Todo parecía más callado, aunque la barra estaba todavía llena, las personas hablaban, y en la máquina de discos sonaba "Rubí." Entonces advirtió que todas las cabezas giraban hacia la puerta.
Cleo le pellizcó duramente en el brazo, ella asintió con la cabeza.
– Allí -dijo ella.
Cleo miró en la dirección Bonni había indicado y se paró de golpe.
– Cristo.
La odiaron a primera vista. Ella era todo lo que ellas nunca serían… un aspecto de mujer de las secciones de modas, hermosa como una modelo de Nueva York incluso con unos vaqueros; increiblemente guapa, elegante, y altanera, con una expresión en su cara como si estuviera oliendo algo putrefacto, y era cierto.
Era la clase de mujer que no pertenecía para nada a un lugar como el Blue Choctaw, una invasora hostil que hacía que ellas se sientieran feas, baratas, y desgastadas. Y vieron a los dos hombres que habían dejado hacía diez minutos andando derechos hacia ella.
Bonni y Cleo se miraron la una a la otra un momento antes de dirigirse en la misma dirección, sus ojos estrechados, tensas con la determinación.
Francesca se quedó absolutamente anonadada cuando notó el ambiente hostil del Blue Choctaw con una mirada inquieta, concentrando toda su atención en tratar de mirar entre el humo y la cantidad de cuerpos para intentar encontrar a Skeet Cooper.
Un músculo diminuto e inquieto tembló en su sien, y comprendió que estaba sudando. Nunca se había sentido tan fuera de su elemento como en aquel justo instante en ese sórdido bar de Nueva Orleans.
El sonido de la risa ronca y la música demasiado fuerte atacaba sus oídos. Sentía ojos hostiles que la inspeccionaban, y cogió su neceser pequeño de Vuitton más fuerte, tratando de no recordar que era todo lo que tenía en el mundo.
Ella trató de borrar de su mente los horribles lugares a los que la había llevado el taxista, cada uno más repulsivo que el anterior, no pareciéndose en nada a la tienda de segunda mano de Picadilly, donde los empleados la trataban con gran cordialidad y les servían té a sus clientes.
Había pensado que era buena idea vender sus vestidos; no se había imaginado que acabaría dejando su maravillosa maleta y el resto que le quedaba de ropa en una espantosa casa de empeños por trescientos cincuenta dólares, que tras pagar al taxista apenas le quedaba para sobrevivir unos pocos dias hasta que pudiera hablar con Nicky.
¡Una maleta de Louis Vuitton llena de vestidos de diseñador vendida por trescientos cincuenta dólares! Ella no podría pasar dos noches en un hotel decente por esa cantidad.
– Hola, corazón.
Francesca se estremeció cuando dos hombres con malas pintas se pusieron a su lado, uno con una tripa que amenazaba con romper los botones de su camisa, y el otro con el pelo grasiento y la cara llena de granos.
– Que te parece si te invito a algo de beber -dijo el gordo.
– Mi nuevo amigo Tony y yo estariamos encantados de invitarte a unos mai-tais.
– No, gracias -contestó ella, mirando ansiosamente a ver si localizaba a Skeet. ¿Por qué no estaba él allí? Un ducha de agua fría le cayó de golpe. ¿Por qué no le había dado Dallie el nombre de su motel en vez de forzarla a ir a buscarlos a ese horrible lugar, el único sitio que fue capaz de encontrar después de veinte minutos buscándolo en la guia teléfonica?
El hecho de que ella necesitaba encontrarlo se había impreso de forma indeleble en su cerebro mientras hacía otra serie de llamadas inútiles a Londres para tratar de localizar a Nicky o a David Grives o a cualquiera de sus antiguos amigos, todos ellos parecían estar de viaje, de luna de miel o simplemente se negaban a admitir la llamada.
Dos mujeres con rostros duros avanzaron furtivamente hasta los hombres delante de ella, su hostilidad era evidente. La rubia se apoyó en el hombre con la enorme tripa. -Oye, Pete. Vamos a bailar.
Pete no quitó sus ojos de Francesca.
– Más tarde, Bonni.
– Me apetece bailar ahora -insistió Bonni, duramente.
