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El lo hizo sin vacilar. Lo hicieron de una manera tan normal como si lo hicieran continuamente, uniendo la pericia que él había ganado con el paso de los años y con toda su experiencia.

El beso era perfecto, caliente y atractivo, dos profesionales demostrando lo que hacían mejor. Ellos eran demasiado experimentados para golpear dientes, aplastar narices o hacer cualquiera de esas otras cosas difíciles que hombres y mujeres con menos practica son propensos a hacer.

La Amante de la Seducción había encontrado al Maestro, y a Francesca sintió la experiencia más perfecta que había sentido jamás, completándose con la carne de gallina y una debilidad encantadora en las rodillas, un beso espectacularmente perfecto hecho aún más perfecto por el conocimiento que ella no pensaba un momento en las difíciles repercusiones de prometer implícitamente algo que luego no tenía intención de entregar.

La presión del beso se acabó, y ella deslizó la punta de la lengua por el labio inferior. Entonces lentamente se empezó a alejar.

– Adiós, Dallie -dijo suavemente, sus ojos de gato brillando traviesamente mientras le miraba-. Llámame la próxima vez que vayas a Cap Ferret (en la costa francesa, NdeT.).

Justo un momento antes de marcharse, ella tuvo el placer de ver una expresión levemente desconcertada en su magnífica cara.

– Debería estar ya acostumbrado -decía Skeet cuando Dallie se puso detrás del volante-. Debería estar acostumbrado, pero no lo estoy. Ellas caen continuamente encima de tí. Las ricas, las pobres, las feas, las extravagantes. Es igual. Están tras de tí como las palomas buscadoras que vuelan para posarse y dormir. Tienes lápiz de labios en la boca.

Dallie se pasó la mano sobre la boca y miró hacia abajo la pálida mancha.

– Definitivamente, importada -murmuró.

Apenas dentro de la puerta de la terminal, Francesca miró como el Buick se alejaba y suprimió una punzada absurda de pena. Tan pronto como el coche quedó fuera de su vista, recogió su maleta y comenzó a andar hacía una parada de taxis con un sólo coche amarillo.

El conductor salió y metió su maleta en el maletero, mientras ella se sentaba atrás. Cuando se puso detrás del volante, se volvió hacía ella.

– ¿Donde va, Señora?

– Sé que es tarde -dijo ella -¿pero usted cree que podría encontrar una tienda de segunda mano que esté todavía abierta?

– ¿Una tienda de segunda mano?

– Sí. Alguna dónde se revendan cosas elegantes…Y maletas realmente extraordinarias.

Capitulo 9

Nueva Orleans, la ciudad de "Stella, Stella, Stella para la estrellas… hierro y encaje para el Old Man River, jazmín Confederado y aceitunas dulces, noches ardientes, jazz caliente, mujeres calientes, en el fondo del Misisipí como un pedazo deslustrado de joyería. En una ciudad famosa por su originalidad, el Blue Choctaw lograba parecer común.

Gris y sórdido, con el nombre de una marca de cerveza en un neón parpadeante colocado en una ventana y lleno de humo, el Blue Choctaw se podría haber localizado cerca de la parte más sórdida de cualquier ciudad americana… cerca de las dársenas, los molinos, el río, ladeando el ghetto.

Estaba en el peor luagar, sobre todo de noche, las aceras sucias, las farolas rotas, no permitida para las chicas buenas de la ciudad.

El Blue Choctaw tenía una aversión particular por las chicas buenas. Aún las mujeres que los hombres habían dejado en casa no eran del todo buenas, y los hombres que se sentaban en los taburetes rojos de vinilo querían chicas de dudosa moral proximás a ellos.

Ellos querían encontrar chicas como Bonni y Cleo, las semi prostitutas que llevaban perfume fuerte y lápiz de labios rojo, que se expresaban sin rodeos y pensaban mal y ayudaba a un hombre a olvidarse de ese Jimmy Carter que era casi seguro sería elegido y ¿cual sería su politica de trabajo para los negros?.

Bonni giró la espada plástica amarilla en su mai-tai y miró por entre la multitud ruidosa a su amiga y rival Cleo Reznyak, que empujaba sus tetas contra Tony Grasso cuando él metía un cuarto de dólar en la máquina de discos y daba un puñetazo en el C-24. Había un humor malo en el aire lleno de humo del Blue Choctaw esa noche, más malo que usual, aunque Bonni no tratara de encontrar el porqué.

