa gasolinera? -preguntó Skeet, sonando feliz por primera vez en kilómetros.
Francesca miró hacia adelante y rezó una silenciosa oración de acción de gracias cuando Dallie aminoró la velocidad. No es que hubiera creído realmente ese cuento acerca del atraco a la tienda de licores, pero tenía que ir con cuidado.
Se pararon delante de un edificio de madera desvencijado pelado de pintura y con un letreo escrito a mano "Live Bate" con un signo inclinado contra un surtidor oxidado. Una nube de polvo entró por la ventanilla del coche cuando las llantas hicieron crujir la grava. Francesca sentía como si hubiera viajado por siglos; tenía una tremenda sed, se estaba muriendo de hambre, y tenía que utilizar el retrete.
– Fin de trayecto -dijo Dallie, apagando el motor-. Habrá un teléfono dentro. Puedes llamar a uno de tus amigos desde aquí.
– Ah, no llamaré a un amigo -contestó ella, extrayendo un bolso pequeño de piel de becerro de su bolso cosmético-. Llamaré a un taxi para que me lleve al aeropuerto de Gulfport.
Un gemido fuerte llegó desde atrás. Dallie se desplomó hacia abajo en su asiento e inclinó su gorra sobre sus ojos.
– ¿Pasa algo malo? -preguntó ella.
– No sé ni por donde empezar -murmuró Dallie.
– No digas ni una palabra -dijo Skeet-. Apenas se baje, pon en marcha el motor del Riviera, y vámonos. El tipo de la gasolinera puede encargarse. Te lo advierto, Dallie. Sólo un tonto embarcaría dos veces a un duende a propósito.
– ¿Pasa algo malo? -preguntó Francesca de nuevo, comenzando a sentirse alarmada.
Dallie se levantó la gorra con el dedo pulgar.
– Para empezar, Gulfport está a dos horas hacía el otro lado. Ahora estamos en Louisiana, a medio camino de Nueva Orleans. ¿Si querías ir a Gulfport, por qué ibas hacía el oeste en vez de hacía el este?
– ¿Cómo debía suponer cual era el oeste? -contestó ella indignadamente.
Dallie golpeó las palmas de las manos contra el volante.
– ¡Porque el maldito sol estaba delante de tus ojos, por eso!
– Ah -Ella pensó por un momento. No había razón para asustarse; llegaría simplemente sin ayuda-. ¿No tiene Nueva Orleans un aeropuerto? Puedo volar desde allí.
– ¿Cómo piensas llegar hasta allí? ¡Y si vuelves a menciona un taxi otra vez, juro por Dios que desparramaré esas maletas de "Louie Vee-tawn" sobre ese pinar! ¿Estás en medio de ningún parte, lady, no entiendes eso? ¡No hay ningún taxi fuera de aquí! ¡Esto es el campo de Louisiana, no París, Francia!
Ella se incorporó más derecha y se mordió el labio inferior.
– Ya veo -dijo lentamente-. Bien, quizás te podría pagar por llevarme el resto del camino. Echó un vistazo en su bolso, frunciendo la frente con preocupación. ¿Cuánto dinero efectivo tenía? Llamaría mejor a Nicholas en seguida para que pudiera tener el dinero preparado en Nueva Orleans.
Skeet abrió la puerta y dio un paso fuera.
– Voy dentro a comprar una botella de Dr.Pepper mientras solucionas esto, Dallie. Pero te digo una cosa… si ella está todavía en este coche cuando vuelva, puedes empezar a buscar a alguien que te lleve tus Spauldings el lunes por la mañana.
Cerró la puerta con fuerza.
– Es un hombre imposible -dijo Francesca con un suspiro.
Miró a Dallie. Él realmente no la dejaría, o sí lo hacía, ¿sería porque ese amigo suyo horrible no la quería? Se volvió hacia él, su tono comedido.
– Permíteme apenas hacer una llamada telefónica. Me llevará un minuto.
Salió del coche tan elegantemente como pudo y, el ruedo del vestido oscilando, entrando dentro del edificio desvencijado. Abrió su bolso, sacó su cartera y contó rápidamente el dinero.
No le tomó mucho tiempo. Algo incómodo resbalaba por la base de su espina dorsal. Sólo tenía dieciocho dólares…Dieciocho dólares entre ella y el hambre.
El teléfono estaba pegajoso con tierra, pero no prestó atención cuando lo cogió y marcó el 0. Cuándo finalmente fue conectada con un operario para el extranjero, dio el número de Nicholas y solicitó cobro revertido.
Mientras esperaba la llamada, trató de distraerse de su intranquilidad creciente mirando a Dallie salir del coche y dirigirse al dueño del lugar, que cargaba algunas llantas viejas en la parte de atrás de una camioneta ruinosa y miraba a todos ellos con interés. Qué desperdicio, pensó, desviándo sus ojos por la espalda de Dallie… que un rústico ignorante tenga ese aspecto.
Finalmente le dieron noticias en casa de Nicholas, pero sus esperanzas de rescate fueron efímeras cuando no se puso él, anunciando la criada que su señor estaba de viaje por varias semanas.
Miró fijamente al aparato y entonces colocó otra llamada, ésta a Cissy Kavendish. Pero corrió la misma suerte que en casa de Nicholas. ¡Esa ramera atroz! Francesca gimió cuando la línea se cortó.
Comenzando a sentirse genuinamente asustada, corrió mentalmente por su lista de conocidos para darse cuenta de que no había acabado en el mejor de los términos con la mayoría de sus leales admiradores en los últimos meses.
La única persona que quizás le prestara dinero era David Graves, y estaba lejos, en Africa rodando en algún lugar una película. Rechinando los dientes, colocó una tercera llamada a cobro revertido, ésta a Miranda Gwynwyck. Para su sorpresa, la llamada se aceptó.
– Francesca, cuán agradable es oirte, aunque sea después de medianoche y estuviera profundamente dormida. ¿Cómo va tu carrera cinematográfica? ¿Te trata Lloyd bien?
Francesca casi podría oír su ronronear, y apretó el receptor más fuerte.
– Todo va super, Miranda; No puedo darte suficientemente las gracias… pero parezco tener una pequeña emergencia, y necesito ponerme en contacto con Nicky. ¿Me das su número, de acuerdo?
– Lo siento, querida, pero está actualmente ilocalizable con una vieja amiga… una matemática rubia gloriosa que lo adora.
– No te creo.
– Francesca, Nicky tiene sus límites, y yo creo que tú finalmente los sobrepasaste. Pero dáme tu número y le diré que te llame cuando vuelva dentro de dos semanas, y así él te podrá decir lo mismo.
– ¡Dentro de dos semanas no me sirve! Tengo que hablar con él ahora.
– ¿Por qué?
– Es privado.
– Lo siento, pero no te puedo ayudar.
– ¡No hagas esto, Miranda! Debo absolutamente…
La línea telefónica se cortó, y en ese momentó entró el dueño de la gasolinera por la puerta y encendió una radio de plástico, blanca y grasienta. La voz de Diana Ross llenó de repente los oidos de Francesca, preguntándose si sabía donde iba.
– Ay, Dios.
Y entonces vió como Dallie daba la vuelta al coche y se disponía a entrar en el lado del conductor.