La mirada de Pete resbaló sobre Francesca.
– Dije más tarde. Baila con Tony.
– Tony baila conmigo -dijo la mujer de pelo negro, poniendo las uñas púrpuras sobre el brazo peludo de hombre-. Anda, nene.
– Vete, Cleo -sacudiéndose de las uñas púrpuras, Tony puso la mano en la pared apenas a un palmo de la cabeza de Francesca y se inclinó hacia ella-. ¿Eres nueva en la ciudad? No recuerdo verte por aquí antes.
Ella cambió su peso, tratando de vislumbrar un cinta roja en la cabeza mientras evitaba el olor desagradable del whisky mezclado con after-shave barato.
La mujer llamada Cleo se mofó.
– ¿No crees que estás perdiendo el tiempo con esta ramera mocosa, Tony?
– He dicho que te pierdas-dedicó a Francesca una sonrisa grasienta-. ¿Seguro que no te apetece una bebida?
– No tengo sed -dijo tensamente Francesca-. Busco a alguien.
– Pues parece que no lo encuentras -ronroneó Bonni-. De modo que, ¿por qué no te largas?
Una explosión de aire tibio de fuera la golpeó en la espalda húmeda de su blusa cuando se abrió la puerta, entrando tres hombres de aspecto duro, ninguno de ellos era Skeet. La intranquilidad de Francesca creció. Ella no podía estar parada en la puerta toda la noche, pero no tenía claro entrar un poco más adentro. ¿Por qué no le había dicho Dallie donde se alojaría?
No podía permanecer sóla en Nueva Orleans con sólo trescientos cincuenta dólares entre ella y la indigencia, mientras esperaba localizar a Nicky para pedirle el dinero. ¡Ella tenía que encontrar a Dallie ahora, antes que se marchara!
– Perdona -dijo ella bruscamente, retirándose de entre Tony y Pete.
Ella oyó una risa corta y desagradable de una de las mujeres, y entonces un murmullo de Tony.
– La culpa es tuya, Bonni -se quejó-. Tú y Cleo la habeis espantado…
Los demás se perdieron misericordiosamente cuando se desplazó por la multitud hacia el fondo, buscando una mesa desapercibida.
– Oye, cariño…
Una mirada rápida sobre su hombro la advirtió que Pete la seguía. Ella se apretó entre dos mesas, sentía que alguien le acariciaba el trasero, y caminó deprisa hacía los servicios. Una vez adentro, se derrumbó contra la puerta, con su neceser apretado contra el pecho.
En el exterior, oyó el sonido de cristales rotos y se sobresaltó. ¡Qué lugar más horroroso! Su opinión de Skeet Cooper se hundió aún más bajo. De repente ella recordó la referencia de Dallie a una camarera pelirroja.
Aunque no había visto a nadie que se asemejara a esa descripción, no había estado mirando realmente. Quizá el barman le podría dar alguna información.
La puerta se abrió bruscamente, y las dos mujeres de rostro duro entraron.
– Mira lo que tenemos aquí, Bonni Lynn -dijo Cleo en tono de mofa.
– Bien, si es la Señorita Ramera Rica -contestó Bonni-. ¿Qué te pasa, ricura? ¿Te has cansado de ofrecer tus servicios en un hotel y has decidido darte una vueltecita por los barrios bajos?
Francesca apretó la mandíbula. Estas mujeres atroces la estaban provocando demasiado. Levantando el mentón, miró fijamente la horrenda sombra de ojos color ciruela de Bonni.
– ¿Eres así de grosera desde nacimiento, o es algo que has adquirido más recientemente?
Cleo se rió y se giró hacia Bonni.
– Vaya, vaya. Realmente si que vienes de lejos -estudió el neceser de Francesca-. ¿Qué tienes ahí que es tan importante?
– Nada que te interese.
– ¿Llevas las joyas ahí, ricura? -sugirió Bonni-. ¿Los zafiros y los diamantes que tus novios te compran? ¿Dime, cuánto cobras por hacer una mamada?
– ¡Una mamada! -Francesca no podía obviar su significado y antes de poder detenerse, sacó la mano y abofeteó a la mujer con fuerza en la mejilla-. No vuelvas a decir eso jamás…