Quizá era el calor pegajoso que no se iba; quizá era el hecho que Bonni había cumplido treinta la semana antes y sus últimas ilusiones iban poco a poco desapareciendo. Ella sabía que no era lista, sabía que ahora no estaba en su mejor momento físico, y no tenía la energía para mejorarse. Vivía en una caravana averiada instalada en un parque, contestaba el teléfono en la peluqueria Beautiful Gloria, y no podría obtener algo mejor.

Para una chica como Bonni, el Blue Choctaw representaba un golpe en los tiempos buenos, unas pocas risas, un hombre dispuesto a gastarse el dinero, que la invitaría a un mai-tais, la llevaría a la cama, y le dejaría un billete de cincuenta dólares en el tocador a la mañana siguiente. Uno de esos hombres dispuesto a gastarse el dinero estaba al otro lado de la barra…Sin despegar la mirada de Cleo.

Ella y Cleo tenían un acuerdo. Se sentaban cada una en un lugar y esperaban que el hombre que se sentaba en un taburete mirara a alguna, y no pescaban furtivamente en el territorio de la otra.

De cualquier manera, el hombre de la barra, tentaba a Bonni. Tenía una enorme barriga y los brazos grandes suficientemente fuertes para mostrar que tenía un trabajo constante, quizá trabajaba en uno de los pozos de perforación de la costa… un hombre fuera por un buen tiempo.

Cleo había conseguido acción con varios hombres recientemente, Tony Grasso incluido, y Bonni se había cansado de ello.

– Hola -dijo, acercándose y sentándose en el taburete a su lado-. ¿Eres nuevo por aquí, no?

El la miró, observándo su cara, el pelo rubio, y la sombra de ojos color ciruela, y sus pechos profundos y repletos. Cuando él negó, Bonni pudo ver que se había olvidado completamente de Cleo.

– Estuve en Biloxi los últimos años -contestó él-. ¿Qué bebes?

Ella le dedicó una sonrisa coqueta.

– Me apetece un mai-tais -él hizo un gesto al camarero para pedir su bebida, ella cruzó las piernas-. Mi ex marido vivió un tiempo en Biloxi. ¿Espero que no te hayas cruzado con él? Un hijo de una ramera barata, llamado Ryland.

El sacudió la cabeza, no conocía a nadie con ese nombre, y movió el brazo para acariciar por el lado de sus tetas. Bonni decidió que ellos se llevarían realmente bien, y movío el cuerpo levemente justo para ver la expresión acusadora en el rostro de Cleo.

Una hora después estaban las dos juntas en el servicio de señoras. Cleo la estuvo abroncando un rato, mientras se peinaba su negro cabello con ademanes fuertes y se ajustaba sus pendientes falsos de rubies. Bonni se disculpó y le dijo que no había notado que Cleo estuviera interesada.

Cleo la estudió sospechosamente.

– Sabes que estoy cansada de Tony. No hace más que quejarse de su esposa. Una mierda. Apenas recuerdo haberme reido las últimas semanas.

– El tipo de la barra, "su Pete", no es muy dado a sonreir tampoco -admitió Bonnie.

Ella sacó un frasco de Tabú de su bolso y se roció generosamente.

– Este lugar es un auténtico infierno.

Cleo se pintó los labios y retrocedió para escrutinar su trabajo.

– Tú lo has dicho, querida.

– Quizá deberiamos subir hacía el norte. Hasta Chicago o a otra parte.

– Tenía pensado ir a San Louis. En algún sitio dónde los hombres que follen no estén todos casados.

Era un tema que habían discutido muchas veces, y continuaron discutiendo mientras dejaban el servicio, pensando las ventajas petroleras de Houston, el clima en Los Angeles, el dinero en Nueva York, mientras todo el tiempo sabían que nunca saldrían de Nueva Orleans.

Las dos mujeres observaron al grupo de hombres congregados cerca de la barra, sus ojos ocupados, mirándo un momento sin hablar. Cuando rebuscaron a su presa, Bonni comenzó a darse cuenta de que algo había cambiado.